Quizás un ciudadano libio que el pasado viernes escuchara a Zapatero decir que España iba colaborar en el derrocamiento de Gadafi, ayer no entendiera cómo nuestro presidente decía que de eso nada. Que a lo que iban los 500 efectivos españoles, cuatro cazas F-18, una fragata, un submarino y un avión de vigilancia marítima (total, 25 millones de euros de presupuesto) era a defender a un pueblo de la locura de su dictador. Lo de derrocar a Gadafi se lo dejamos a los libios, que ya se apañarán, sabe Alá cómo. En cuatro días Zapatero ha pasado del ataque al dictador a la defensa de sus subditos. Más ha necesitado para llegar del ‘no a la guerra’ al ‘sí a la guerra’. Por el camino se ha dejado aquel manual de aprendiz de brujo que es la Alianza de Civilizaciones. ¿Qué ha cambiado en este tiempo? Ahora hay una resolución (la 1973) del Consejo de Seguridad de la ONU que avala la intervención; Francia, Rusia y China no se oponen al uso de las armas (y Alemania tampoco); quien dirige el ataque es un Premio Nobel de la Paz y no hace falta la justificación de las armas de destrucción masiva. ¿Y qué no ha cambiado en este tiempo? La batalla tiene como escenario campos y campos de petróleo; el enemigo es un dictador que aplasta a su pueblo; Estados Unidos lidera las operaciones y el objetivo es defender la democracia. Aunque ahora, según ha explicado Zapatero, tendrán que ser los propios libios los que derroquen a su dictador mientras que los soldados, al menos los españoles, se limitan al papel de árbitros que garantizan el juego limpio en esta revolución.
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