Opinión

El lado correcto

El mundo dista mucho de ser el lugar perfecto que nos gustaría a todos los seres humanos, consultados individualmente. Un lugar en el que no existieran conflictos y todo se desarrollara de una manera armónica y a plena satisfacción de todos, dando respuesta a las innumerables inquietudes de todos y cada uno de los seres humanos.

Actualmente se ha desencadenado en el mundo un nuevo conflicto, que, aunque larvado y sostenido durante décadas, presenta periódicamente crecimientos graves de la violencia. Uno de esos crecimientos periódicos de la violencia se está materializando ante todos nosotros en este momento. Me refiero, obviamente, al conflicto entre el Estado de Israel y la organización Hamás en la franja de Gaza. Este conflicto no ha hecho callar las armas en Ucrania, ni en Siria, ni en Yemen, ni en diferentes partes del Sahel, como manifestaciones más representativas de la violencia entre seres humanos, sin mencionar los dramas humanitarios propiciados por los masivos movimientos migratorios vinculados a estos conflictos y a la existencia de importantes bolsas de pobreza extrema en diferentes partes del mundo, que provocan, inevitablemente, la asunción de todo tipo de riesgos físicos acometiendo peligrosos desplazamientos migratorios para aspirar a la supervivencia. Nada parecido, como digo, al mundo perfecto con el que todos soñamos.

Lo que sí ocurre es que el conflicto de hoy atenúa en nuestra memoria el recuerdo del conflicto que ocupaba nuestra atención el día de ayer y éste el de anteayer y así sucesivamente, pero siguen existiendo, simultáneamente, todos ellos y con el mismo grado de violencia y de destrucción.

Frente a esta realidad que nos sacude y de la que no conseguimos liberarnos, se nos ofrecen diferentes alternativas. Unas, en un extremo, proponen la toma de parte contundente y sin reservas por uno u otro contendiente, hasta la aniquilación física del otro. Otras, en el extremo opuesto, en la posición de los mejor intencionados, abogan por la negación de la legitimidad al empleo de la fuerza por unos y por otros y a la resolución de todos y cada uno de los conflictos por métodos, exclusivamente, pacíficos, mediante el diálogo y la negociación. Se obvia, por parte de éstos, el pequeño problema de no ofrecer una propuesta de cómo actuar en caso de que uno de los contendientes no quiera dialogar ni negociar, sino, simplemente, ver satisfechas sus demandas, que considera, justificadas y evidentemente indiscutibles e innegociables.

Hemos de luchar, sin lugar a dudas, todos, por la paz y por la resolución negociada de las desavenencias. Lo hemos de hacer cotidianamente y en el desarrollo de todas y cada una de las actividades en las que se materializa nuestra vida ordinaria.

No obstante, hemos de reconocer, igualmente, que el mal existe y que la codicia o la incomprensión de las razones del otro nos llevan a resolver nuestras desavenencias por un grado de confrontación de mayor o menor intensidad, teniendo como manifestación más extrema la confrontación física y por lo tanto violenta de nuestros diversos planteamientos y posturas en torno a un mismo asunto. Negarlo no conduce a nada más que a no adoptar las previsiones necesarias para cuando estas confrontaciones se manifiesten.

Otra propuesta revolucionaria de estas personas bien intencionadas que se resisten a aceptar la coexistencia de la confrontación física con nuestra naturaleza humana es la de proponer la eliminación de todas las armas, como si las armas o su comercialización fuesen las responsables de nuestros conflictos. Quizás más revolucionario que eso sea decir que las armas, por sí mismas, son inofensivas, que lo que las hace dañinas o instrumentos de daño e incluso de muerte es la voluntad o intención de quien las utiliza con ese propósito contra otro ser humano.

En caso de que todos aceptásemos la eliminación de todas las armas y su comercialización, deberíamos establecer el procedimiento de cómo hacerlo y determinar cómo imponer esa decisión a toda la sociedad, a los partidarios de ella y a los contrarios a la misma. Así surgió en las sociedades modernas el concepto del monopolio del empleo de la fuerza, que no de la violencia, por parte de los administradores de dichas sociedades. Así surgieron los cuerpos policiales y de orden interno y finalmente los Ejércitos nacionales y las organizaciones armadas que, finalmente, se fueron añadiendo a organizaciones internacionales de Seguridad y Defensa que responden ante sus sociedades y ante la legalidad internacional.

Nada más sujeto al control que el empleo de la fuerza por parte de las Fuerzas Armadas (FAS) y Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado (FCSE) en una sociedad moderna. Sobre la base de este principio, nuestra nación ha venido desarrollando en los últimos 45 años una legislación rigurosa de la que nuestras FAS y nuestros FCSE son ejemplares cumplidores. De igual manera, nuestra nación se ha venido incorporando, también durante los últimos 45 años, a todas las instituciones y organizaciones multinacionales e internacionales de seguridad y defensa que comparten unos mismos principios: el respeto a la democracia, al estado de derecho, a las libertades individuales y a la defensa de los derechos humanos. En otros términos, el respeto inalienable a la supremacía de la dignidad del ser humano por encima de toda otra consideración. Así, España, forma parte de organizaciones como la Unión Europea, la Organización del Tratado del Atlántico Norte, la Organización para la Seguridad y la Cooperación en Europa y en el marco global la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico y la Organización de las Naciones Unidas, con las que compartimos, precisamente, todos esos principios.

Ante todos aquellos que ponen permanentemente en cuestión nuestros principios de Defensa y Seguridad y el marco de nuestras alianzas en este ámbito, los españoles estamos masivamente del lado de la democracia, el estado de derecho, las libertades individuales y la defensa de los derechos humanos. En otros términos, estamos del lado del respeto inalienable a la supremacía de la dignidad del ser humano por encima de toda otra consideración. En resumen, los españoles estamos del lado correcto.

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