Los hosteleros de Melilla están que trinan con la restricción del horario de cierre que les obliga a cerrar las terrazas a la una de la madrugada y ellos, con razón, no entienden que después del confinamiento y las limitaciones para prevenir contagios de covid venga un recorte que no se entiende, sobre todo, en verano, y que tampoco está en sintonía con lo que ocurre en otras comunidades con tradición de terrazas.
En Málaga, en verano se permite hasta la 1:30, aunque en invierno son más restrictivos y los hosteleros tienen que recoger mesas y sillas de la vía pública a las 0:30 horas excepto los fines de semana, cuando se amplía hasta la una de la madrugada.
En Murcia, con larga tradición de tapeo y 'tardeo', las terrazas son sagradas. Allí los hosteleros están obligados a cerrar a la una de la madrugada de octubre a marzo. Sin embargo en esos meses de invierno y primavera los fines de semana pueden mantener sillas y mesas montadas hasta la 1:30 horas. El resto del año, pueden estar abiertas hasta las dos.
En Madrid, donde Isabel Díaz Ayuso se ha metido en el bolsillo a los hosteleros, las terrazas pueden estar abiertas hasta la 1:30 am en verano (de marzo a octubre); los festivos hasta las 2:30 horas y el resto del año, hasta las doce de la noche, excepto en las zonas saturadas, en las que se restringe el cierre a las 23:00 horas, previo acuerdo con los empresarios de cada distrito.
Con estos tres ejemplos vemos que la hora de cierre que ha impuesto Melilla es la más restrictiva de las tres y da la impresión de que vela más por el derecho al descanso de los vecinos que por la actividad comercial, en decadencia en la ciudad.
La hostelería va ahora mal en todas partes, pero en Melilla la situación es límite porque nuestra crisis empezó antes de la pandemia.
Sería recomendable buscar un término medio entre el derecho al descanso de los vecinos y lo que necesitan los hosteleros.
Los vecinos tienen que mirar por su descanso, pero también sería interesante que miraran por la economía de la ciudad. Las ventanas antirruido ayudan infinitamente a dormir bien y a la economía. Es cierto que no son baratas, pero en eso la Ciudad podría echar una mano, ayudando a cambiarlas no solo para protegerles de la contaminación acústica sino también para hacer que las viviendas del centro, con muchos años de antigüedad, mejoren su eficiencia energética.
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