Ya hemos llegado al día D, al definitivo de unas elecciones que todos recordaremos con un sabor ingrato porque no han sido para nada ejemplares durante la pasada precampaña y campaña electoral. No voy a repetirme tras tantos días de opinión continua sobre lo que ha venido sucediendo, pero estos comicios deberían ser una catarsis definitiva para algunos estilos de hacer política que ya no deberían tener más cabida en nuestra ciudad.
Leo a los candidatos del Partido Melilla Verde satisfechos con su modesta campaña; ejemplar con su propaganda a base de material reciclado; necesarios, sin duda, como lo han sido, para ir más allá de sus escasas expectativas electorales y lograr, como lo han hecho, que todas las candidaturas se sensibilicen un poco más con la necesidad de ser más consecuentes con la protección de nuestro Medio Ambiente y, sobre todo, con el diseño de una ciudad más amable para el conjunto de los ciudadanos, menos atosigante con el excesivo tráfico que tanto nos condiciona cada vez que salimos a la calle. Una ciudad, en suma, más saludable y desarrollada, más a tono con los tiempos que obligatoriamente nos acabará imponiendo el único futuro posible.
Veo también a los modestos de UPyD, ajenos, como los ecologistas, a estos rifirrafes en los que se han visto inmersos los partidos con más expectativas electorales, a las triquiñuelas de trileros de los que no han dudado a jugar a la confusión; a las broncas de los que han acabado inmersos en un enfrentamiento identitario; a la hipocresía de los que decían apostar por una campaña limpia mientras hacían uso de elementos interpuestos para formar un solo bloque contra el partido con más posibilidades de salir victorioso.
No olvido, porque han sido muy duras, las descalificaciones, insultos, injurias impunes de quienes se han refugiado en las redes sociales y en los seudónimos para cubrir de porquería lo que es una herramienta de futuro y, posiblemente, el medio que a corto plazo regirá la mayoría de nuestras comunicaciones e intercambios de ideas y pareceres.
Tampoco olvido a quienes se han enzarzado en agresiones y amenazas, los intentos de compra de votos, la manipulación vomitiva a base de explotar el hecho religioso y de negar una realidad ecléctica en Melilla que están dispuestos a dinamitar con tal de lanzar mensajes en contra del adversario, por muy inciertos que sean, porque incierto es que en esta ciudad no se admita el hiyab con toda normalidad y que igualmente ocurra en el seno de la mayoría de los partidos políticos.
Me pregunto a qué juegan quienes han querido poner en solfa cuanto hemos avanzado en pro de una ciudad plural. Por qué las críticas no se hacen en otro sentido para acabar de una vez con ese caladero de votos que fija una red clientelar entre los más necesitados, a costa de aprovecharse precisamente de jugar de forma tan deleznable con las necesidades más primarias de los que menos tienen.
Asisto como todos, con curiosidad y muchos interrogantes, a ese movimiento llamado la Spanish Revolution que ha surgido en un momento crítico, proclive a su manipulación por los que pretenden sumarse a todo mientras hablan tan anacrónicamente de la derechona y permiten más que nadie que el capital y la banca siga engordando sus intereses, sin que a ellos les afecte la crisis en la que la especulación capitalista y monetaria nos ha metido a todos.
Hoy iré a votar, no sé todavía a quién, porque me debato entre mis ideales, mis prejuicios ideológicos si quieren y la conciencia de que el voto útil también es necesario. Pero sí tengo clara una cosa, desde que voté en el año 82 por primera vez, sólo una vez dejé de hacerlo y fue por mi culpa: porque llegué tarde y un error en la transcripción en la lista electoral con el nombre de mi tío Luis me impidió reaccionar a tan última hora para poder ejercer mi derecho al sufragio.
Desde entonces, como siempre, acudo a las urnas con mayor margen de tiempo, porque aunque tengo mi tarjeta censal y mi mesa electoral, como viene ocurriendo desde el 87, es la misma de siempre, no quiero quedarme sin la oportunidad de expresar lo que pienso.
Frente a la democracia real que muchos demandamos, hay un estadio primigenio que revestido de validez no supone complicidad con nada ni con nadie. Hay que votar, participar y luego articular medidas, propuestas, exigir la participación que nos corresponde. Sería un error dejarse llevar por lo que hoy por hoy no es más que una manifestación espontánea, alimentada también y en gran medida por el mimetismo y las modas que tanto priman en nuestra sociedad de consumo.
Voten a quien voten, no dejen de hacerlo. Es un derecho pero también una obligación, opcional sí, pero moralmente inexcusable para cuantos creemos en la Democracia y estamos emplazados a criticar, a reivindicar, a aplaudir también cuando lo merecen nuestros gobernantes.
Dejar de votar desarma a la Democracia, la convierte en un reducto de oligarquías dominantes, nos excluye del sistema y nos desprovee en gran medida de nuestra condición de ciudadanos. Ejerzan sus derechos y acudan a las urnas. Hoy es el día D y tenemos que ser consecuentes.
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