Antonia Cerrato, la viuda del recordado Paco, gran taxista, gran persona, es mujer afable, especialista en modas y potingues, pero, sobre todo, es la hermana mayor de la Hermandad del Rocío de Melilla, la única institución que cuenta con todos los pronunciamientos legales necesarios para ser la representante oficial de la advocación mariana de las Marismas aquí, en la antigua Rusadir.
Los rocieros de Cerrato forman una familia entrañable que tienen claro el amor a la Blanca Paloma y cómo funcionar en calidad de hermandad. ¿Folclore?, pues claro que sí, pero desde la atalaya de la fe y desde el balcón del rigor.
Decía el extraordinario lateral del Real Madrid, Paco Gento, que “lo que no puede ser, no puede ser y, además, es imposible”. Parafraseando a Gento, “lo que se hace bien, se hace bien y, además, está bien hecho”, o sea, como lo hace la Hermandad del Rocío.
En Almonte, hay un momento, el correspondiente a la presentación de las hermandades, en el que Melilla brilla con luz propia. La gente –un millón de personas, oiga– no acaba de creerse que esta ciudad norteafricana tenga tan esplendorosa representación rociera. Pero más les cuesta creerse que el Coro Rociero de Melilla pueda cantarle a la Señora como lo hace la agrupación musical que dirige el bueno de Antonio Lobato.
El acto del Pregón Rociero es uno de los mejor preparados del ruedo social y religioso de la ciudad. Pregoneros y pregoneras vienen de la Península bajo el manto de su solvencia cristiana y literaria. Como decía antes… las cosas cuando se hacen bien es que están bien hechas. Y luego vienen acontecimientos de calado en el día a día de la hermandad.
Sí, porque es acontecimiento de importancia el contar con una carreta propia, recién adquirida, magníficamente preparada para hacer el Camino, con su Sin Pecado –nuevo también, emocionante– que se enseñorea y enseñorea a Melilla por la Raya y el Quema. Y lo que va a pasar dentro de unos días no es menos trascendente.
Tras años de vivencias cerca del mar, allá en el Hipódromo, la Hermandad se acerca a don Pedro de Estopiñán. En los bajos del baluarte de San Fernando sientan sus reales los rocieros melillenses. Y es que, cuando la Ciudad Autónoma comprueba que una institución funciona como un reloj suizo, hace todo lo posible para, como dice el castizo, ‘no les falte de ná’.
Antonia, Agustín, Mariné, Antonio Aragón, Mariné… y tantas excelentes personas creyentes en María de las Marismas son apóstoles del mejor cariño rociero y, por si fuera poco, cantan como los ángeles. Así, merece la pena creer en la Madre de Dios.
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