Un joven árbitro asistente fue presuntamente agredido el pasado domingo durante un partido entre juveniles que se desarrollaba en el campo de La Espiguera.
Según la denuncia presentada, un grupo de personas, entre ellas uno de los jugadores, el padre de este y otros familiares y amigos, golpearon al línea tras la suspensión del encuentro. La agresión se produjo en los mismos vestuarios del estadio.
Al joven le dieron puñetazos y patadas, lo golpearon con una muleta e incluso le mordieron en un muslo, según el parte de sesiones.
No es la primera vez en España que asistimos a uno de estos bochornosos incidentes. Familiares de los miembros de algún equipo de fútbol que agreden a los árbitros por alguna decisión que no les ha gustado.
Los campos de fútbol en los que compiten las categorías inferiores no pueden convertirse en un reflejo de lo peor que sucede en las competiciones profesionales. La extrema competencia del deporte profesional y la exigencia de resultados no debe extrapolarse a los jóvenes en formación. Nos hemos acostumbrado a que los insultos y las conductas antideportivas sean vistas con indulgencia en los encuentros entre jugadores de élite, y este comportamiento se traslada a los niños y sus familiares.
La única solución es educar a los padres de estos jóvenes y que entiendan que el deporte base debe formar en valores positivos y no convertirse en una guerra contra el rival. Se enfrentan adversarios, no enemigos.
Mientras tanto, es necesario que se aplique todo el peso de la ley sobre aquellos que no entienden ni de deporte ni de convivencia y erradicarlos de los terrenos de juego.