Los melillenses prefieren comer en casa o llevar la nevera repleta al mar.
Siempre que tiene un día libre baja a la playa. Es de esas cosas que no le cuestan dinero. Pero es que entre los días nublados y el levante apenas ha podido disfrutar de estar un día entero tirada en la arena y remojándose en el mar. Asegura que este verano es atípico. No recuerda un mes de julio con tantos días grises. Y claro, bajar a la playa con todo el cielo encapotado no es la escena perfecta para pasar un día de descanso. Ayer, por ejemplo, el día amaneció nublado y luego fue saliendo el sol. Destaca que se puso el bikini y salió de casa con la esperanza de que algún rayito de sol saliera a media mañana. Tuvo suerte, porque el sol venció a las nubes antes de que llegara la hora de comer. No es de las que se queda en la playa todo el tiempo. Prefiere ir a casa y comer allí con el resto de la familia. Lo cierto es que está en paro y no quiere gastar mucho dinero.
Como esta joven hay muchos melillenses sentados en las hamacas. Son muchas las familias que se llevan fiambreras con fruta o bolsas de patatas para ‘matar el gusanillo’ cuando llegan la 13:00 horas y no se quieren mover de la playa. Pero nada más dan las 14:30 horas recogen todo y se marchan a casa a comer. La ventaja de vivir en una ciudad como Melilla, con el mar tan cerca, es que pueden incluso dejar las toallas en la arena, reservando la sombrilla, y volver a la hora y media y seguir disfrutando de la brisa marina.
¿Comer en los chiringuitos?
Una pareja asegura a El Faro que es la segunda vez que van a la playa en este verano. Siempre que han tenido la oportunidad les ha hecho mal tiempo, así que decidieron ayer que aunque estuviera algo nublado iban a bajar al menos un rato para darse un chapuzón. Con ellos van una hermana y una amiga. Suelen ir a la playa en familia o con los amigos. Esperan que los días de nubes se acaben ya y que el mes de agosto sea soleado. En caso contrario, no cogerán color en los dos meses que tienen de vacaciones hasta que llegue el nuevo curso en septiembre.
Estos dos jóvenes explican que no es nada sencillo quedarse a comer en la playa. En los chiringuitos las comidas son caras y no se lo pueden permitir todos los fines de semana. Y el resto de restaurantes y bares que hay cerca del Paseo Marítimo tienen el mismo problema. Al menos que vengan con los padres, prefieren volver a casa a comer y echarse la siesta. Esto tampoco les cuesta dinero.
Otras familias, como la de María, aprovechan que los abuelos se bajan temprano para la playa para averiguar si hace un buen día para ir con los niños. Si los abuelos les dan el ‘ok’, los prepara, aunque intenta dejar la comida hecha, que luego le da mucha pereza cocinar cuando llega cansada de tantos baños y juegos con los pequeños.
Afirma que no tiene muy claro que ir a la playa sea barato. Hace cuentas y si suma el dinero que se ha gastado en los bañadores nuevos, porque los niños crecen muy rápido, las cremas solares especiales para ellos, que son ‘carísimas’, los hinchables, los cubitos, las palas, las toallas... Es cierto que nadie les cobra por plantar la toalla en la arena, pero ‘gratis’ no le sale. Además, si a los peques se les antoja un helado o unas chuches, no se les puede decir que no. Están de vacaciones y le gusta complacerles. Intenta volver a casa para comer porque está ahorrando para cuando se vayan a mitad de agosto a la casa de unos familiares de Málaga. Menos mal que los primos viven fuera de Melilla y con la excusa de ir a visitarles, pasan unos días fuera de la ciudad. Ellos les ofrecen su casa y de esta forma, sí pueden permitirse unas vacaciones.
Con la nevera a cuestas
No hay dinero para dar de comer a toda la familia en un chiringuito o un restaurante del Paseo Marítimo. Se juntan cerca de 20 personas entre los abuelos y los niños. Lo mejor en estos casos es cargar con las neveras de casa. Ésta es la otra forma de estar en la playa de Melilla. Montan un toldo, las mesas de camping y las hamacas para pasar todo el día en San Lorenzo o en la Hípica. Son los domingueros veraniegos melillenses.
Aunque últimamente no les hace falta el toldo. Aseguran que muchos días está nublado o se estropea con el viento de levante. Pero no quieren renunciar a estas horas en la playa. Éstas son sus vacaciones. Es lo único que se pueden permitir. Así que van a la compra, cargan las neveras de cerveza fresca, tinto de verano y refrescos y se las apañan comiendo tortilla de patatas y pechugas empanadas. Las latillas de mejillones son lo más parecido al marisco que van comer este verano.
La crisis les ha dejado sin dinero en las cuentas del banco, pero no les va a quitar las ganas de pasar un día en familia. Ni las nubes consiguen echarles de la playa.
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