¿ Valorarán los socios del nuevo Gobierno de Melilla el debate de investidura? Me da a mí que no, pero todo es posible en esta ciudad nuestra.
Ayer, el inicio de los trámites para la formación del Ejecutivo nacional puso de manifiesto cuán lejos está Ciudadanos del Partido Socialista, mostrando las antagónicas posiciones que defienden ambos partidos respecto de su concepción de España en un sentido tan amplio que trasciende incluso del distinto enfoque del conflicto catalán.
Las distancias entre unos y otros son tan estratosféricas que cuesta creer que Ciudadanos haya sido capaz de llegar a pactos con el PSOE, no ya en Melilla –donde la singularidad es única por su condición excepcional de acceder a la Presidencia de la Ciudad con un solo diputado- sino en numerosas alcaldías, algunas de relieve como las tres castellano-manchegas de Guadalajara, Albacete y Ciudad Real, donde además en estos dos últimos casos el reparto será rotario: dos años para PSOE y otros dos para Cs.
Lo cierto es que la complejidad de los pactos municipales no encaja con el marco nacional. Aún así, allí donde ha habido pactos Cs-PSOE se ha firmado, en los acuerdos programáticos, el respaldo a la aplicación del art.155 en Cataluña “en caso de que el Govern de la Generalitat siga sin acatar el orden constitucional”. Una cláusula acorde con el decálogo que exigía Ciudadanos para el supuesto de alcanzar acuerdos con los socialistas y que también se ha incluido en los suscritos para municipios de menor rango como el de Mijas.
En Melilla, no sabemos qué pasará porque el acuerdo programático de estabilidad del nuevo Gobierno local, llamado a sellar la alianza entre CpM-PSOE y Cs, así como las medidas principales sobre las que pivotar la acción ejecutiva durante los próximos cuatro años, sigue sin firmarse y sujeto a las largas negociaciones en las que continúan enfrascados los aliados.
El Gobierno De Castro tiene tanta tarea que fácilmente buscará el subterfugio para evitar pronunciarse sobre un debate nacional con tantas claves tácticas como táctica está siendo la larga travesía de Pedro Sánchez para afianzarse en la Moncloa.
Si no fuera porque mantiene empantanado al país, con un Gobierno limitado y en funciones y bajo amenaza de que se repitan las elecciones, la apuesta del Presidente nacional en funciones por jugar todas sus bazas para conseguir su ilusorio Gobierno monocolor podría ser mínimamente comprensible. Ahora bien, pasados ya casi tres meses desde el 28 de abril, la situación política nacional es tanto o más catastrófica que en Melilla, donde hasta ahora en claro no ha habido más que un reparto de cargos.
Ayer Sánchez se postuló por enésima vez como la única alternativa válida por su condición de ser el único capaz de articular una mayoría, siempre y cuando sume sus 123 escaños a los 42 de Podemos y a algunos otros de los nacionalistas, independentistas o filoetarras de EH Bildu.
No obstante, al iniciar la sesión, Sánchez sólo contaba con el voto favorable del Partido Regionalista de Cantabria de Miguel Ángel Revilla. Una circunstancia que, lejos de afrontar, prefirió ignorar y en lugar de centrarse en un pacto de gobernabilidad con quienes ya le apoyaron tras la moción de censura de hace un año, se afanó intensamente en solicitar la abstención de PP y PSOE. Eso sí, en clave de chantaje y bajo el discurso acusatorio de los innumerables males que sobrevendrán al país para el caso de que ambos partidos voten en su contra.
Pero como el discurso de Sánchez no es nuevo, pues tampoco sorprende. Lo de ayer, en el hemiciclo, fue una reedición más de lo que venimos escuchando desde poco después de la euforia inicial por la victoria de la izquierda y el inicio de la larga etapa de tiras y aflojas entre los socialistas y Unidas Podemos.
Un sinfín de episodios que Pablo Iglesias se encargó de resumir en su intervención y que, sobre todo, volvió a poner de manifiesto el juego táctico de un PSOE incapaz de reconocer que su mayoría parlamentaria es tan minoritaria como insuficiente para gobernar sin aliados.
Ayer, el Presidente en funciones se jactaba de cuántos de sus reales decretos han logrado apoyos de Cs y PP, pero obviaba interesadamente que no pudo sacar adelante sus propios presupuestos y que por tal motivo no sólo tuvo que gobernar paradójicamente con los PGE del censurado Rajoy, sino que además va a tener que prorrogarlos hasta 2020, haya o no nuevas elecciones el próximo 10 de noviembre.
Y así, como un malabarista, más empecinado en lograr la abstención de Populares y Ciudadanos que apoyos efectivos que le aseguren opciones futuras de gobierno, se fajó durante todos los turnos de réplicas y contrarréplicas. Pero, aún consiguiendo el imposible de que PP y Cs se abstuvieran, cuál sería su pretensión: ¿Reeditar un Gobierno débil como el que ha tenido este último año sin capacidad para presupuestar sus propias políticas?
No olvidemos que todo cuanto se ha venido haciendo desde el Gobierno central bajo la Presidencia de Sánchez ha sido gracias a unas cuentas que ya dejó cerradas el anterior Gobierno del PP. Las mismas que, en lo tocante a Melilla, han hecho posible que las obras del nuevo Hospital sigan adelante; que nos hayan rebajado hasta un 60% la bonificación en la declaración del IRPF; que tengamos garantía de servicio público en las nuevas conexiones aéreas con Granada, Sevilla y Almería; que hayan empezado a desplegarse los medios de la nueva frontera inteligente; o que se continúe con la construcción del nuevo Instituto del ‘Jardín Melillense’ y ya esté en marcha la licitación del Colegio ‘Gabriel de Morales’. Obras e inversiones todas ella proyectadas y presupuestadas por el anterior Ejecutivo del Partido Popular, por mucho que hoy en día sean objeto de las descaradas medallitas que se cuelga el PSOE local, aún a sabiendas de que no le corresponden. No obstante, como hiciera ayer Pedro Sánchez, todo sea por el sarcasmo y la mascarada al servicio de la propaganda. Al fin y al cabo, seguimos en clave electoral y quien sabe si volveremos a las urnas el próximo mes de noviembre.
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