La dramatización de la que los melillenses van a disfrutar este jueves a partir de las 22.00 horas en el Tercio, con la colaboración de la Ciudad Autónoma. Muy al estilo del ‘Blocao de la muerte’, obra teatral del grandísimo amigo, capitán legionario jubilado, don Leandro Alfaya, es la historia de unos hechos que han venido en denominarse ‘El sitio del Fuerte de Cabrerizas, aunque no fue sino una más de las hostilidades a las que Marruecos –que no sabía que era Marruecos- sometía a Melilla a finales del siglo XIX, un hecho de armas que, sin embargo, se cobró la vida del comandante general de la época, el general García Margallo, este detalle sustantiva de sobra los hechos representados por efectivos de Alcántara 10, Artillería y personal de la Comandancia General.
El fuerte de Cabrerizas Altas formaba junto con el fortín de Reina Regente la línea exterior de defensa de Melilla. O sea, esas posiciones levantadas para disuadir a un cada día más agresivo enemigo. Y el caso es que Cabrerizas Altas era una posición legal porque se levantó cumpliendo escrupulosamente los límites establecidos en varios acuerdos con Marruecos. Pero ya se sabe, el papel escrito y firmado por el proverbial vecino eran poco menos que papel mojado a la hora de respetarlos.
Transcurría el año de 1893, concretamente el mes de octubre. España levantaba una nueva defensa exterior tan legal como Cabrerizas, el fuerte de Sidi Guariach, aún en pie, pero esta nueva acción no llegó a gustar a los combatientes rifeños cuyo mando ordenó el hostigamiento de quienes ponían ladrillos. Llegaron a ser más de un millar de cabileños los encargados de echar abajo los propósitos de España. En consecuencia los 137 hombres marcharon a otro destino más seguro, Fuerte Camellos, y llegaron al de Cabrerizas Altas, último reducto de la defensa exterior de Melilla.
Pero en el desastre de Cabrerizas no participaron mil cabileños sino nueve mil, que fijaron la fecha del 27 de octubre de 1893 para acabar con las patrullas de un Ejército español venido a menos y víctima de falta de preparación y armamento. Mientras tanto, García Margallo abandonó la urbe para instalar su puesto de mando donde más falta hacía: Cabrerizas. Un día más tarde, salía de la ciudad un convoy con suministros pero el enemigo estaba en cada roca, en cada depresión y recibió órdenes de acabar con el convoy. Y aquí viene la sustantivación del drama porque Margallo trata de repeler esta nueva agresión y toma parte, personalmente, en la instalación de dos piezas de artillería justo en la entrada principal de Cabrerizas.
Los disparos enemigos, procedentes de zonas aledañas a la Cañada de la Muerte pusieron punto y final a la vida del general y alguna dotación de montaje, quedando las piezas abandonadas. El capitán de la guarnición y un puñado de valientes se enfrentaron a los agresores y consiguieron recuperar las piezas. Margallo agonizaba y la denominada ‘Guerra Chica’ del 1893 cerraba capítulo el 5 de marzo del año siguiente con la firma de un nuevo acuerdo que, ¡cómo no!, sería incumplido poco después.