Opinión

Elogio y nostalgia de la Semana Santa

Don Gregorio Marañón nos regaló un luminoso libro, "Elogio y Nostalgia de Toledo", en el que dejó sentada su evocación nostálgica de la imperial ciudad (perdón por el tópico), en aquellos días de almas en carne viva.

No pretendo caer en la petulante comparanza. Pero yo hoy, Domingo de Ramos, inicio del gozo íntimo para mí, quisiera asomarme al pretil de su hipotética azotea y divisar la nostalgia de la Semana Santa desde mi otoño vital, y hacerle un elogio desde mi indeclinable vocación cofrade, gracias a la cual, tengo siempre a Dios (que como todo el mundo sabe es el Gran Poder), paseando por las calles de mi alma.

Me veo de la mano de mi padre( q.e.p.d.), caminando, cojeando por la calle Capuchinas, ahora Cardenal Spínola, en busca del Señor. Cojeando digo, porque estaba convaleciente de una inyección mal puesta. El Señor hizo de médico con bata morada y aquella cojera se fue poco a poco limando y sane. Los claveles rojos de ofrenda al Señor de San Lorenzo son desde aquel día permanente señal de mi agradecimiento.

Luego me veo, con el decurso de los años, embutido en la túnica crema de mi cofradía de la Sentencia, escuela de cofrades de antes y de ahora.

De aquella Cofradía de mi niñez y juventud, aprendí como tantos beneméritos hermanos, a tener cercanía con Dios. Marrero, Ricardo Laínez y tantos, moldearon para siempre mi amor por las hermandades.

Me veo también, ¡ay nostalgia de lo vivido!, por la calle Colombia de mi amada Melilla, principios de los ochenta, siguiendo a mi hermandad de la Flagelación, un miércoles santo entre ingenuas bombillitas y mucho afán. Entonces, la hermandad procesionaba por el entorno de la parroquia.

Nostalgia de mi primer pregón de la Semana Santa de Melilla en 1987, con cantos entreverados en la Iglesia.

Noto mi miedo cuando en 1989 me asomé al escenario del Teatro Andalucía de Cádiz, para pregonar a la Semana Santa de mi ciudad natal y como se enroscaron en mi alma los aplausos y felicitaciones.

Luego vinieron, el segundo pregón en mi ciudad amada de 1995 y otra riada de pregones y exaltaciones....

Pero yo quiero elogiar la Semana Santa en la bella muerte amoratada del Cristo de la Veracruz de Cádiz, sigilo negro por el callejón gaditano de Tinte, y en la espalda llagada de mi hermandad de la Flagelación de Melilla y la belleza conceptual y sencilla de todas las hermandades de la eterna Rusadir.

Veo ahora que, ¡otra vez!, las cofradías "están de moda", después de que por alguna parte de una clerigalla trabucaire y estúpida nos motejaran a los cofrades, poco menos que de hipócritas y fariseos. Bien está lo que bien acaba.

Elogio la templanza y el señorío con los que los cofrades respondimos en los años terribles de la actual pandemia.

Elogio, desde la nostalgia, el esfuerzo de las hermandades de constituir el último baluarte para frenar la ola de secularización que mata todo sentimiento de trascendencia y perennidad...

Elogio la capacidad de las cofradías de no querer ser unas pequeñas ONGs parroquiales y reafirmar el fin primigenio para las que se crearon.

Elogio el esfuerzo de incardinarse en las parroquias para, en muchos casos, revitalizarlas. Malo es cuando de las parroquias desaparecen los párrocos y entran los "teólogos".

Cae la tarde del Domingo de Ramos, como cae la tarde y se "hace tarde" como en el pasaje evangélico de los caminantes de Emaus.

El elogio y la nostalgia se entreveran, viendo a un pasopalio alejarse entre las primeras sombras vesperales. De aquellas luces que reverberan, se alumbran las calles de mi alma y un Domingo de Ramos más vienen mezclados, como en las trenzas de las palmas, mi eterna alegría del elogio y la nostalgia de mi diaria Semana Santa.

Hoy desde que empieza el día, se me apartan las tristezas y me invade el alma un eterno y cansado gozo.

Que el Señor me conceda el afán perenne de vivirlo.

Que no le falte agua al elefante.

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