El desánimo continúa creciendo entre los ciudadanos hasta el punto de provocar movilizaciones al margen de sindicatos y partidos, que también son vistos como parte del problema. Un centenar de personas se congregó ayer en la Plaza Menéndez Pelayo para expresar su malestar tanto por la situación económica en la que continúa inmersa el país, como por la crisis política, social e institucional. Cada vez hay menos elementos a los que asirse. Las noticias que acaparan las portadas de los periódicos generalmente sólo siembran el desánimo. Muy pocas informaciones sirven para iluminar con un rayo de esperanza el camino que nos conduzca fuera de la crisis.
Los ciudadanos que se congregaron en Melilla, como los que se manifestaron en el resto del país, se echaron a la calle para poner de manifiesto revindicaciones que hasta hace unos años cualquiera hubiera considerado ridículas porque se trataba de unos derechos que nadie ponía en duda. Ayer muchos españoles pensaron que era necesario protestar para salvaguardar la sanidad pública, la educación de calidad, los derechos laborales, el respeto al medio ambiente, los progresos sociales... Todos estos asuntos están cuestionados en nuestro país tras casi un lustro de recesión, cuando allá por el año 2007 comenzaron a percibirse los primeros indicios de una crisis económica cuyas dimensiones muy pocos fueron capaces de vaticinar.
El país acabará por superar las dificultades financieras, pero sus ciudadanos ya no seremos los mismos. También cambiaron los españoles de hace 32 años cuando se vieron obligados a salir a la calle para defender una democracia que creían que ya tenían ganada y que unos golpistas hicieron que se tambaleara. Entonces la sociedad salió reforzada de aquel envite que le sirvió para tomar conciencia de sus derechos y de la necesidad de luchar para conservarlos. Como aquel 23 de febrero, ayer muchos ciudadanos sintieron la obligación de volver a echarse a la calle.
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