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“El juego debe ser como el amor, o es libre o no es”

Quedan pocos días para que los niños tengan sus vacaciones de verano. Descansar no significa no hacer nada sino ocuparse en otras actividades que requieren menos esfuerzo, como acampadas, nadar, salir en bicicleta o realizar manualidades. Son muchas las cosas que se aprenden fuera de las aulas: ver una puesta de sol, subir a un árbol, ver peces en el mar, ir a una montaña, conocer personas nuevas. Conversamos con Katia Hueso (Madrid, 1971) bióloga y autora de libros como Educar en la naturaleza, Jugar al aire libre, Un viaje a nuestra esencia o Somos naturaleza.

-Los niños hoy, ¿cómo juegan?

-El juego infantil ha cambiado mucho en las últimas décadas, no así la necesidad de jugar. Hoy en día los niños tienen un juego más sedentario y, sobre todo, controlado. Dependen en mayor medida de terceras personas, bien de sus familias, por el miedo al riesgo que podría suponer jugar fuera de su vista; bien por personas que lo diseñan o preparan, dejando escaso margen para la espontaneidad y la creatividad. Piénsese en los diseñadores de juegos de ordenador o en los monitores de todo tipo, con propuestas dirigidas. Al niño, a la niña, se le ha privado de autodeterminación a la hora de decidir dónde, cómo, a qué y con quién jugar. El ocio está agendado al minuto, predeterminado por las necesidades de los adultos a su alrededor, que tendemos que optar por actividades predeterminadas, organizadas, regladas. Es cómodo, seguro y educativo, sin duda, pero ¿es lo mejor para ellos?

-¿Que es jugar? (en un niño)

-El juego, para un niño, es placer, creatividad, riesgo y libertad. Para que el juego sea genuino debe apetecer, estimular, motivar. El niño y la niña deben tener la última palabra sobre los parámetros que lo determinan. Cuando el juego no les interesa, no les produce placer, lo dejan. Jugar también es explorar nuevas vías de entender el mundo, de relacionarse con otros, de conocerse a sí mismos. Es probar ideas, conectar experiencias, aprender sin darse cuenta. Y esto lo consiguen asumiendo riesgos, dando pequeños pasos más allá de su zona de confort. Observando, indagando, experimentando, a la medida de sus intereses y capacidades. En todo este camino ejercen de manera, al principio inconsciente, y poco a poco más consciente, su libertad como individuos de pleno derecho que son. Todo esto es imposible si el juego está predeterminado por adultos, bien porque persiguen una seguridad a toda costa, bien porque forman parte de una oferta educativa o comercial, con reglas más rígidas y una duración prefijada. Eso son, para mí, actividades lúdicas.

Ahhh... muchos padres cuando lean esto van ponerse rojos.

-El juego de verdad, el genuino, el auténtico, es el que conduce al pleno desarrollo de la persona y debe girar en torno a sus necesidades e intereses, con una mínima injerencia del entorno. Aunque la frase no es mía -no recuerdo dónde la oí- pienso que “el juego debe ser como el amor, o es libre o no es”.

¿Por qué es mejor jugar en la naturaleza?

La naturaleza ofrece un escenario ideal para que se dé el juego libre, tal y como lo he descrito antes. Son espacios física y mentalmente amplios, en general seguros y estimulantes a dosis adecuadas. Por su variedad de ambientes y situaciones es el espacio ideal para explorar, practicar todo tipo de habilidades y conocimientos, y fomentar las relaciones de cooperación y empatía entre los niños. Los materiales son diversos, únicos, abiertos y polisémicos. Un palo o una piedra puede ser cualquier cosa. Este tipo de materiales, llamados piezas sueltas, dan una enorme flexibilidad al juego y permiten adaptarlo a las necesidades de cada momento. Son elementos que enriquecen, pero no dirigen el juego; permiten al niño decidir en todo momento qué hacer con ellos. Permanecer en la naturaleza es además saludable, por lo que supone de respirar aire más limpio (al menos que el del interior de un edificio) y moverse con más amplitud e intensidad. Pero la naturaleza les (¿o debería decir “nos”?) beneficia de un modo más profundo.

-La naturaleza fascina a los niños... El juego espontáneo de mis veranos en el campo son inolvidables. Nos íbamos a un canal a ver anfibios, me caía de la bici, me subía a un árbol, cogía higos...

-En ella tenemos experiencias emocionalmente significativas, intensas, memorables, que formarán parte de nuestra memoria y nuestro acervo personal. A través de ellas generaremos un vínculo emocional con la naturaleza, que hace que queramos cuidarla tal como ella nos cuida a nosotros.

-¿Cómo podemos divertirnos en la naturaleza sin dinero?

-La ventaja que tiene jugar en la naturaleza es que no nos exige nada. Como mucho, el dinero necesario para desplazarse a ella, si no la tenemos a mano. Pero en el contexto del juego hay muchas naturalezas viables: un parque, una playa, un monte o bosque cercano. Tal vez sea necesaria una mínima inversión en un equipamiento personal adecuado a las condiciones meteorológicas y del terreno, que asegure una estancia agradable. Esto en verano no puede ser más fácil; zapatillas, gorra y crema solar. El juego, si es genuino, no necesita mucho más que tiempo para desarrollarlo y un entorno medianamente limpio y seguro, con algo de riesgo y posibilidad de aventura. Pensemos en árboles o rocas para trepar, arbustos para esconderse, elementos naturales como semillas, hojas, palos o piedras para crear historias, fabricar juguetes o simplemente explorar.

-La vida hoy se ha sofisticado en este aspecto... es una pena.

No debemos lamentarnos por no poder hacer ese soñado viaje o ir a ese campamento tan apetecible. Los mejores veranos son esos que duran una eternidad, rebuscando entre las piedras, viendo el mundo desde el follaje de un árbol y soñando despiertos en una cabaña hecha por nuestras manos.

-En su libro El Camino de Delibes, el personaje Daniel el Mochuelo se da cuenta de que la naturaleza te da una sabiduría que no da el asfalto. ¿Es así también para usted?

-¡Muchas gracias por la referencia! Soy una gran admiradora de Miguel Delibes y “El camino” es una de las obras que me llevaría a una isla desierta. Supongo que la naturaleza nos da una sabiduría diferente. Lo que a mí me ha aportado sin lugar a duda es autoconocimiento. Las situaciones que he vivido en ella, la mayoría agradables; otras, impactantes, me han hecho crecer como persona y aprender a valorar cosas esenciales en mi vida. Me han permitido ver la vida con agradecimiento y compasión, dos valores que deberíamos reivindicar para hacer de ésta una sociedad mejor.

-Hay muchas formas de estar en la naturaleza...

-Estar de forma consciente en la naturaleza nos hace conocerla mejor, por simple contacto con ella, por el hábito de estar ahí. La sabiduría que nos da la naturaleza es además universal y duradera, independientemente de dónde nos encontremos y en qué momento de la vida estemos. Será un legado que llevaremos con nosotros, siempre y en todo lugar.

-¿Por qué es siempre mejor divertirse a cielo abierto sin tanta organización tan de moda ahora?

-La diversión “organizada” rara vez responde a nuestros intereses genuinos. Tiene, como decía antes, unas reglas más rígidas, una duración limitada y tiene lugar en espacios prediseñados al efecto. Hay muy poco espacio para la improvisación, la adaptación a los intereses de cada cual o simplemente el cambio cuando ya no nos motiva. Al aire libre, sea en un parque, bosque o playa, tenemos siempre el poder de decisión sobre qué hacemos, con quién, cómo y durante cuánto tiempo. Somos nosotros quienes definimos el diseño y el transcurso del juego, lo ajustamos a nuestras preferencias. Hay materiales de sobra, espacio abierto, libre y estimulante y posibilidades infinitas. Como ya hemos visto, son múltiples los beneficios para la salud física y mental; para el desarrollo cognitivo, las habilidades sociales y la regulación emocional.

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