El drama de la inmigración volvió a mostrar ayer su cara más terrible con el naufragio de una patera en el mar de Alborán. Al menos 36 de sus ocupantes desaparecieron en las aguas. Al cierre de esta edición se habían recuperado tres cadáveres.
La patera había salido de Alhucemas y fue localizada por un avión a unas 39 millas del punto desde el que zarpó.
La embarcación Guardamar Polimnia de Salvamento Marítimo acudió presta al lugar y se encontró con que la patera estaba “desfondada”. Quince personas, dos de ellas mujeres, se agarraban desesperadamente a la parte flotante. Tras ser rescatados, fueron conducidos al puerto de Málaga.
Ellos tienen la fortuna de poder contarlo, pero les quedarán para siempre en la retina las imágenes de sus compañeros desaparecidos, los que no pudieron agarrarse a la tabla de salvación y a buen seguro han sido engullidos por las aguas.
El Mediterráneo lleva años convertido en el foso de un castillo llamado Europa. Ya son demasiados los que se han dejado la vida en el intento, pero la tragedia continuará. La desesperación que viven los inmigrantes en sus países de origen les empujará continuamente a arriesgar sus vidas en una apuesta a doble o nada que suelen perder.
Ayer se conoció un episodio menos trágico de la inmigración irregular, pero que forma parte de la misma cara de la moneda. La Guardia Civil informó de la detención en el paso de Beni Enzar del conductor de un vehículo que transportaba en el mismo a tres hombres ocultos en dobles fondos.
La utilización de este sistema para el tráfico de personas es algo prácticamente habitual en el paso fronterizo. Sin embargo, no lo es el ínfimo espacio en el que se ocultaban los inmigrantes: 50 centímetros de largo por 40 de ancho.
La desesperación empuja a los hombres a cometer actos suicidas. Y el de estos tres varones guineanos es un buen ejemplo. Como también lo es el de quienes se adentran en las aguas del Mediterráneo con escasísimas garantías de que sus embarcaciones se mantengan a flote.
Mientras el hambre y la total falta de futuro castiguen a los países del África subsahariana, volveremos a ser testigos de sucesos trágicos como los conocidos ayer.
Europa ha de asumir de una vez por todas el reto de la inmigración ilegal. Y para ello ha de comprender las raíces del problema. Una política seria de ayuda al desarrollo para los países de origen de los inmigrantes quizá sea más útil que invertir en medios para impedir su llegada. Los desesperados no se detienen ante nada.
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