Categorías: Sociedad

“En Melilla sólo pueden vivir los ricos, no hay espacio para los pobres”

Cuando Fatima Salab entra al bloque de la calle Capitán Viñals un escalofrío recorre su cuerpo.

Es ahí donde se encontraba su vivienda, la que tuvo que abandonar el 25 de enero por los daños causados por el terremoto, que sorprendió a toda la ciudad. Su vida, la de su marido y de sus dos hijos es ahora un montón de piedras, mezcladas con restos de lo que una vez fue. Se ven dos colchones en el suelo, algún utensilio de cocina, un frigorífico abierto con restos de comida y una cuna llena de cascotes. La familia escapó, sencillamente, con lo poco que cabía en una maleta y un bolso. Volver a lo que hace unos meses fue su hogar no es fácil. Fatima habla flojito con la voz entrecortada. A veces, se intuye, una mezcla de rabia e impotencia. “Me encantaría volver, pero si lo hago me quitan a mis hijos ya que la casa corre peligro de derrumbarse”, dice. No poder encontrar un hogar de las mismas característica y por el mismo precio (250 euros al mes) así como vivir en la habitación de un hotel le hacen desesperar. “En Melilla sólo pueden vivir los ricos no hay espacio para los pobres”, se lamenta. Una situación que afecta especialmente a su estado anímico. “No tengo apetito, por las noches me levanto sobresaltada en busca de mis hijos y no soy capaz de descansar”, afirma. En varias ocasiones se detiene de golpe para pensar, mantiene el silencio durante segundos, simplemente no encuentra las palabras. Le faltan. Recuerda con nostalgia su vida en Barcelona. Se fue allí con 21 años, ahora tiene 32, junto a sus hermanas. “Trabajaba en el aeropuerto y tenía ingresos para vivir”, explica. Su marido nunca pudo hacerse residente en la Ciudad Condal lo que le obligó volver a Melilla. Afirma que su situación es insostenible, pero regresar a Marruecos tampoco es una opción. Persigue el sueño europeo, pero se encuentra atrapada en el bucle de la crisis. “He repartido currículos por toda la ciudad”, señala y añade rápidamente: “Hablo árabe, castellano y entiendo algo de catalán”. La desesperación le ha hecho experta en habilidades insólitas.

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