Yo no soy como usted”, no voy a hacer lo que ustedes dijeron que nunca harían y al final hicieron. La afirmación resume la disposición, impasible, moderada, quizás demasiado mesurada de Rajoy frente a un adversario, Pérez Rubalcaba, que ayer no dudó en actuar como si ya estuviera en la oposición y se enfrentara, cara a cara, en un primer debate sobre el estado de la Nación, al nuevo presidente de Gobierno.
Rajoy se mostró a tono con su ser habitual ante la opinión pública. Un hombre sosegado, calmo y ordenado, que difícilmente pierde los nervios y al que la falta de brío a veces parece restarle poder de convicción en sus compromisos.
Por su parte, Rubalcaba actuó como un auténtico filibustero, un malabarista del discurso que intentó zafar cualquier responsabilidad personal sobre la actual situación del país y su participación en la crisis crónica que sufre España.
Posiblemente fue mi impresión, me faltó un cronómetro y un nuevo repaso para cotejarlo, pero Rubalcaba habló más, sobre todo en la primera parte, dedicada por entero a la economía, e interrumpió sin pudor en muchas más ocasiones a Rajoy, ante la pasividad de un moderador, Martínez Campos, que nada hizo por evitarlo.
Ayer, pasada la media noche, recién acabo el debate, la pregunta del millón no era otra que la previsible sobre quién había ganado el ‘encuentro’.
A final, medios de comunicación, redes sociales y plataformas telemáticas variadas reducían la contraposición de ideas a un mero pugilato que exigía de un resultado en el marcador. Pero la realidad política de España es mucho más compleja y, más allá de los resultados previsibles según el origen de las encuestas, lo cierto es que el debate de ayer, desde mi punto de vista, si de algo sirvió fue para mostrar, claramente, la condición y catadura de los dos principales aspirantes a presidir el nuevo Gobierno de España.
Y en esto, no hubo sorpresas. Como digo, Rajoy, fiel a su papel, demostró que es el hombre sensato, mesurado y prudente que posiblemente necesitamos en la España actual para salir del atolladero en el que estamos metidos.
Rubalcaba, sin sorpresas también, evidenció que tiene tanta osadía como valor para comparecer ante los españoles proponiendo medidas que su propio Gobierno no ha sido capaz de adoptar en ocho años.
Fuera de los guiones previstos, que marcaron la mayor parte del diálogo, hubo nulo espacio para la espontaneidad, para ese guiño a lo imprevisto que permitiera dar más juego a la franqueza.
A Rajoy, en mi opinión, le faltó mayor concreción respecto de las medidas a adoptar por su futuro Gobierno y fue fiel hasta la extenuación a un guión prediseñado y descriptivo de la situación económica en la que nos encontramos y la máxima cota de responsabilidad que corresponde al PSOE en todo ello.
A Rubalcaba le faltó franqueza y sinceridad. Se parapetó en un intento claro de ‘acoso’ y de poco le valió que Rajoy le acusara de mentir o de echar mano de la insidia para insistir, una y otra vez, en que el PP tiene un programa oculto y camuflado en las ambigüedades que, según el socialista, caracteriza al conjunto de propuestas electorales del Partido Popular.
Personalmente creo que más importante que decidir quién ganó el debate es medir si sirvió para variar la intencionalidad del voto de unos españoles mayoritariamente decididos, según las encuestas, a que se produzca un cambio en el Gobierno nacional. Y en esto, tanto los medios más próximos al PP como los más afines al PSOE, coincidieron en señalar que una amplísima mayoría no se sentía motivada a repensar su voto tras el ‘cara a cara’ de anoche.
Y es que más allá de lo pretendido por Rubalcaba, de su acoso directo y constante a Rajoy o de la excesiva templanza del popular por defender su postura, lo que está claro es que ni el PSOE ni su principal candidato tienen ya ninguna credibilidad para convencernos de nada, ni para recabar la confianza de los ciudadanos de este país, por mucho malabarismo, filibusterismo verbal o de cualquier tipo con que quieran excusarse.
Lo mejor, en cualquier caso, la vocación de consenso en un asunto tan crucial como el final de ETA que, creo, todos esperamos que verdaderamente llegue a buen término.
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