Opinión

Entre todos

Nos encontramos en el período de cierre de la XIV Legislatura de las Cortes Generales. Se barajan diferentes fechas para la disolución de las Cámaras y la convocatoria de elecciones, en función de las expectativas de mayor o menor participación ciudadana, pero, en cualquier caso, por imperativo legal, analizado en profundidad por los letrados de las Cortes, las elecciones generales tienen como límite, para su realización, la fecha del próximo 10 de diciembre.

Estamos, por tanto, a seis meses, como máximo, de la fecha de disolución de las Cámaras, a mediados de octubre, a partir de cuya fecha, las Cortes funcionarían sobre la base de la Diputación Permanente

Lo que parece claro, en mi opinión, es que hemos vivido, o estamos viviendo, uno de los períodos legislativos de mayor confrontación o desencuentro entre fuerzas políticas de orientación ideológica diferente.

Hemos conseguido resistir durante muchos años a la aparición del fenómeno de la polarización, promovido, sustancialmente, por la persistente voluntad de las plataformas políticas de izquierdas de basar el devenir de la actividad pública en la identificación de motivos para la confrontación o, más precisamente, para la lucha: la de clases, la de géneros, la de culturas, la de identidades territoriales, la de creencias religiosas, etc.

Resulta sorprendente, no obstante, en esta obsesión por la confrontación, la agresiva descalificación de la oposición exhibida en este período legislativo por el gobierno y el conglomerado de partidos que le respaldan, en defensa, cada uno de ellos de sus propios intereses y pocas ocasiones de los intereses generales, argumentando que la oposición se “opone” al Gobierno, cuando precisamente esa es la razón por las que se denomina oposición, porque se opone, como es su obligación. No así la del gobierno cuya obligación es “gobernar” identificando los problemas a los que hace frente la sociedad española, proponiendo y adoptando medidas para subsanarlos y cuando lo hace mal, rectificando.

En lugar de ello, presenciamos cotidianamente, campañas obsesivas, protagonizadas por el Gobierno, contra el Partido Popular, Feijóo, Díaz Ayuso, Mañueco y ahora contra Moreno, al que acusan, ni más ni menos, que de “arrogante señorito”, precisamente por querer contribuir a atajar problemas severos de los agricultores frente a la pertinaz sequía. Dialéctica de comienzos del siglo XX para hacer frente a los problemas de bien entrado el Siglo XXI. Casi una cuarta parte de éste alcanzada ya.

Pero no sólo es la oposición política el objeto de sus descalificaciones. Estos días le está tocando a Ferrovial y a su presidente, Rafael del Pino, por ejercer su responsabilidade de gestionar los intereses de los accionistas de su empresa de la manera que, comercialmente, considera conveniente, como es su obligación, por otra parte. Hoy le toca a él y a su empresa, pero conservamos en la memoria las referencias a los llamados “capitalistas despiadados” como Juan Roig, Amancio Ortega, Ignacio Galán y otros. Cuando alguien no se aviene a la “única” interpretación “posible” de la realidad, emitida desde Moncloa, descalificación al canto y a otra cosa. En algunas ocasiones, no sólo descalificación, sino, incluso, campaña de desacreditación y todo ello con los recursos de todos los españoles.

Estamos siendo testigos los españoles, lamentablemente, de una exhibición cotidiana de pugna entre diferentes sectores de las organizaciones políticas que respaldan al gobierno de la nación por ver quien es capaz de encontrar el argumento más grueso contra todos aquellos que no comparten su “única” forma “posible” de interpretar la realidad. Aunque entre sus “únicas” formas “posibles” de interpretar la realidad también existan, en ocasiones, severas discrepancias. El único argumento que comparten, sin reservas, es el de descalificar a sus adversarios y por ello se agarran a ese “pegamento” que les “aglutina” de manera ostensiblemente desesperada.

Estamos alcanzando estos días, el millar, como mínimo, del número de delincuentes sexuales, beneficiados en sus condenas por la aplicación de los beneficios que, para ellos, comporta la denominada Ley del “sólo sí es sí”. De ese millar, más de un centenar ha sido ya excarcelado de manera adelantada, estimándose en un 25% la posibilidad de reincidencia. Resulta obvio, de manera universalmente aceptada, que hay que revisar esta ley mal diseñada y que está provocando estas lamentables consecuencias. Pues bien, el argumento más sólido que esgrime Unidas Podemos contra el Partido Socialista, es que éste, quiere revisar la ley contando con el apoyo del Partido Popular. Toma castaña. Sectarismo puro en búsqueda de los tristemente conocidos como “cordones sanitarios”. Aunque se asuma que lo que propone el adversario político es lo que hay que hacer, se rechaza porque lo propone él y si te he visto no me acuerdo.

Otra ley que ha comportado una desavenencia semejante, pero que también ha encontrado el “pegamento” de que es lo contrario a lo que proponen los grupos de la oposición, es la llamada Ley Trans. De esta ley, todavía, no se han comenzado a percibir potentemente sus efectos negativos, de manera tan contundente como en la anterior, aunque ya hay algunos indicadores en el ámbito del deporte femenino o de la violencia de género escondida bajo la adopción de identidades de género sobrevenidas como mecanismo de protección ante procesos judiciales, pero aparecerán casos más graves. Al tiempo.

Todo ello sucede cuando los criterios de actuación política no se basan en la búsqueda del interés general sino en la satisfacción de las propias obsesiones ideológicas. Son estas obsesiones las que conducen a legislar desatendiendo a los sectores afectados, a los expertos o a los propios órganos consultivos de los que disponemos. O, lo que es lo mismo, cuando a uno “le sobra” la mitad de la sociedad que ve las cosas de otra manera.

Es por lo que considero absolutamente adecuado el lema escogido por el Partido Popular para presentar sus propuestas a los españoles durante el año electoral que afrontamos: ESPAÑA ENTRE TODOS. España no es, alternativamente, cada cuatro años, de la manera de verla de unos o de otros. España es, permanentemente de TODOS y la única manera de hacerla prosperar es esa: “ENTRE TODOS”.

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