Las políticas e inversiones ecologistas no son gratis. Son necesarias, imprescindibles al entender de la mayoría, pero tienen un precio que la sociedad debe asumir si quiere que se materialicen. Afirman los defensores de lo verde que el objetivo es alcanzar un modelo económico sostenible y respetuoso. Sin embargo, falta por explicar que esa meta necesita de renuncias y sacrificios. En algunas ocasiones es preciso abandonar hábitos que creíamos conquistas y que ahora resultan pesadas cargas a los ojos de los ecologistas. El coche, el acceso ilimitado a la energía, el consumo desmesurado de agua, la constante sustitución de bienes de consumo, los viajes de placer... son metas recientemente conseguidas que ahora debemos abandonar si a cambio queremos alcanzar objetivos más inmateriales. Agua menos contaminada, aire más limpio, menos ruido en las ciudades... son los premios a las renuncias que nos propone el pensamiento verde.
La utopía está sobre la mesa. Falta la sociedad que esté dispuesta a asumir la larga lista de privaciones materiales que plantea el movimiento ecologista. Porque aún no se ha encontrado la fórmula que permita convivir el actual consumismo salvaje con el esperanzador ecologismo del futuro, como tampoco fue posible la convivencia pacífica de capitalismo-comunismo. Son ideas que hoy resultan contradictorias tanto en sus planteamientos como en sus realidades. Concevirlas de otro modo es querer vivir felizmente engañado.
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