Digamos que en esta zona de España es más o menos normal que recalen fardos de hachís en las playas porque estamos en mitad de una de las rutas más manoseadas por el narcotráfico.
Lo que ya es menos normal es que lleguen cadáveres a nuestras costas y en los últimos días han sido hallados los cuerpos de dos inmigrantes subsaharianos en aguas de Melilla.
Por increíble que parezca, en esta ciudad nos llaman más la atención los restos de un delfín que los de personas que, hasta que los peces les comieron las caras, tenían nombre y apellidos; una familia e ilusiones.
Ya sé que muchos leerán, con suerte, sólo hasta aquí. Lo demás no les interesa. Puede que sean parte de esa España antiabortista a la que le importa una mierda que la gente muera intentando llegar a Europa. Ni se enteran. Están tan preocupados por defender la vida que está en camino, que se olvidan de los que ya han nacido.
En Melilla tenemos tendencia a normalizar lo que no es normal. No es normal que ardan contenedores y coches; no es normal que los niños duerman en la calle; no es normal que los vecinos del Real lleven años conviviendo con la prostitución en las puertas de sus casas; tampoco es normal que el pescado se venda en el suelo en el Rastro ni puede ser normal que limiten la velocidad o pongan radares en varios puntos de la ciudad y no haya señales que avisen.
Pero por encima de todo, no es normal que nuestras costas se conviertan en un caladero de cadáveres sin que la gente se pregunte qué está pasando.
Somos una ciudad de tránsito acostumbrada a ver de todo desde hace tiempo, pero no podemos acostumbrarnos a que la gente muera sin que nos preguntemos ¿quiénes son? ¿Saben sus familias que han muerto?¿Por qué murieron? ¿Fue el mal tiempo o los mataron? ¿Qué pasó?
Todos los días mueren inmigrantes. El Mediterráneo está lleno de sangre y en esas aguas tristes nos bañaremos este verano, como si no hubiera pasado nada. Estamos normalizando la tristeza, el dolor y las injusticias.
He leído comentarios brutales sobre la muerte de los dos inmigrantes hallados en nuestras costas. Melillenses muy limitaditos intelectualmente, alegrándose del hallazgo de los cadáveres.
También he leído comentarios de gente tachándolos de “garrulos”, como si esto fuera sólo un problema de charlatanería o de provincianismo. Error. Se puede ser de pueblo, llevar una riñonera desgastada por el uso desde los años 80 y ser una persona empática y de buen corazón.
Quienes se alegran de la muerte de dos inmigrantes tienen un problema grave. Yo, personalmente, no los quiero cerca y sería bueno que todos hiciéramos un esfuerzo por apartar a los insensibles.
Una cosa es entender la necesidad de controlar los flujos migratorios y otra, muy distinta, es festejar la muerte de los que migran.
Que eso lo haga un país que emigró en los años 50 del siglo pasado y que volvió a emigrar durante la última crisis económica (2008-2013) es una broma de mal gusto. ¿Por qué un español puede emigrar y un subsahariano no? ¿Qué les hace distintos?
Europa tiene un problema grande entre manos. No es capaz de frenar la inmigración. La Unión se nos está llenado de gobiernos de derecha y de partidos ubicados a la derecha de la derecha. Hasta ahí llega el hartazgo por tener que compartir los logros de la sociedad del bienestar con gente de países que hemos expoliado.
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