A mí me duelen los migrantes. Mucho. Siento que la suerte que corren ellos, perfectamente podía haberla corrido yo. Me duelen las imágenes de un inmigrante subsahariano reducido en la valla de Melilla, durante los saltos de esta semana, pero más me duele mi marido, que es guardia civil, y es uno de los heridos en el salto masivo del miércoles. Por cierto, no tiene cita para el traumatólogo hasta dentro de un mes en Melilla.
El miércoles por la mañana, cuando se produjo el salto más numeroso que se ha visto jamás en esta ciudad, él, un granadino que no ha querido marcharse de Melilla ni por las buenas ni por las bravas, estaba de servicio en la valla.
A media mañana me mandó una foto de su casco reventado. Un inmigrante que intentaba trepar por la segunda alambrada le pegó una patada en la cabeza. Otro le cayó encima. Quedó en la zona entrevallas con la rodilla adolorida. Lo que el primer día parecía un esguince común ha trastocado todas nuestras rutinas, nuestros planes y nuestras vacaciones.
Soy periodista. Lo único que sé hacer es escribir. Sin embargo, tras ser madre, tiré la toalla, porque no podía con todo. Tenía que elegir entre mi hijo y mi trabajo y elegí a mi niño. He tenido la suerte de reincorporarme al mercado laboral porque mi marido me cubre las espaldas y asume todas las tareas y responsabilidades que yo, como muchas mujeres trabajadoras de este país, no puedo sacar adelante.
El miércoles, El Fortu, un chico de Melilla de toda la vida, fue quien rescató a mi marido del momento de adrenalina disparada en la valla y de una avalancha de 2.500 migrantes que querían entrar por la fuerza en España.
El Fortu también es guardia civil y se metió en la zona entrevallas a sacar a mi marido. Hace poco le dieron una medalla y no fue al acto a que se la pusieran. Él es así. Su vida es su trabajo y pescar. Es un hombre tranquilo, pero en medio de la que seguramente se lió a los pies de la alambrada, se abrió paso hasta mi marido y lo sacó del avispero.
No creo que el inmigrante que le reventó el casco, probablemente con los tornillos que se ponen en los zapatos para agarrarse a la valla, hubiera tenido en mente abrirle la cabeza con la intención de matarlo. Pero nadie me puede asegurar que para desprenderse de mi marido, si se hubieran visto acorralados, no le hubieran lanzado un zarpazo con uno de esos garfios que usan para escalar la malla antitrepa, colocada en la valla de Melilla en el año 2014 y que nos costó a todos los españoles más de 700.000 euros.
Lo de los garfios no es nuevo. Como yo no me creía lo de la agresividad de los migrantes en la valla, hace uno o dos años, mi marido me llevó a casa unos cuantos. Luego me contaron desde Marruecos, que los fabricaba, en plan industrial, un carpintero de Oujda.
No hace falta haber crecido en el Bronx para entender el peligro que entraña un pincho de esos clavado por error, por accidente o por desesperación en un ojo o en el cuello. No ha pasado, pero nadie puede asegurarme que en el futuro no pasará.
No juzgo al inmigrante que pateó a mi marido. Ni tampoco al que le cayó encima. Pero tengo en cuenta que la manera de entrar en España ha cambiado mi día a día y ahora tengo que esforzarme diez veces más de lo que ya me esfuerzo para llegar a donde siempre llegaba gracias a su ayuda. Sólo agradezco a mi Virgen de Regla que dentro de lo malo, no estemos peor.
"Me salvó El Fortu", me dijo mi marido por teléfono cuando iba de camino a la Clínica Rusadir. Sinceramente, creí que estaba exagerando. Y lo habría creído toda la vida de no haberle escuchado quejarse toda una noche por el dolor al girar la pierna o al apoyarla. Han pasado tres días del salto histórico. Él volvió a ver al médico y le dijeron que probablemente tiene el ligamento roto. Adiós a la bici, a subir escaleras, a pasear... Vaya usted a saber hasta cuándo.
Mi marido me cuenta siempre historias alucinantes de El Fortu, al que un día vi en un vídeo que me mandaron por WhatsApp, abrigando a un inmigrante que acababa de entrar en Melilla a nado y que tiritaba de frío en Dique Sur.
El Fortu tiene buen corazón, incluso buenas intenciones, aunque si lo dejas solo en casa, te la devuelve en ruina técnica. En la vida civil es incluso despistado, pero en el trabajo tiene un radar en los ojos. Por eso no perdió de vista a mi marido en la valla. Estuvo ahí cuando lo necesitó.
Esta es la otra cara de la Guardia Civil y de los saltos a la valla de Melilla. Es la cara que no se ve. Y la que yo hace unos años no entendía porque sólo veía y sufría por una parte de los protagonistas de esta historia. Me costó incluso una querella criminal, que me pusieron miembros de una organización de guardias civiles afines al anterior coronel de la Comandancia de esta ciudad.
Para rebatir sus argumentos, decidí hacer mi Trabajo de Fin de Máster sobre las devoluciones en caliente. Le dediqué un año de mi vida. Y sólo después de revisar sentencias, entrevistar a migrantes a jueces, a abogados, de leer todos los informes del Defensor del Pueblo, especialmente el del año 2005, conseguí colocarme en mitad de la calle y ver el problema en ambas direcciones.
He entrevistado a decenas de migrantes que me han contado lo mucho que sufren hasta conseguir saltar la valla. Un día le pedí a uno que me mandara una foto suya en la ruta hacia Melilla y lo que me mandó fue una imagen que tomó cuando venía hacia aquí: solo arena a sus espaldas. El desierto.
He entrevistado a un menor extranjero que me enseñó las quemaduras que le hacían en su casa cuando volvía sin dinero del mercado.
Son historias terribles. La de mi marido, a su lado, es más mundana, incluso ordinaria, pero no voy a pedir disculpas por la vida que me ha tocado vivir. Creo que el rechazo en frontera es un tipo de devolución en caliente, pero también creo que no se le puede dar el mismo tratamiento a quien entra en tu casa tocando a la puerta y pidiendo ayuda, que a quien entra a patadas por la ventana.
Es un tema complicado que tendrá que seguir analizándose, porque quien crea que la resolución de Estrasburgo del 13 de febrero de 2020 es el fin del debate, se equivoca. Hay que buscar la vía para que no entren en conflicto la seguridad nacional con la defensa de los derechos humanos.
Por otro lado, no me caben dudas de que no hay nada fortuito en los saltos de esta semana. ¿Visitó la valla un alto mando del Ejército marroquí el martes 1 de marzo, vísperas del gran salto? ¿Quiere Marruecos presionar a España para que le paguemos la construcción de una valla con cámaras en los límites con Argelia por la zona de Oujda? ¿Quiere que esa inversión entre en los presupuestos de 2023? ¿Hablará Marlaska con el alto mando marroquí que no se va de Nador hasta este sábado, cuando el ministro tiene previsto llegar a Melilla?
Lo dicho, hay que ponerse en los zapatos de todos y andar sus caminos. Esto no es una peli de buenos y malos. Sin que sirva de precedente, me quedo con el argumentario de Pedro Sánchez tras su rectificación para enviar armas a Ucrania: no he cambiado: he evolucionado.
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