EL Ministerio de Defensa desmintió ayer a El Faro que Melilla y Ceuta estén en estado de alerta por temor al contagio de atentados contra soldados, como los que han tenido lugar en los últimos días en París y Londres. Los que vivimos en esta ciudad sabemos que en Melilla casi todo el mundo tiene un familiar, un amigo o un conocido que es militar, policía o guardia civil. Todos, de alguna manera, nos conocemos. Eso quiere decir que nuestra seguridad, muchas veces, está en manos de nuestros padres, hijos, hermanos, amigos... Hay que tener en cuenta que en Melilla no existe el anonimato de las grandes capitales elegidas por los terroristas para darle bombo y platillo a sus crímenes. Probablemente, en cuestiones de seguridad, Melilla es hoy la envidia de muchas autonomías españolas. Ahí está el caso de la Comunidad Valenciana, que se enfadaba hace unos días porque agentes de élite de la Guardia Civil (GRS) que han sido trasladados a la ciudad autónoma se ocupaban de vigilar zonas rurales en el Levante. Aún así, estamos a la espera de que en verano vengan veinte policías más de refuerzo y al presidente de la Ciudad, Juan José Imbroda, no le han dolido prendas en reclamar más efectivos. Es cierto que el control de la inmigración en la frontera no da respiro y quizás por eso, con toda justicia, Melilla necesita más brazos para protegerla, entre otras cosas, porque la seguridad de Europa pasa por la frontera sur de España y de la Unión. También es cierto que esta ciudad es ejemplo de convivencia entre culturas y de adaptación de los extranjeros que se asientan por estos lares. Ahí está la encuesta a los soldados latinoamericanos del Instituto de las Culturas, que asegura que el Ejército es un modelo de integración. Esto no es Londres ni París, pero es evidente que vivir en una ciudad de 12,5 kilómetros cuadrados tiene muchas ventajas. Aquí no somos números (de habitantes) sino nombres (de personas). Y estamos al cuidado de hombres y mujeres que nos conocen.