Opinión

La erótica del poder

El poder cambia, especialmente a quienes de vida baja e insignificante se les asoma un día por el quicio de la puerta, sea por oportunidad, sea por astucia, y esta es cerrada luego de sopetón con la intención que no abandone nunca la alcoba. Quienes tienen el depósito de la moral y la ética en razonable volumen, podrán cometer errores, pero el estigma y acecho de la corrupción, el abuso de poder (que son dos hijos de la soberbia) no les inquietarán.

La soberbia suele llevar al abuso o su intento a la negación de todo lo que no se alinee con su opinión o plan marcado. Y contra ello, contra lo diferente, la lucha es denodada, dura y sucia, si viene el caso y la situación lo requiere. A esta, a la soberbia, siempre le vienen unidas la necedad y el resentimiento y bajo la apariencia y aquiescencia que el fin justicia justifica los medios, le alimentan toda una gama de aplausos que la mantienen. Y esto es lo peor, lo más grave. Después, después el silencio, igual de cómplice.

El poder es un afrodisiaco y su erótica seduce a no pocos ni pocas. Por un lado, al dejar orillados ciertos principios éticos y morales, el sentirse “irresistible” se ve abducido por el derecho a creer que nadie se le negará, incluso muestra (en privado, eso sí) su perplejidad ante el rechazo. Por otro, están quienes dan forma a ese abuso dejándose llevar, en tantos casos por el interés, por ese deslumbramiento y abuso.

Y, en ocasiones, se llega a la representación, a la apariencia sin pudor de ese desmán, de ese despotismo sin más razón que la creencia de su pertenencia. El caso del presidente federativo Rubiales es un epítome como referente de lo que sucedió y viene sucediendo en el mundo de la política, las instituciones, la empresa, el deporte…bajo la aparente repulsa, pesar y proclama de compromiso ante la violencia machista, la muerte, el abuso o el acoso; bajo esos minutos de silencio para proteger la memoria y rendir homenaje a las víctimas hay muchos episodios que con mayor o menor calado siguieron y siguen alimentando esa desviación pútrida del poder.

Si bien es verdad que, en ocasiones, la precariedad, vulnerabilidad o necesidad ante promesas o beneficios o la simple permisividad por atracción de la mujer, ha contribuido a considerar que la erótica del poder es tan antigua como la historia de la humanidad y su lógica en esta vertiente, esta, la humanidad, tiende a evolucionar hacia una sociedad más igualitaria, justa y digna.

No hace falta ser de izquierdas o derechas, baste ser coherente y racional para combatir lo indigno. En la otra cara de la monera están quienes arropados por un poder que les distingue lo ejercen desde la razón de su ejercicio, no de su beneficio en el desprecio a los demás, pero esto es menos mediático por ser más lógico.

La Federación Española de Fútbol, gestora de todo un mundo de emociones y aspiraciones de un deporte rey, como lo es el balompié, es una entidad asociativa privada, pero de utilidad pública. Por ello está sujeta al ordenamiento de los Tribunales que le competen y al Estado, gestor de los intereses púbicos, que la condiciona.

Sin duda, este caso, el del dirigente futbolístico chulo y déspota, marcará un antes y un después por haber ‘puesto de largo’ lo que se ha venido gestando en muchas y pequeñas dosis a lo largo del tiempo y en muchos ámbitos de esa opresión longeva en nuestra evolución social. Por ello, alzar la voz, siempre, cueste lo que cueste, es imprescindible y necesario. Es solo una opinión.

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