Encima, apaleados

El presidente de la Ciudad Autónoma ha abroncado a los vecinos del Barrio del Real por protestar contra la ubicación en Altos del Real de un emplazamiento para acoger a los positivos en COVID-19 del Centro de Estancia Temporal de Inmigrantes (CETI), que deberán guardar cuarentena en esa zona por orden de las autoridades sanitarias.

No sabemos si el presidente se refiere al Ingesa, pero intuimos que por ahí van los tiros porque, en declaraciones a la prensa, dijo que en ese traslado no interviene ninguna consejería, a excepción de la de Industria.

O sea el Gobierno local no ha tenido ni voz ni voto en la elección del sitio donde deberán confinarse los inmigrantes contagiados de coronavirus en nuestra ciudad. ¿Madrid lo decidió a espaldas de Melilla? ¿O Melilla se lavó las manos y dejó que decidiera Madrid? En estos casos, el orden de los factores sí altera el producto.

Tras la cacerolada vecinal en El Real, el presidente ha reprochado a los vecinos poco menos que son unos egoístas por no aceptar en silencio y con resignación la decisión de las autoridades sanitarias.

Pues mire usted, estamos de acuerdo en que nadie quiere un centro COVID en su barrio. Da igual que dentro haya inmigrantes, rusos o suecos. Nadie levantará la mano voluntariamente para pedir que junto al colegio de sus hijos le planten un campamento de la pandemia, como el que ha arruinado la vida de los vecinos de la Plaza de Toros.

No quiero que los residentes de La Cañada se me tiren al cuello, pero me pregunto por qué no montaron ese centro allí. ¿Por qué será?

Es verdad que pongan donde pongan el centro para que los migrantes del CETI guarden cuarentena habrá protestas, pero eso es legítimo. En democracia existe el derecho a mostrar disconformidad con las decisiones del Gobierno. Lo normal es que nadie abronque a los manifestantes y yo estoy convencida de que detrás de la oposición vecinal no hay xenofobia sino miedo al coronavirus, que no se nos olvide: mata.

A estas alturas de la pandemia aún los científicos no se ponen de acuerdo y no sabemos si se transmite o no por el aire. Dicen que las probabilidades de contagio aumentan en espacios cerrados, pero de espacios abiertos no se ha hablado mucho. Es normal que la gente tenga miedo. Es comprensible que protesten.

El tono del presidente ha sido, lamentablemente, desafortunado. Cuando hace unos años se pretendió montar un CETI 2 en la carretera de Alfonso XIII, los vecinos protestaron y la oposición les dio calor en contra del globo sonda lanzado por Abdelmalik El Barkani. Pobre del exdelegado del PP si en ese momento se le hubiera ocurrido decir que los vecinos tenían que aguantarse porque sí. No creo que hubiera tenido valor de negarles el derecho al pataleo de los ahorcados.

Creo que ante una cacelorada hay que aportar argumentos que justifiquen que ése, y no otro, es el sitio idóneo para acoger los casos positivos de COVID del CETI. Pero argumentos fue lo único que no escuchamos en la intervención de ayer del presidente. No podía darlos porque el Gobierno ni pincha ni corta en este tema. Y yo me pregunto, si usted no lo eligió, no lo pidió y no lo decidió, ¿por qué no se calla? ¿Qué necesidad hay de pisar ese charco y de mancharse de barro hasta los tobillos? No es De Castro quien debe dar explicaciones sino el Ingesa, que, una vez más, se va de rositas.

Pues bien, seguimos pendientes del traslado de los migrantes contagiados del CETI ocho días después de que lo denunciara el Colegio de Médicos que, según se ha dicho aprueba la ubicación de los positivos en esa zona de Altos del Real.

No nos tranquiliza que el propio presidente de Melilla reconozca que los migrantes positivos de COVID siguen paseándose por el centro de la ciudad hasta el punto que él da por hecho que se los encuentra al salir de la Asamblea o en cualquier otro barrio.

Me pregunto si nuestras autoridades están apostando por la estrategia que le fracasó a Boris Johnson de conseguir la inmunidad del rebaño. Todos sabemos en qué paró eso. El rubianco del Brexit casi le dan la extremaunción y estuvo ingresado entre la vida y la muerte. Lo mismo le ha pasado a Bolsonaro, que negó el coronavirus, diciendo que era un catarrito y casi termina estirando la pata después de contagiarse.

Le pasó también al negacionista Trump, que ha terminado poniéndose mascarilla a regañadientes. Esta semana la COVID 19 lo mantiene casi diez puntos por debajo de Joe Biden en las encuestas. El impacto global de la pandemia se está notando no sólo en los hospitales de Estados Unidos, donde se han confirmado 6,3 millones de contagios y 190.000 muertes, sino, sobre todo, en el impacto que la pandemia está teniendo en la pérdida de puestos de trabajo, en una nación acostumbrada al pleno empleo.

Los vecinos del Real tienen todo el derecho del mundo a protestar. Mientras más tardemos en recluir a los migrantes, más leña echamos al fuego de la xenofobia. No es de recibo lo que está pasando.

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