Tras saltar la valla, los inmigrantes curan en Melilla sus heridas emocionales.
El viaje que emprende cada inmigrante desde su país de origen no es un camino de rosas. Pero muchos no se esperan aquello que se encuentran en el monte Gurugú. Los subsaharianos, en su mayoría de Camerún y Guinea Conakry, que lograron el pasado martes saltar el perímetro fronterizo aseguran, casi al unísono, que la vida en el monte Gurugú es “la muerte”. Omar, Sori y Severin cambian el gesto cuando se les nombra el monte donde han estado malviviendo un mes. “C’est la mort, la mort” no dejan de repetir. “No hay nada, no comida, no ropa, nada. Tienes que ser muy fuerte para andar y saltar la valla”, explica Severin.
Ellos también se hirieron en los pies y las piernas al saltar el perímetro fronterizo de Melilla, pero una vez que están en lo alto de la valla, acariciando su sueño, no hay herida o lesión que pueda impedir su objetivo de quedarse en la ciudad autónoma.
Severin: albañil y cantante
“Vine andando desde Camerún para trabajar y alimentar a mi familia”, señala. Al igual que Ernesto, ambos de Camerún, iniciaron su viaje en busca del trabajo que no hay en su tierra natal. Severin tiene 25 años y explica que en su país era albañil. Quiere trabajar en España o en algún país europeo para enviar dinero a su familia. “Hay que ser fuerte para andar mucho”, añade. Además, de albañil asegura a El Faro que es cantante, aunque, de momento, es solamente una afición.
Omar es de Guinea Conakry y tiene 24 años, al igual que Sori e Ibrahim. Son ellos los que explican que la vida en el Gurugú es “la muerte”. Quieren olvidar el mes que han pasado allí, malviviendo sin apenas comida, esperando el momento oportuno para saltar con sus compañeros la valla que les separa de su sueño. “Otros compañeros no han podido saltar y se han quedado allí”, lamenta uno de ellos.
Mientras esperan en la puerta de la Jefatura, las escenas entre los inmigrantes son muy emotivas. Bien a lo largo del viaje desde su país natal hasta Marruecos, bien a través de la experiencia vivida en el monte Gurugú, los lazos de afecto que se establecen entre ellos son tan fuertes como si fueran familia directa. Cantan juntos, se abrazan, se felicitan, sonríen y muestran a los medios de comunicación la cita que tienen la próxima semana en la Jefatura Superior para iniciar los trámites establecidos en la Ley de Extranjería y las heridas que se hicieron al saltar la valla.
Celebran con ese pedazo de papel en la mano que Dios les ha dado una segunda oportunidad, escapando del monte Gurugú, que para ellos es “la muerte”. Ahora, en Melilla no solamente curan sus heridas a causa del salto en la frontera sino también esas heridas que no se ven a simple vista, las emocionales. Esas que a través de sus miradas transmiten mientras cantan, saltan y bailan porque están en Melilla.
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