2. “Wa la shai-a mizluh”: “Y no hay nada como Él”
Éste es el Tançih, el criterio clarificador que debe guiar la reflexión, y es la pista que impide desorientaciones: nada se asemeja a Allah ni Él se asemeja a nada de lo que conozcamos o podamos pensar o imaginar. Él es Remoto, y así debe ser asumido.
Su verdad más íntima (su Dazt) es inaccesible al entendimiento o a la razón: Allah es increado, anterior a todo, y no se deja reducir a palabras, conceptos o nociones; las ideas no lo abarcan, toda reflexión se queda corta, el lenguaje es insuficiente… y Él no se delega a sí mismo en nada. En Sí, en su Uluhida, (Su Divinidad, Su Misterio), es impensable, completamente Ausente a nuestras posibilidades. No hay nada que nos pueda servir de referencia para desentrañar ese vórtice de las realidades: no tiene igual, ni semejante, ni paralelo, ni definición, no se somete a nuestros criterios ni a nuestros valores, no es homologable a nada, no se deja atrapar por los pensamientos ni está sujeto a nuestros deseos y expectativas, no responde a nuestros criterios, sino que nos contradice para permanecer en la Incógnita a la que sólo el corazón puede acercarse con su pasión, no con el desciframiento. El Corán nos ordena: “Di: él es Allah, Único”, y dice también: “No hay nada como Él”
La Verdad íntima de Allah (su Dazt) y su Misterio insondable (Uluhia) son ofrecidos al musulmán como un gran desafío, como si fueran un océano inabarcable en el que sumergirse para saborear su Grandeza Infinita. Su disimilitud, su carácter completamente abstracto e indeterminado, su pureza absoluta (Tançih), son lo único que puede ser dicho de modo categórico: todo lo demás serán indicaciones auxiliares, pero deberemos impedir que contaminen la claridad del Tançih. Sólo así, con esa herramienta infalible, daremos pasos seguros sobre la senda que conduce hasta Allah. Se llama Tançih al proceso con el que el musulmán va despejando lo que significa Allah de toda adherencia que suponga cualquier limite a su Señor, profundizando y avanzando en el Tawhid, en la Reunificación ante sí de su meta última, completada con su propia reunificación ante Allah.
Ahora bien, el Tançih entraña un peligro: el de hacer a Allah tan remoto que lo desvincula de la realidad y lo convierte en algo amorfo y distante; una nebulosa ajena a nosotros. Daría la sensación de que estamos al margen de Él y no implicados en su Poder, su Voluntad y su Ciencia, lo que nos llevaría a un dualismo (lo sagrado y lo profano) irreconciliable con el Tawhid y nos apartaría de la Unicidad, excluyendo nuestro mundo. Ese extremismo del Tançih acaba haciendo de Allah algo impugnable, pues no sería más que el resultado de un ejercicio intelectual que no nos da la idea de su Grandiosidad: Allah es la Verdad (al-Haqq).
Para solucionar esta cuestión deberemos hablar de la relación de Allah con sus criaturas (es decir, deberemos hablar de Sus Cualidades -Sifat- y de sus Actos -Af´al-, y para ello usaremos un lenguaje inteligible, aunque equivoco porque sugiere que Allah es, en cierta medida al menos, equiparable al ser humano. A esto se le llama “Izbat as-Sifat, Afirmación de las Cualidades”. Diremos entonces que Allah oye, ve, habla, quiere… pero rompemos la representación antropomórfica que hay en estos términos afirmando la hegemonía del Tançih (proceso con el que el musulmán va despejando lo que significa Allah de toda adherencia que suponga cualquier limita a su Señor…)
Por tanto, el Tawhid consiste en una doble operación. Con la primera evitamos cualquier antropomorfización, y con la segunda cualquiera anulación del Señorío. Ambos extremos erróneos se han dado: primero, el tashbih (la comparación de Allah), que deriva de un uso ingenuo de los términos comunes entre Allah y el ser humano y en segundo lugar por otro lado, el ta´til, la anulación de su Presencia, que es la negación de sus Cualidades y Actos (por miedo a la antropomorfización) con lo que se convierte a Allah en un simple concepto filosófico o teológico, etéreo e ineficaz, sagrado (es decir, separado de la realidad profana) y ofrecido sólo a la contemplación mística o a la especulación filosófica. La primera de estas dos desviaciones origina la idolatría grosera de los pueblos, la segunda está en la raíz de la idolatría metafísica de las élites intelectuales.
El Corán expresa así el equilibrio: “Nada se asemeja a Él”, oponiéndose a las comparaciones…. “el oye y ve” oponiéndose al ta´til (anulación de Su Presencia). Lo correcto, lo que conjuga todos los aspectos, es la síntesis de ambos polos (el yam), la reunión en un mismo punto del Tançih anti idolátrico y la afirmación integradora de nuestra existencia en la supeditación al Ser Absoluto.
3. “Wa la shai-a yu`yiçuh” ("nada lo incapacita”)
Nada influye en Allah, nada lo condiciona, nada lo vence, nada hay por encima de Él que pueda imponerle algo. Nosotros somos incapaces ante Él, no podemos poseerlo, abarcarlo ni limitarlo, no podemos controlarlo ni concretarlo en nada, no podemos ni pensarlo. El si nos encierra, nos domina, nos rige, a nosotros y a todo lo que existe, porque Él es la Verdad Absoluta y el Ser Real, el Poder Configurador, el de Saber Abarcador, el de Voluntad Reductora. Esta combinación que lo hace infinitamente remoto en su Esencia (su Dazt) y en su Secreto (su Uluhia), y lo concibe a la vez como Señor inmediatamente presente, más cercano a nosotros que nosotros, es la expresión de su Plenitud (Kamal). Nuestra existencia, sometida a ese Misterio, es el espacio en el que se realiza su capacidad infinita. Por ello es posible la designación de Allah por sus Cualidades y Actos, magnificados por su Verdad Inaccesible y no reducidos a nuestro entendimiento limitante.
Esta conjunción de Profundidad y Presencia es su Poder Determinante (Qudra). El Corán dice: “Allah tiene Poder sobre todas las cosas”, “Allah es Determinante de todas las cosas” “Nada se opone a Allah ni en los cielos ni en la tierra. Él es el Absolutamente Sabio y Poderoso”, “Su Trono engloba los cielos y la tierra y no le pesa preservarlos. Él es el Elevado, el Inmenso”. Su Poder es su Verdad Absoluta en una acción creadora de la que derivamos y en la que estamos integrados.
Ésta es la interrelación en la que queda completado el circulo de la existencia y todo queda conjugado en el Uno-Único: su “Rububia” (el Señorio) y nuestra “Ubudia” (la subordinación). El nos ha creado y estamos sujetos a Él, en toda la Grandeza de la Verdad, en cada instante. Nada se le impone y Él se impone a todo, ninguna voluntad lo doblega, nada escapa a su Presencia, y su Querer lo somete todo. la contundencia de su Poder configura cada realidad, cada instante, cada fenómeno, pero nada llega a Él, nada lo roza, nada lo aprisiona, nada lo condiciona, nada coarta su Libertad Absoluta.
4. “Wa la ilaha gairuh” (Y no hay divinidad salvo Él)
Esto resume lo anterior y es el resultado del proceso de dejar la idolatría. El termino ilah designa lo singular, lo impensable, lo poderoso, lo eficaz, lo caracterizado por la Uluhia (el Misterio insondable de la Libertad Absoluta) … pues bien, no hay más ilah (divindad) que Allah (la ilaha ila Allah): esta es la puerta del Islam. Con este reconocimiento (shahada) empieza la auténtica rendición del ser humano ante su Señor.
Toda la realidad, todo lo que vemos oímos, imaginamos o podemos representar de un modo u otro, todo ello carece de esas cualidades infinitas de las que se ha hablado desde el principio por tanto no son la Incógnita Absoluta que está en todos los orígenes, sostiene cada realidad, la gobierna y la reconduce hacia Si con la muerte. Cuando el hombre se rinde o se somete a cualquier ídolo, a cualquier dios que invente, cuando acepta como su señor a un semejante o a una circunstancia, cuando se doblega o sobrecoge ante un concepto o un deseo, se está rindiendo a lo que no es Allah, a lo que no tiene las cualidades vertebradoras de nuestra existencia, y se ésta confundiendo de orientación. Nuestras envidias, recelos, rencillas, nuestra avaricia y cobardía, todo ello viene de nuestra cortedad ante Allah: somos incapaces de imaginárnoslo. Si lo hiciéramos, todos nuestros fantasmas se desvanecerían necesariamente y pasaríamos a confiar en la Verdad que rige cada instante. El germen de toda mediocridad y vileza es la idolatría.
El hombre diviniza todo lo que le apabulla. Por ello ha convertido en mitos y dioses a reyes, a profetas, a santos y a ángeles, a fenómenos de la naturaleza, a demonios que le obsesionan, a circunstancias que lo quiebran, a esperanzas con las que sueña, a ilusiones que lo confunden, a ambiciones que le atormentan… y se somete a todo lo que cree que tiene poder o influencia. El Islam está en contra de todo eso: “Sólo hay fuerza y poder en Allah”.
El hombre inventa aliha (plural de ilah), es decir, sustitutos de la Verdad y en los que imagina que está contenido lo incontenible. Se trata de intentos de abarcar lo que en esencia es huidizo. El hombre intenta atrapar el Poder. El Islam ataca esa inclinación del ser humano para enfrentarlo con la desnudez del ilah (ese Dios) Verdadero, de la Realidad que es verdaderamente apabullante porque es la que articula la realidad y no es reducible ni concebible más que en la anulación de los dioses, ya sean ídolos o aspiraciones, ya sean burdos o idealizados. Ante Allah solo cabe la sumisión o rendición, el auténtico sobrecogimiento y la sinceridad pura, la intención liberada de mediocridades. La expresión la ilaha ila Allah, no hay más divinidad que Allah, es perfecta y lo resume todo, quiere decir que no hay algo verdadero, poderoso, eficaz más que Allah, el Uno-Único, el Irrepresentable. La primera parte de la frase es una negación (nafy) que nos invita al Tançih, a deshacernos de nuestros dioses, a dejar atrás el intento de dar configuración a eso que está en la raíz de todo, de cada criatura y de cada acontecimiento. Una vez culminado ese proceso anti idolátrico estamos en condiciones para asomarnos al Infinito. Por ello, la segunda parte de la frase es una afirmación (izbat).. “más que Allah”, …”sólo Él”… y que nos envuelve en la Grandeza de una Verdad cuya magnitud no podemos calibrar ni limitar y por ello nos envuelve, se apodera de nosotros y nos engulle. En esa Inmensidad que sigue al proceso de abandonar la idolatría descubrimos, fascinados y penetrados por la Verdad, lo que quiere decir el Nombre ALLAH. Mientras tanto, por mucho que queramos, por intensos que sean nuestros esfuerzos y profundas nuestras reflexiones, no lograremos vislumbrar lo que significa el Ser Absoluto. Es necesaria, por tanto, una purificación: no se accede de otro modo a Allah. al igual que los recogimientos del musulmán ante su Señor van precedidos de abluciones, acercarse a la Verdad de Allah exige de un ejercicio previo, requiere un profundo acto demoledor de todo aquello con lo que queremos determinarlo.
Por todo ello, la frase “la ilaha ila Allah” (no hay más divinidad que Allah) es perfecta. Con esta frase han venido todos los Profetas, desde nuestros padres Adán y Eva, pasando por Noé, Abraham, Ismael, Isaac, Jacob, José, David, Salomón, Moisés, Jesús y el último y sello de los Profetas, Muhammad, que la paz y las bendiciones de Dios sean con todos ellos.
Continuara.