Opinión

La encrucijada del COVID-19 en la India a la sombra de la desolación

Atrás quedan meses, semanas o quizás, días, ciertamente dramáticos, porque la invisibilidad de un enemigo intangible como el SARS-CoV-2, nos arrastra al auge de nuevos casos y vuelve a poner en jaque las capacidades hospitalarias.

Si las anomalías en las respuestas políticas han sido y continúan siendo la raíz de innumerables choques, la calidad en la respuesta cívica, no solo de los profesionales de la salud que persisten estando en la primera línea de combate, sino de la ciudadanía en general, nos mueve a una admiración unánime.

Acaso, hemos ahondado en un conocimiento que quedará grabado en las páginas de Historia por la irrupción de un agente patógeno, en un escenario epidemiológico global que no tiene fronteras y allí donde se adentra, provoca la desolación en proporciones sobrehumanas y cotas insospechadas.

En esta tesitura merece la pena enmarcar y fundamentar en su justa medida, un país donde todas las dificultades habidas y por haber para contener la pandemia, se multiplican exponencialmente. Obviamente, me refiero a la República Federal de la India, con núcleos de superpoblación y, en ocasiones, sin medidas básicas de salubridad, que ha tardado en asimilar el alcance en la lectura de la protección y seguridad; con un Gobierno que se debate entre el ser o no ser de la actividad normal para ayudar a la economía y las limitaciones impuestas, hasta sobreponerse a la embestida vírica. Pero, sobre todo, a las certezas de una infraestructura sanitaria inoperante, mal equipada y colapsada por el entorno endémico.

Valga recordar un antecedente que habla por sí mismo: el 16 de junio, en tan solo veinticuatro horas se cuantificaron más de 2.000 decesos por el coronavirus. Y es que, en este momento, la India afronta un desastre social en toda regla, después del abordaje de la derecha a los derechos laborales y a las medidas de austeridad, que han llevado a amplificar la precariedad de los trabajadores.

Desde de 1991, la India promovió la liberalización de importantes sectores estatales de economía, sugestionando el capital extranjero que hizo mejorar la clase media y amplificó las sucursales bancarias. Sin ir más lejos, según los datos examinados, al menos 166.300 agricultores empeñados hasta los topes, acabaron con su vida entre 1997 y 2006, respectivamente, víctimas del capitalismo financiero enmascarado en daños colaterales ante una bonanza ficticia.

Hoy por hoy, ni los pobres como el puntal vertebral en el crecimiento de la economía, ni los bienes sociales, entran en la agenda del poder; porque a nadie se le ocurrió reconsiderar la mano de obra que ha visto dilapidada su empleo con la digitalización del negocio y que indudablemente los ha dejado en la miseria más rotunda.

Con estos mimbres, en una superficie como Ceuta donde tienen cabida distintos credos, entre ellos, la comunidad hindú como uno de los pilares de convivencia, este pasaje pretende retratar el contexto pandémico que padece la India.

Actualmente, este país está dirigido por el primer ministro Narendra Damodardas Modi (1950-70 años), perteneciente al Partido del Pueblo Indio de extrema derecha ‘Bharatiya Janata Party’, que ha asestado el principio del laicismo de la Constitución, al conferir privilegios al hinduismo como mecanismo de apología a la superioridad de la raza aria de los indios, reteniendo los derechos de otros fieles a sus dogmas. En otras palabras: el chovinismo de Modi ha fraccionado la nación con tentáculos intransigentes, acompañado de un regionalismo mezquino y ambicioso que explota con arrogancia al Sur envejecido, y a los jóvenes migrantes del Norte subdesarrollado.

La India, con desigualdades sobresalientes entre mujeres y hombres, pudientes y necesitados que, mismamente, se subdividen entre castas y adivasi, designación al muestrario heterogéneo de grupos étnicos o tribales indígenas, además de hindú-musulmán, etc., difundió una campaña simulada de microcréditos en una tentativa de revolucionar y embellecer el capitalismo más bárbaro, al activar a unos cuantos emprendedores y hacer alarde con sus actividades comerciales aparentemente boyantes, cuando realmente continuaban en el mismo guion del sistema.

Sucintamente, otras reseñas que enmarcan la semblanza de una sociedad plural en lo religioso, multilingüe y multiétnica, la India, es una nación soberana que está emplazada al Sur del Continente Asiático, con más de 1.409 millones de habitantes, siendo la primera del planeta por conjunto poblacional. Su plano geomorfológico aglutina 3.287.263 kilómetros cuadrados, lo que la sitúa en el séptimo puesto de los estados más amplios. Limitando al Sur, con el Océano Indico; al Oeste, con el Mar Arábigo y al Este, con el Golfo de Bengala en una franja costera de más de 7.517 kilómetros.

Análogamente, la India se circunscribe al Oeste con Pakistán; al Norte con China, Nepal y Bután y, al Este, con Bangladés y Birmania. Sin inmiscuir, que se halla próxima a las Islas de Sri Lanka, Maldivas e Indonesia. Su capital es Nueva Delhi y la urbe más poblada es Bombay.

Asimismo, este espacio agrupa cuatro confesiones que paulatinamente se formaron como el hinduismo, budismo, jainismo y sijismo; mientras que otras como el zoroastrismo, judaísmo, cristianismo e islam, aparecieron en el primer milenio para dar carácter a diversas culturas.

Sucesivamente, desde los inicios del siglo XVIII incorporada por la Compañía Británica de las Indias Orientales y desde mediados del siglo XIX colonizada por Reino Unidos, en 1947 la India se transformó en un Estado Independiente, tras una rivalidad que estuvo acentuada por tendencias de no violencia.

Como se ha expuesto precedentemente, la India es una República Federal acomodada por 28 estados y 8 territorios de la Unión, con un sistema de democracia parlamentaria. Su economía es la tercera más grande y la sexta en términos del producto interno bruto, el PIB nominal. Las reformas económicas cristalizadas en 1991, la han llevado a convertirse en una de las economías de más rápido desarrollo.

Sin embargo, a todas luces, la pandemia asola y engrandece los inconvenientes estructurales de una potencia emergente que soporta elevados grados de pobreza, precariedad laboral y baja cualificación, analfabetismo, epidemias, malnutrición y continuas violaciones de los derechos de las mujeres.

Como la que más demografía indigente remolca a sus espaldas, la India, desafía una realidad sin precedentes con el desmoronamiento de su economía, que entre abril y junio con respecto a la etapa del año pasado, menguó un 23% como consecuencia del confinamiento impuesto en marzo para contrarrestar la crisis epidemiológica.

Las secuelas no podían ser más notorias: cientos de millones de personas quedaron apremiadas al abandono de sus empleos y un sinfín de sectores inmovilizados. Esto produjo que en junio la Administración acelerara erróneamente un proceso de desescalada, con gran parte de parcelas movilizadas, pese a que la expansión de la enfermedad prosperaba inexorable junto al regreso gradual de la normalidad.

Entretanto, tal y como revela la Organización para la Seguridad y la Cooperación en Europa, abreviado, OSCE, la curva de contagios se desboca y con ello se evidencia la fragilidad del sistema sanitario con escasamente 0.5 camas de hospital por cada 1.000 habitantes, recurriendo a espacios habilitados y con una casi incapaz capacidad en las operaciones del rastreo y vigilancia sanitaria.

En las postrimerías de marzo, por sus límites fronterizos con la República Popular China, la India fue uno de los primeros países en tomar la iniciativa para apaciguar el esparcimiento del COVID-19.


Por aquel entonces, el epicentro de la epidemia se concentraba en el Viejo Continente y la India contabilizaba 700 casos: redujo los vuelos, repatrió a sus ciudadanos y emprendió la monitorización y búsqueda de potenciales infectados.

Siete meses más tarde, los expertos coinciden que, tal vez, se cerró “demasiado pronto”. Aun dando la sensación de haber obtenido algunos frutos, las transmisiones no acabaron de aminorarse y ficticiamente parecía controlarse la propagación, cuando era todo lo contrario. La India con las franjas urbanas más concentradas del mundo, es prácticamente inalcanzable materializar el distanciamiento físico, con un voluminoso porcentaje poblacional aglomerado en barrios chabolistas y sin agua corriente, con el virus deambulando a sus anchas.

No teniendo probabilidad de trabajar, 140 millones de personas han quedado sin empleo y otros cientos de miles de trabajadores migrantes de otras jurisdicciones están atrapados en sus slums o chabolas, como en Dharavi, área central de Bombay, conocido como el mayor suburbio del Continente Asiático.

A posteriori y con el levantamiento del confinamiento, los migrantes empezaron a retornar a sus puntos de procedencia, la mayoría pertenecientes a la parcela comercial informal o de la construcción; deduciéndose que no gozan de ningún tipo de protección de cara al desempleo y, por ende, su subsistencia pende del jornal diario. Es ahí, precisamente, donde se ha originado la escalada de la segunda ola.

En los últimos días de mayo, el 80% de los positivos se concentraban en nueve localidades que disponen de aeropuertos internacionales, pero con el desconfinamiento y el éxodo masivo de retorno a las zonas rurales, el aumento y circulación comunitaria del SARS-CoV-2 está siendo mortífero: la desbandada del 4.5% de la población, desató el ensanchamiento del patógeno por la amplia geografía india. Es más, si en el mes de abril el 23% de los contagios se verificaron en los tramos rurales, en octubre esa cifra constituye el 54%.

A pesar de la acentuación considerable en el número de casos e inducido por los aciagos efectos económicos, se ha restablecido el transporte público, la reapertura de colegios y universidades de forma acompasada y los cines y hoteles se encuentran al 50% de sus capacidades.

Echando un vistazo a la situación real de la infraestructura sanitaria de la India, se aprecia que esta presenta tanto debilidades como fortalezas a la hora de encarar la incidencia acumulada.

La principal debilidad se confirma en un insuficiente sistema de atención primaria: en términos generales, la India posee 0.9 médicos y 1.7 enfermeros por cada 1.000 habitantes, unas ratios insignificantes de la media global que ronda entre el 1.6 y el 3.8.

Inexcusablemente, la carencia de equipamiento sanitario accesible para los ciudadanos, es lo que cristaliza la nueva ola de infecciones en un siniestro tsunami que perturba a los más vulnerables: los pobres. En este país, entre públicos y privados, existen 22 centros sanitarios destinados exclusivamente a los pacientes con el coronavirus.

No es de sorprender, las miles de alegaciones con denuncias a los hospitales privados, porque en vez de fijarse los costes asignados por el Gobierno, se pide una media de 1.150 euros por día de ingreso hospitalario, y en el mismo instante que dicha cuantía no se satisface, inmediatamente los parientes deben trasladar al enfermo a su domicilio. Con lo cual, las desdichas de enfermos críticos dados de alta por este motivo, continuamente se repiten.

La particularidad Federal de la India hace que confluyan desproporciones considerables entre las capacidades sanitarias de los diversos Estados que la conforman. Una demostración visible de estos contrastes interterritoriales está en los logros del Estado de Kerala; concretamente, en su táctica implementada contra la pandemia, al ser un modelo a seguir de buenas prácticas.

En cambio, la fortaleza del sistema sanitario subyace en la praxis de otras epidemias y enfermedades endémicas mediante la experiencia. Ya, a lo largo y ancho de los últimos tiempos, la India se ha desenvuelto eficientemente con campañas exitosas para neutralizar otros males como el sida o la polio, además de brotes epidemiales o padecimientos estacionales derivados de la malaria o el dengue.

En medio de este horizonte confuso, la crisis económica ha reportado el fin de las limitaciones prolongadas durante cinco meses: dejándose de utilizar los controles fronterizos entre las comarcas; como, del mismo modo, se han reanudado los vuelos domésticos y abierto los restaurantes y bares, a diferencia de algunas terminales internacionales de los aeropuertos que prosiguen cerradas.

Tómese como ejemplo el metro de Calcuta, que emplea un método de códigos de colores que avisa a los transeúntes de los viajantes que se hallan en su interior, para en lo posible eludir las aglomeraciones.

Tras hacerse pública la recesión de un 24%, cuestión inédita en esta nación, la India necesita reactivar su actividad comercial cuánto antes, lo que colisiona con las reticencias en la marcha de los bienes y las personas que agrandan su inseguridad. Recuérdese, los millones de indios que se ganan el pan al aire libre con minúsculas ocupaciones, llámense mercadillos o puestos de comida.

Luego, el confinamiento de más de ciento cincuenta días, irremediablemente, ha conjeturado la merma y ruina del endeudamiento masivo para cientos de miles de personas, en los que sobraría justificar las condiciones insostenibles que sobrellevan.

De momento, los contagios se han duplicado exponencialmente en las metrópolis, detectándose una proliferación en las zonas rurales donde permanecen el 60% de la urbe, con el recelo que sean envueltos por una tragedia oculta en la que muchos sucumbirán sin test ni tratamientos, fusionado a la falta de personal sanitario como una deficiencia crónica.

Y por si fuese poco, se constatan episodios de jornaleros que no están dispuestos a desvelar sus sintomatologías adscritas al virus, por temor al estigma y a la separación inminente de su familia, o a la pérdida de sus haberes por la cuarentena.

De este entramado no ha de soslayarse, la coyuntura que sufre el colectivo de los ancianos, estimado en el 70% que sobrevive en aldeas y lugares recónditos, predominando la conjunción de otras afecciones y que comúnmente, quedan sin tratamiento por la lejanía de los servicios sanitarios.

Igualmente, aunque suene paradójico en el siglo que nos encontramos y al más puro estilo de la Edad Media (476-1492), en Estados como Rajasthan, Bengala Occidental o Delhi, las fuerzas de seguridad marcan con algún signo las casas de quiénes están contagiados; e incluso, se divulgan los nombres y señas de identidad, o se lanzan regueros de hipoclorito de sodio a personas y niños, al objeto de fumigarlos como ratas.

De lo hasta ahora referido en estas líneas, es más que ostensible la irrisoria información u ocultación en la celeridad de los contagios y las acusaciones en la irracionalidad policial, que acrecientan la alarma y el desasosiego de la ciudadanía.

Con relación a la inmunidad de grupo, las descriptivas proporcionadas por la Universidad Johns Hopkins en Baltimore, Maryland, indican que la ponderación en la letalidad corresponde al 1,6%, o séase, relativamente es uno de los más bajos en similitud con otros estados fuertemente golpeados como Estados Unidos, con el 2,9%; o Reino Unido, con el 9,5%; o Italia, con el 11,5%.

Las autoridades sanitarias respaldan la tesis que la virulencia o gravedad en los extintos, se debe mayoritariamente a la juventud: más de un 65% está por debajo del percentil de los 35 años; toda vez, que la mitad tiene menos de 25. No faltan los que opinan que los decesos están subestimados, porque en la India apenas se registra un 86% de los fallecimientos ocasionados, y un 22% de las defunciones reconocidas cuentan con un elemento justificativo de muerte.

Estas irregularidades imposibilitan una valoración aproximada, en función del exceso de mortalidad contrastado con años anteriores. Por lo tanto, sin unos criterios uniformes ni umbrales definidos de esta envergadura, miles de óbitos quedan condenados a estar excluidos de los recuentos.

Las inaniciones de esta encrucijada vírica, no han quedado inadvertidas a los ojos de China, que ha visto una oportunidad ideal para mover ficha en su rivalidad geoestratégica con la India, en la frontera compartida del Himalaya.

A día de hoy, el último balance facilitado por la Universidad Johns Hopkins que refleja el trance epidemiológico por el que transita este país, ocupa el segundo puesto ‘top ten’ liderado por los Estados Unidos, con una métrica oficial de 7.873.664 individuos contagiados y 118.621 finados. Cifras que indiscutiblemente habrán variado a la lectura de este texto.

En consecuencia, el COVID-19 pone contra las cuerdas y agiganta el rompecabezas estructural a los que ha de enfrentarse la India en su itinerario al estatus de potencia mundial. Su infraestructura estratégica, como el transporte o la vivienda, han quedado obsoletos y los servicios sociales básicos como la sanidad, está desvencijada y desprovista de fuertes inversiones.

Aquí, los más indefensos no sólo han de resistir los infortunios del patógeno con infecciones emergentes, sino que al unísono, han de hacerlo contra otro adversario enraizado: el hambre. Pero, los virus y las bacterias no segregan ni descomponen a una población, más bien lo hacen determinados sistemas político-económicos. Y en la India, los vicios ultraderechistas, parecen haberse cogido de la mano para catapultar cuanto pueda.

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