A finales del pasado mes se celebraron en Melilla, en el Palacio de Exposiciones y Congresos, la 1º Jornada de Religión, Ciudadanía y Espacio Público organizado por el Instituto de las Culturas y la Asociación Musulmana de Melilla, además de la colaboración de la UNESCO. Las jornadas resultaron ser un éxito, según sus organizadores, tanto por la calidad de los conferenciantes como por la implicación y participación del público que las siguió durante tres días.
“Melilla pasa de ser un laboratorio a ser un observatorio para el diálogo intercultural más que religioso”, indicó el consejero de Presidencia y presidente del Instituto de las Culturas, Abdelmalik El Barkani, en la clausura de las 1º Jornadas.
Un total de 150 inscritos y más de 20 ponentes son sólo los primeros datos del éxito de estas jornadas que han abierto el debate sobre cuestiones como la convivencia, el desconocimiento de la cultura que vive al lado y la falta de espacios donde compartir ideas e intercambiar opinión.
Uno de los primeros ponentes fue Prakash Ratan Mirchandani, natural de Ceuta, doctor en Ciencias Védicas y Psicólogo especialista en Sexología y Psiquiatría y que además ejerce como portavoz de asuntos culturales y sociales de la Comunidad Hindú de Ceuta. Se originó un debate en torno al título de “Islam e Hinduismo, dialogo Interreligioso” donde participó diferentes especialistas de diferentes confesiones religiosas, así como Jacobo Israel, quien fue presidente de la Federación de Comunidades Judías de España; Abdeselam Hassan, filólogo árabe y doctor en Cultura Árabe y Hebrea; Roberto Rojo Aguado, vicario episcopal de Melilla.
De entrada, el experto en Ciencias Védicas aclaró el termino de “hindú”, siendo usada por primera vez por los persas árabes al referirse a los pueblos indios que vivían a la orilla del río sindhu, y que por dificultades de pronunciación, el nombre del pueblo Sindhu (actual Pakistán) paso a llamarse Hindú.
Quizás lo más sorprendente de la ponencia fue cuando gran parte de los asistentes escucharon que el Hinduismo es una religión monoteísta a pesar de la creencia popular del politeísmo reinante. Prakash Ratan explicó que el Señor Supremo es Único y tiene la capacidad de expandirse en innumerables formas a través de las sucesivas encarnaciones del Señor a lo largo de la humanidad. Además de resaltar que el Hinduismo más que una religión es un estilo de vida y que uno de los aspectos más importantes es el Alma que habita en cada cuerpo, siendo este de carácter inmaculado, sin importar la nacionalidad, credo, raza, género o religión.
Después de la breve exposición, el doctor en Ciencias Védicas habló de las creencias fundamentales del Hinduismo (como por ejemplo “sólo existe una realidad divina suprema, personal o impersonal, de la que depende todo, incluidas las otras divinidades”) y de los objetivos generales, entrando ya en la materia de las diferencias externas en las religiones, y del aporte del Mundo Islámico a la Cultura Védica Hindú y viceversa, así como las relaciones de convivencia en la Ciudad hermana de Ceuta.
Islam e Hinduismo
Entre los siglos XII y XVIII los musulmanes dominaron grandes regiones de la India. Su influencia sobre el Hinduismo se reflejó especialmente en la aparición de reformadores monoteístas, como el Gurú Nanak, fundador de la religión Sikh que, conservando las ideas fundamentales del hinduismo (reencarnación, liberación por la sabiduría o el amor a Dios) rechazaban sus aspectos mas exteriores: los rituales, el poder de los sacerdotes, el sistema de castas, etc.
En el marco del contexto histórico geográfico, la primera dinastía islámica que tuvo dominio sobre India fue la de los gaznavíes o gaznávidas, originada en la ciudad de Gazna (hoy Afganistán), fundada por Abu Mansur Sebuktigin (942-997) hacia 977. Su hijo y sucesor, conocido como Mahmud de Gazna (971-1030), extendió sus dominios abarcando el Jorasán y gran parte del Irán, el Punjab, el Sindh y finalmente, casi toda la India, a partir del año 997. Mahmud de Gazna fue un soberano muy perspicaz e infatigable. En el subcontinente organizó su administración según el modelo iraní, adoptando el persa como idioma de su corte. A partir de entonces, el persa sería la lengua oficial en el subcontinente durante ochocientos años.
Sin embargo, el más original y brillante de los ocho sucesores de Shamsuddín Iltutmish fue su hija Radiyya, quien gobernó entre 1236 y 1240, convirtiéndose en la primera mujer en dirigir un estado islámico en la historia. Durante este brillante período, Delhi (capital actual de India), pasó a ser el refugio y reunión de sabios, teólogos y científicos procedentes de otros puntos del mundo islámico que huían de la invasión de los mongoles.
No obstante, uno de los reyes mongoles más destacado fue, el hijo de Humayún, alaluddín Muhammad (1542-1605), conocido como Akbar (‘el Grande’), sería el gran organizador del dominio musulmán del Indostán.
El tercer emperador mogol llegó al trono a los trece años. Contemporáneo de Isabel I (1633-1603) de Inglaterra, supo expandir el dominio musulmán en la India y crear un verdadero sistema administrativo, introduciendo pesos y medidas estandarizados, estructuras fiscales y una fuerza de policía operativa. Akbar era un personaje paradigmático.
Soberano indulgente y muy tolerante, abolió los impuestos que sobrecargaban a los no musulmanes (hindúes y budistas) y promovió los matrimonios mixtos entre los musulmanes y las diversas comunidades indostanas, una actitud que nos hace recordar al Gran Alejandro y las bodas entre doncellas persas y soldados griegos. Él mismo dio la pauta al casarse con una princesa hindú rajput de Jaipur que siguió practicando su fe (Akbar estuvo casado con tres mujeres de religión distinta). Esto no significó, como algunos sostienen, que hubiese descuidado su práctica islámica sino todo lo contrario. El mejor ejemplo de lo que afirmamos es su legado arquitectónico representado por Fatehpur Sikri.
Akbar abolió la costumbre tradicional de los indios y mongoles de esclavizar a los prisioneros de guerra, y en 1563 eximió a los hindúes de diversos impuestos aplicados por sus antecesores. Entre los años 1568 y 1574, Akbar se anexionó muchos reinos rajputas, gracias a su políticas de conciliación. Muchos de los nuevos súbditos se islamizaron y se sumaron al ejército islámico que en 1572 conquistó el Gujarat. Esta expedición puso en contacto a los musulmanes indios con los colonialistas portugueses.
Más profunda que estos intereses políticos era su afición a la especulación filosófica. Akbar anhelaba en secreto ser filósofo.
Como correspondía a un filósofo, estaba profundamente interesado en todas las religiones y creencias celestiales. Su cuidadoso examen del Mahabharata, el más extenso poema épico de la literatura india antigua, –que hizo traducir al persa y al árabe–, y su intimidad con los poetas y sabios hindúes le atrajeron al estudio del hinduismo. Tenía la gracia de saber contentar a todas las creencias: complació a los zoroastrianos llevando bajo la ropa la camisa y cíngulo sagrados y dejó que los jainistas lo persuadieran a que abandonase la caza y prohibiese, en ciertos días, la matanza de animales.
Cuando supo de la religión llamada cristianismo, que había llegado a la India con la ocupación de Goa por los portugueses, mandó un mensaje a los misioneros paulistas que allí había y los invitó a enviarle dos de sus hombres más doctos.
Más adelante llegaron algunos jesuitas a Delhi y lo interesaron tanto en la historia de Jesucristo que ordenó a sus escribas la traducción del Nuevo Testamento. Dio a los jesuitas plena libertad de predicar y les permitió educar a uno de sus hijos.
Mientras los católicos estaban asesinando protestantes en Francia y los protestantes, bajo la reina Isabel, estaban asesinando católicos en Inglaterra, y la Inquisición mataba y robaba a los moriscos y judíos en España y el filósofo Giordano Bruno (1548-1600) ardía en la hoguera de Campo dei Fiori en Roma, Akbar invitaba a los representantes de todas las religiones de su imperio a una conferencia, los comprometía a la paz, promulgaba edictos de tolerancia para todo culto y creencia, y fomentaba el Din Illaihi (‘religión divina’), ideado por él, que sería la suma de las religiones monoteístas e hinduistas y permitiría la unidad y convivencia de todos los pueblos y culturas indostanas.
“Es cierto que se aprecia diferencias y divergencias existentes entre el Islam e Hinduismo, pero existe un fondo y punto de encuentro común y clave, piedra angular de ambas. Ese punto de encuentro tiene un nombre propio en cada una de estas tradiciones, tal es el TAWHID para el Islam y el VEDANTA-ADVAITA para el Hinduismo. Cuando hablamos del Tawhid estamos hablando de “la Unidad”, cuando lo hacemos a través de la filosofía Advaita nos referimos a la “no dualidad”. Maneras distintas de expresar la misma idea. Bien por la afirmación de lo que es o por la negación de lo que no es”, concluyó su intervención Prakash Ratan Mirchandani.
Fueron muchas las aportaciones que se hablaron durante tres días y muchas de ellas se desarrolló en las comidas principales y en los pasillos del Congreso. Grandes ponentes y especialistas, como Paul Balta, Laura Navarro, Zouhir Louassini, Rafael Rodríguez Ponga, Miguel Piñeiro, Juan Ferreiro, Ana Planet, Manclus, Bibinha, Mohatar Marzok, Juan José Tamayo, Margarita Pintos y un largo etcétera pudieron disfrutar y compartir sus experiencias que se tradujeron en felicitaciones personales al ponente ceutí.
También se habló de Gandhi, y su misticismo del amor y del sacrificio del yo viene de antiguo, tanto en la India como en Irán, y puede muy bien provenir de una misma fuente en Asia central, antigua tierra de origen de ambas culturas.
La enseñanza de Mahatma Gandhi, el gran maestro espiritual y político hindú, que surgió de la práctica bhakti del amor devocional en la India, tiene mucho en común con las doctrinas del sufismo, y éste, aun perteneciendo al contexto del Islam, es en muchos aspectos continuación de la gnosis pre-islámica del mazdeísmo iraní. Desde su propio punto de vista de una fe unitaria y ecuménica, tenía un profundo amor y respeto por el Corán, al que no consideraba menos inspirado por la divinidad que el Bhagavad Gita.
Rezaba Gandhi “Dios tiene miles de nombres, decía, o mejor, no tiene nombre. Podemos adorarle y rezarle con cualquier nombre que nos agrade. Algunos le llaman Rama , otros Krishna; unos le llaman Rahim, y otros le llaman Dios. Todos rinden culto al mismo espíritu”.
Debemos recordar que Gandhi, después de toda su implicación en la lucha para la liberación de la India y de sus esfuerzos para reunir las distintas creencias bajo un punto de vista común, sinóptico y unitario, cuando estaba muriéndose debido a la herida provocada por un fanático asesino hindú, pidió que su asesino fuera perdonado. Por ello, cuando Gandhi pide que la religión se implique en la política, se debe ver esto a la luz de una visión muy particular de la religión, como motivadora de la Verdad en la conciencia de la persona, y no como un pretexto para la demagogia y la arenga polémica.
Su enseñanza básica de que Dios es la verdad es paralela a la visión de los santos sufíes, que efectivamente llaman a Dios ‘Haqq’ (‘la Verdad’). Como los sufíes, enseñó y practicó la no-violencia, llamada en sánscrito ahimsa. Lo mismo que para los sufíes, esta no-violencia no es tan sólo un enfoque pasivo de los enfrentamientos, sino que es un concepto dinámico, que se activa con la energía del amor.
Casi al final de la intervención, Prakash Ratan mencionó una de las características del hinduismo que lo hacen especialmente atractivo en la actual situación de interculturalidad y diálogo interreligioso: “Desde hace siglos una parte creciente de esa tradición religiosa acepta que su propia religión no es más que uno de los múltiples caminos que llevan hacia lo divino, y que las otras religiones son tan válidas como la suya. Esta convicción le ha hecho ser la religión más tolerante y respetuosa con las demás –aunque no faltan fanáticos, como en todas partes–, precursora de lo que actualmente llamamos el ‘pluralismo religioso’: la actitud religiosa que no se atribuye el monopolio de la verdad o de lo divino sino que cree que éste se revela al hombre de infinitas formas diferentes, todas ellas genuinas, en las distintas culturas y situaciones personales”.
Y como broche, el ponente relató una experiencia personal con unos de sus maestros espirituales; Swamiji, (maestro en un tono cariñoso) ¿cuál es la mejor religión?” Prakash esperaba que dijera: “El Hinduismo o Sanatan Dharma o las religiones orientales, mucho más antiguas que el Cristianismo o Islamismo ...” Swamiji, hizo una pequeña pausa, sonrió, me miró fijamente a los ojos, lo que me desconcertó un poco porque yo sabía la astucia contenida en la pregunta; y afirmó : “La mejor religión es la que te aproxima más a Dios, al infinito. Es aquella que te hace mejor”. Para salir de la perplejidad delante de tan sabia respuesta, pregunté:
“¿Qué es lo que me hace mejor?” El respondió: “Aquello que te hace más compasivo, más sensible, más desapegado, más amoroso, más humanitario, más responsable, más ético... La religión que consiga hacer eso de ti es la mejor religión”. Callé, maravillado, y hasta los días de hoy sigo rumiando su respuesta sabia e irrefutable.
Así que mi querido amigo mío no me interesa tu religión o si tienes o no tienes religión. Lo que realmente me importa es tu conducta delante de tu semejante, de tu familia, de tu trabajo, de tu comunidad, delante del mundo”.
Finalmente, el ponente propuso varias líneas de trabajo conjunto y aprovechó para mostrar su más sincero agradecimiento a la organización “por el maravilloso encuentro y por confiar en mis capacidades”, a los coordinadores del programa “por estar pendiente en todo momento de nosotros, a la Comunidad Hindú de Ceuta y Melilla por su propuesta al congreso, a la población melillense por su buena y educada acogida, a los asistentes de élite por el incesante intercambio de opiniones, ideas y reflexiones personales y a las Autoridades por permitir un espacio para el diálogo ¡muchísimas gracias!”.