Categorías: Editorial

El desaire del vicario

EL vicario Roberto Rojo avisó con tiempo a los fieles del barrio Calvo Sotelo, que desde hace tres años montan un altar para celebrar el Corpus Christi frente a Hijos de Melilla, en la calle Castelar, de que el Santísimo no pararía a  rezar con ellos en la procesión de ayer.
Lo dijo después del domingo de Pentecostés y lo cumplió. La comitiva, que salió de la iglesia del Sagrado Corazón en torno a las 20.00 horas, pasó a escasos quince metros del altar de la calle Castelar y ni miró.
El desaire sentó como un tiro a las fieles que se esforzaron en montar su altar y que comentaron a El Faro que aunque ya tenían el no del vicario, creyeron que, por deferencia, en un día en el que se conmemora el amor fraterno, al menos les saludaría o les haría un gesto de deferencia.
Pero el vicario no miró. Ni saludó. Ni se dio por enterado. En una jornada en la que los católicos comparten el pan y el vino, él prefirió ignorar el amor que las vecinas de Calvo Sotelo y del Coro Rociero le pusieron al altar de Castelar. Ni rastro del mensaje de Jesús: “Abríos y compartid”.
Un saludo desde la esquina habría bastado, comentan las fieles, tras el disgusto que se llevaron ayer domingo de Corpus.
Tenemos un vicario muy peculiar al que nunca hemos visto pronunciarse ni con palabras ni con hechos sobre lo que ocurre en la valla de Melilla. Ni ahora ni cuando teníamos saltos masivos día sí y día no. Un religioso que ha optado por negar el saludo a periodistas de esta casa porque entiende que detrás de las críticas que este diario ha hecho a su forma de actuar habían ataques personales. Por lo visto, el ejemplo del Papa Francisco no ha calado en Melilla.
Pero ésta es su parroquia y éstos son sus fieles. El vicario Roberto Rojo tendrá motivos de sobra para ignorar el altar de la calle Castelar. No lo dudamos, pero en una fecha tan especial, hagamos la paz y no la guerra.
La iglesia católica pierde fieles no sólo en Melilla sino en toda España. Las misas están vacías. En la ciudad siempre tenemos el corazón en un puño porque no sabemos si tendremos brazos suficientes para sacar todos los tronos de Semana Santa a la calle. Melilla no es Valladolid ni Sevilla, pero tiene su fe y tiene sus fieles. Desde luego con gestos como el de ayer se envía un mensaje claro: el esfuerzo de montar uno de los escasos altares que se vieron ayer en esta ciudad no garantiza, ni siquiera, el saludo del Santísimo.

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