Antaño muy abundante en todo el entorno rural de Melilla, el sapo moruno (Sclerophrys mauritanica) es ahora tan escaso dentro de nuestro territorio que hay muchos melillenses que confiesan no haber visto nunca uno. Otra circunstancia que prueba su actual escasez es que no hace muchos años se podía oír el croar de los sapos morunos en las noches de primavera prácticamente desde cualquier punto de la ciudad.
Este curioso espectáculo es audible hoy en día desde algunos sitios de Melilla, donde por diversas condiciones aún existe una población de sapos suficiente para que se reúnan alrededor de un punto de agua para aparearse. Es un cántico muy diferente al de las ranas, más grave y profundo, que denota además la diferencia de tamaño de sapos y ranas, pues los sapos adultos son bastante más grandes en comparación.
El sapo moruno es un curioso endemismo norteafricano, por lo que los únicos lugares del estado español donde se pueden ver son Ceuta y Melilla. Hace algunas décadas se descubrió una población en el parque natural de Los alcornocales, en Cádiz, que se creó a partir de ejemplares introducidos de alguna forma. Hoy en día se da por extinta esa población, por lo que la distribución del sapo moruno vuelve a ser estrictamente norteafricana.
Especialmente adaptado al clima de nuestra zona, tan poco propicio para los anfibios por su aridez, el sapo moruno se aparea en los últimos meses de invierno y los primeros meses de primavera, cuando nuestros maltratados cauces tienen suficiente agua procedente de las lluvias estacionales para permitir la puesta y el posterior nacimiento y crecimiento de los renacuajos. Pocos de ellos llegarán a adultos, y a muchos les sorprenderá la sequía antes de que hayan superado su fase acuática, muriendo a veces miles de ellos en los años más secos a medida que se van secando las charcas donde habitan. Los que consiguen llegar a adultos se van dispersando por el campo y el resto del año llevan una vida solitaria refugiados durante el día bajo alguna piedra, para salir a cazar insectos por la noche, cuando las condiciones son más idóneas para ellos. A diferencia de las ranas, su piel le permite llevar una vida totalmente terrestre, pero con limitaciones, por lo que durante el día huyen del sol y necesitan un refugio que conserve el suficiente grado de humedad para sobrevivir.
Sólo cuando su reloj biológico les indica que es el momento de aparearse abandonan su vida solitaria por poco tiempo para juntarse con sus congéneres alrededor de algún punto de agua concreto donde los machos comenzarán a croar para demostrar a las hembras que son los mejores candidatos para procrear. Hace años se podían juntar en las orillas de las pozas del río Oro varios miles de ejemplares croando y apareándose; esas pozas, que los melillenses de más edad recuerdan muy bien, hoy ya no existen, pero en el actual proyecto de renaturalización que se está llevando a cabo en el río una de las prioridades es crear ambientes propicios para la recuperación de las poblaciones de sapo moruno y el resto de especies de anfibios que vivían allí. La laguna de los Pájaros, la primera de las balsas de inundación previstas a lo largo de los márgenes del cauce que ya se ha realizado, cuenta ya con algunos ejemplares, y esta primavera se pudieron oír los primeros cánticos en la zona.
Los renacuajos del sapo común, normalmente mucho más numerosos que los renacuajos de las otras especies que comparten las charcas para reproducirse, como la rana verde norteafricana (Pelophylax saharicus) y el sapillo pintojo marroquí (Discoglossus scovazzi), son unos incansables devoradores de larvas de mosquito, que pocas veces llegan a adulto en las charcas pobladas por renacuajos. En contra de lo que se suele creer, hoy en día la mayoría de los mosquitos que tanto molestan en verano suelen nacer en puntos de agua artificiales (como la que se almacena en los neumáticos viejos que abundan por el extrarradio), donde pueden reproducirse sin problemas. Los anfibios están protegidos por la ley en su totalidad, por el gran beneficio que nos aportan en su lucha contra las plagas.
En la península se están poniendo en marcha medidas urgentes para favorecer el aumento y la protección de sus poblaciones, especialmente expuestas a los cambios de uso del campo y las nuevas infraestructuras, como carreteras. En Melilla, la renaturalización del cauce del río de Oro está suponiendo un punto de inflexión para la especie, que ya comienza a recuperarse al menos en este cauce, aunque en amplias zonas del antiguo entorno rural de Melilla, hoy en día muy transformadas, esta recuperación será muy complicada.
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