No se puede concebir un profesor sin responsabilidad. La responsabilidad es una cualidad inherente a tan loable y digna profesión. No se repara, suficientemente, en que la inmensa mayoría del profesorado sobrepasa los límites normales de lo que debe ser su responsabilidad. Todo el mundo sabe de la dificultad que supone educar con acierto, y de la paciencia que se necesita para conseguir cubrir tal objetivo, sobre todo en los primeros cursos de vida escolar.
El profesorado no sólo asume las responsabilidades que les son propias, como la educación en si y el desarrollo de una enseñanza de calidad. En muchas ocasiones, hacen frente a variadas situaciones que exceden a su trabajo profesional, y es fácil que la preocupación por los problemas que afectan a sus alumnos, persista en él, una vez finalizado su horario de trabajo. Es algo frecuente.
Hay que advertir que, cuando se cuestiona la autoridad profesional del profesorado, también se está cuestionando su responsabilidad. Lo más grave es que, a la vez que se degrada su autoridad, se le exige más responsabilidad. Todos conocemos casos de familiares de alumnos que, con cualquier nimia excusa, han menoscabado a quienes educan a sus hijos o tutelados, llegando hasta la agresión física, en algunos casos.
Una de las responsabilidades educativas, a la que debe hacer frente un profesional de la educación, es contribuir a conseguir que sus alumnos alcancen un adecuado desarrollo personal y educativo. ¡Que duda cabe, de que tales resultados tienen una relación directa con una actitud responsable por parte del profesorado!.
Llegado a este punto, tenemos que ser consciente que, si un profesional de la educación se siente mal considerado social o administrativamente, si se considera su labor como algo que cualquiera puede hacer sin necesidad de mucha preparación, si se ignora su trabajo , si se les niega capacidad para poder dar pautas de comportamiento a sus alumnos, si se les restringe su libertad de cátedra, si se les impone un férreo control de su quehacer diario, si se les somete a un dictamen burocrático cada más presente en los centros educativos, si desde algunas entidades administrativas se trata de imponer eslóganes al margen del propio currículo educativo, si hay entidades próximas a la educación a las que en nada les importa el trabajo específico del profesorado, si todo esto pasa y mucho más, ¿no se cae en la cuenta, de que es muy difícil que alguien pueda tener la osadía de sentirse responsable, si tan condicionado se encuentra para tomar cualquier decisión, por mínima que ésta sea?
Un profesional de la educación debe saber que, por respeto a sí mismo y a su trabajo, no puede renunciar a la responsabilidad a la que tiene obligación y derecho por la propia esencia que supone ser profesional de la enseñanza. Es cierto que no ayuda a ello el sistema educativo que padecemos, pero es
una reivindicación irrenunciable para sentirse en el derecho personal de ser enseñante. Un profesor sin responsabilidad, o con ella mermada, no es un verdadero profesor en todas sus posibilidades.
Las familias, la sociedad y, a la cabeza, la administración, si de verdad les interesa la educación, deben contribuir a que el profesorado pueda ejercer su responsabilidad profesional. La solución pasa por confiar en la labor que hacen, así como en su capacidad para educar adecuadamente.
Por supuesto, la responsabilidad en el trabajo es exigible al profesorado, como a todo grupo de trabajo; pero, no se debe restringir, ni dificultar los medios necesarios para que puedan cumplir con la efectividad necesaria ante tales responsabilidades. No podemos ignorar que un alumnado que percibe que, quien tiene que educarle y enseñarle, tiene un perfil indeciso y dependiente, acabará ignorando al mismo, y apartándose de sus propias responsabilidades. Si se quiere negar que los profesores son los modelos en los que se reflejan sus alumnos, se puede negar, pero, no por ello, dejará de ser así.
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