El Corán nos dice: “La ciencia de los seres humanos no abarca a Allah”. la ilusión (wahm) -es decir, lo que el hombre quisiera que fuera Allah- no llega a intuir Su Grandeza. Y el entendimiento (fahm) -es decir, la capacidad del hombre de conocer- no percibe la Verdad de Allah. Él es Indeterminable, y ésa es la anchura infinita en la que cabe la grandeza que fundamente al ser humano. Lo que es Allah (su Dazt, su Esencia; su Uluhia, Su Misterio) escapa a las posibilidades de la criatura: no responde a sus expectativas, no cabe en su imaginación ni es abarcada por la razón. El Misterio de Allah está en su capacidad de desconcertar. Nuestro desconcierto es el conocimiento que tenemos de Él. Todas estas observaciones son pertinentes en el contexto de la mención del Destino, que es la idea a la que se llega cuando empieza a calibrarse el carácter absoluto de nuestro Señor Verdadero (Rabb).
El Profeta dijo: “No habléis de la Esencia de Allah, meditad en su Cualidades”. Sólo nos es dado reconocer sus Cualidades -los detonantes de su relación con nosotros, las realidades unitarias configuradores de nuestro mundo y nuestras acciones- tal y como Él se ha descrito a sí mismo, y son Cualidades Majestuosas que nos invitan a rendirnos ante Él, y ésa es la vía que conduce a un crecimiento en la Inmensidad de la Verdad Trascendente designada por la palabra Allah. En este sentido, sabemos que Allah es Uno, Impenetrable, Creador, Vivificante, Aniquilador, Poderoso, Reductor, Soberano, oye y ve… y que todo está bajo el dominio de esos Atributos Infinitos.
Las Cualidades de Allah (Sifat) tienen un interés práctico. Nos incumben y nos enseñan la magnitud del Océano en el que existimos y cómo relacionarnos con Él. Lo que se puede deducir de las Sifat es perturbador, y por ello es transformador. Las cualidades nos hablan de Allah y de nosotros: Él es el Señor (Rabb) y a Él estamos subordinados. A realizar conscientemente esa subordinación (ubudia), a vivirla con toda la intensidad de la que somos capaces gracias a las facultades con las que Allah nos ha dotado poniéndonos por encima de los instintos, es a lo que nos invita el Islam, la rendición a Allah -una rendición que es la que nos hace esponjosos a los significados de Allah-. Las Cualidades describen a Allah en su Grandeza o en su Relación de Señorío (rububia) con la que rige la existencia: “Y Él es el que oye y el que ve”
Con esta declaración de fe lo que se pretende es negar que los seres humanos (Anam) se parezcan en algo a Allah. El Tançih es siempre una negación (nafy) con la que se destruye la posibilidad de cualquier representación antropomórfica. Con ello, matamos a todos nuestros dioses y nos liberamos para Allah. Es lo expresado al principio de la shahada, el testimonio de cada musulmán: la ilah, no hay verdad… Ahora bien, esta negación es insuficiente, es algo no culminado. Es un primer paso para llegar a Allah. A partir de aquí empieza la afirmación (izbat): reconocemos a Allah en el ejercicio de su Poder, su Voluntad y su Ciencia, que nos afectan. Es decir, lo descubrimos en las Cualidades gracias a las cuales somos lo que somos. La afirmación (el izbat) es superior a la negación (el nafy): es el Jardín en el que se deleitan los sabios.
Estas frases sirven de ejemplo para que nos demos cuenta del alcance de lo dicho. Podemos decir de Alla que está Vivo (Hayy), como el ser humano…. pero Él no muere, mientras que el ser humano está sometido a la muerte. Con la palabra “Vivo” queremos decir que Allah no está muerto, pues si dijéramos de Él que está muerto, nuestro mundo no existiría porque no hubiera sido creado. Lo muerto no crea nada, mientras que el mundo necesita de un Creador, que deberá estar Vivo y ser Vivificante.
Lo mismo sucede con Subsistente (Qayyum), que quiere decir que Allah existe por sí mismo.
Estos dos Nombres de Allah, Hayy-Qayyum (Viviente, Subsistente), son de los más sugerentes: nos hablan de Él y nos hacen vivir en Él. Ante el Viviente quedamos desconcertados: la vida pierde estrecheces. Ante el Subsistente, dejamos atrás nuestros miedos, nuestros recelos, apartamos nuestra mediocridad, pues Él nos libera de dependencias.
Todo lo que existe es creación (Jalq), es decir, tiene un principio y es el fruto de un Poder, una Voluntad y una Ciencia infinitas, que han sacado a las criaturas (majluqat) de la Nada anterior a su existencia. Allah es la razón de ese paso. Él es la Incógnita que ha decidido que existamos. Allah es lo indecible que escapa a todos los razonamientos, pero cuya Verdad intuimos en la necesidad de encontrar algo que fuera punto de arranque, pero por el carácter mismo que imponen las condiciones de la Nada, ese algo debe tener un carácter excepcional, tremendo. Éste es también el punto inicial de todas las reflexiones en torno a Allah, lo que nos induce a acentuar la irrepresentabilidad de Su Esencia (Dazt): no podemos ni imaginar lo que Allah sea en Sí, pero sí podemos calibrar su Poder, aunque sea sólo con adjetivos que indiquen desproporción.
En este artículo de fe empezamos diciendo que Allah es Creador (Jaliq), y lo es porque quiere, no porque necesite de algo. Él no es causado ni sus actos tienen más razón que la de su propia Voluntad anterior a toda otra. Él carece de toda necesidad (haya). Y mantiene a sus criaturas, (Él es el Proveedor, Raçiq), recreándolas en cada instante y obsequiándolas con cuanto necesitan, sin que ello mengue lo que Él es. El dar no lo disminuye ni le supone una carga. Él no es cantidad que aumenta o encoja.
Que la criatura necesite de Allah quiere decir que constantemente depende de Él. En ningún momento la realidad de la criatura cambia: no se transforma en un ser separado. Esto es muy importante. En todo momento la criatura demanda de la asistencia de Allah para seguir existiendo: necesita de su aire, de su calor, de su soporte, de su inspiración. Nunca la criatura es suficiente por sí ni se emancipa. Y está sujeta al Acto Creador hasta en lo íntimo de su ser, en su raíz misma. Allah la provee. El ser humano, y todo lo suyo, es un cúmulo de permanentes posibilidades a la que Allah da la realización que Él quiere. El Corán lo expresa diciendo: ¡Oh, gentes! Vosotros sois los pobres, y necesitáis de Allah, mientras que Él es Rico y Elogiado.
La muerte (al maut) no es la nada de la que hemos surgido, es algo que ha pasado a existir desde el momento en que los seres han sido creados, y los acompaña. Tiene su propio estatuto. La muerte, al igual que la vida (hayat), forma parte del ser. El Corán dice: (Él es quien ha creado la muerte y la vida para probar quien de vosotros actúa de una forma más hermosa). Allah es Muhyi, Dador de vida, y es Mumit, Dador de muerte: todo lo nuestro está en sus Manos, todo es configurado por Él.
La muerte no nos libra de Allah: Él la sostiene. Por ello pedimos a Allah que se apiade de nuestros difuntos, pues están completamente a su merced. Seguimos dependiendo de Él en nuestra tumba. Es más, en la muerte ningún velo nos separará de Allah. en nosotros se ejecutará su Voluntad -al igual que actualmente entreteje nuestra existencia- sin que nada desvíe nuestra atención, como ocurre ahora que nuestra agitación nos hace concebir dioses en los que buscamos consuelo. La muerte es la hora verdadera, es el encuentro con lo Real, es más vida que la actual porque nada la entretendrá. Con ella accedemos al Dominio de Allah (Al-Ajira), y el Profeta describía el encuentro con lo Real tras la muerte con imágenes que sugieren que esa emoción es más poderosa que las que el cuerpo siente en vida. En la muerte, todo será tremendo porque el hombre habrá perdido el control sobre el mundo y será pasivo en Manos de su Señor, estando absolutamente expuesto a Él, sin que sus fantasmas intermedien. Y esto es terrible: es la Resurrección a la que se refiere el Corán, el paso a la absoluta intensidad del ser. El Corán nos describe esa eternidad como placer que embarga al ser humano o como sufrimiento para el que no hay descanso, una violencia que sólo las peores pesadillas acercan al entendimiento.
Allah quita la vida a sus criaturas igual que se las da, y no teme ningún reproche o venganza del mismo modo que no nos han creado porque necesite de nuestra gratitud. De ahí el carácter irreductible de la muerte. Los seres humanos son aniquilados, uno tras otro, sin que la Verdad que ejecuta esas sentencias se arredre ante anda ni se inmute: la vida y la muerte son lo mismo para Él. Somos nosotros los asaltados por los terrores y las incertidumbres. Por esto se dice que Allah no es afectado por ningún miedo (majafa), y nada tiene fuerza ante Él. Y esto es lo que hace que sus Actos sean contundentes.
Así como quita la vida. Él es capaz de devolver la vida a las criaturas y resucitarlas sin que sea para Él un esfuerzo añadido o le suponga una penalidad (mashaqqa). Lo que nos resulta difícil de admitir -el ser en la muerte, que se nos ofrece como algo insalvable- es indiferente para Él. Para Allah no hay diferencia entre una cosa y otra, entre el dar la vida, el retirarla o el devolverla en medio de la muerte como ya la ha creado en el seno de la nada, que es un espacio aún más inconcebible. El prodigio de la creación es para Él igual que la recreación. Esto es importante porque intuimos que habremos de reencontrarnos con Él puesto que la muerte no es la Nada.
Allah lo es todo.
Continuará.
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