El hombre invisible

Cuatro encapuchados intentan secuestrar a un preso que salía de permiso de la cárcel de Melilla. Ocurrió a las puertas de la prisión local, rodeada de cámaras, y la Policía Nacional aún no ha detenido a los cacos.

Si ese recluso hoy está vivo es gracias a la intervención de un funcionario del centro penitenciario local que se jugó el tipo: lo podían haber matado. Quienes se atreven a secuestrar a una persona en mitad de la calle casi con total seguridad van armados.

No creo que los raptores llegaran a las puertas de la cárcel local tras ponerse de acuerdo en la barra de un bar. No me cabe en la cabeza que estemos ante un hecho aislado o ante una iniciativa de cuatro exaltados.

Si han ido tan lejos es porque tienen poder para hacerlo. Nadie se atreve a tanto en una ciudad de 12 kilómetros cuadrados con las vías terrestres de escape controladas durante todo el día.

Viven en Melilla, se mueven en Melilla y por lo visto se creen que son los reyes del mambo en Melilla. El poder que tienen, unido a la escasez de policías y guardias civiles en esta ciudad, les ha llevado a pensar que todo lo pueden.

La droga y el tráfico de inmigrantes se han convertido en negocios rentables en el norte del Rif. No recuerdo cuándo fue la última vez que las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad desarticularon un cártel en toda regla.

Aquí caen camellos y chipichangas con una piedrecita de hachís en el bolsillo, pero los peces gordos se van de rositas. Y que eso ocurra en un país que mantiene un nivel de alerta antiterrorista 4 de 5, da un poco de miedo.

Se supone que debería haber más policías en las calles, de paisano y de uniforme. Si alguien los ha visto, que se declare afortunado. Y si no, que le pregunten a los vecinos que llaman a las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad ante cualquier incidente y éstas o no aparecen o llegan cuando ya está todo resuelto para bien o para mal.

Que un funcionario de prisiones salga solo a enfrentar a 4 encapuchados merece un reconocimiento. Pero todos sabemos que son los jefes los que se llevan las medallas pensionadas. Para los héroes anónimos se reservan diplomas y palmaditas en la espalda.

Vamos camino de convertirnos en una ciudad sin ley como la Línea de la Concepción, en Cádiz. Allí los narcos entraron a un hospital a rescatar a un traficante. Aquí intentan secuestrar a un preso a las puertas de la prisión.

La culpa de esto la tienen todos los que durante años han estado diciendo que en Melilla no hacen falta más policías ni guardias civiles. Ellos son los responsables de la delincuencia que campa a sus anchas en esta ciudad. A ellos les debemos que las familias permanezcan encerradas en sus casas, que nuestras calles estén desiertas, que tengamos niños esnifando pegamento en las esquinas.

Los sitios vulnerables como Melilla o Cádiz, donde el paro ha hecho estragos antes, durante y después de la crisis, estamos pagando el pato del recorte en el número de nuevas plazas convocadas en las Fuerzas y Cuerpos del Estado.

La seguridad es como la virginidad, que cuando se pierde no hay marcha atrás a menos que se pase por un salón de operaciones. Que los peces gordos de la droga se paseen en cochazos sin que el estado de derecho encuentre pruebas en su contra envía un mensaje claro a los jóvenes: aquí el estatus y el dinero no lo dan ni la administración ni los estudios sino las lanchas rápidas que llevan fardos de hachís a la península.

Y mientras las barcas van y vienen, los policías y los guardias se entretienen con los señuelos que les regalan en el puerto para mantenerlos entretenidos: cuatro pelagatos que se atreven a pasar por el escáner con un kilo de hachís atado al bajo vientre. Me cuesta creer que todavía haya gente ingenua que se crea la historia del hombre invisible.

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