Como el arte de la guerra, el de prometer tiene su liturgia y su maestría. Hay quienes lo ejercen a barullo, sin ton ni son, con el fin de llenar lo más posible los espacios mediáticos y, sobre todo, las mentes hacia donde va destinado y de las que esperan la elección de sus opciones.
Los hay, así mismo, quienes de una manera más ordenada, exponen todo un abanico de posibles para encandilar a electores más resistentes o alejados de la variante política que defienden. Y por último, como recordatorio, están los que le votarán pase lo que pase, haya pasado lo que haya pasado y que constituyen el voto fiel, irreductible.
En esta liturgia, que sin duda se repetirá, la maestría estriba en potenciar la memoria selectiva de los receptores con pronunciamientos y ofertas. Y cuando se juntan las dos artes, el de la guerra y el de prometer en una contienda electoral, se sea gobierno u oposición, e incluso marcas de nuevo cuño, convencen las emociones, más que las razones. Y esto se agudizará por la presencia de nuevos candidatos al liderazgo, aunque esto es también una oportunidad.
Estos meses son, igualmente, un periodo, en el que, con extraña habitualidad, quienes crearon un problema son los primeros que niegan su existencia. Lo más, afearlo al de enfrente y dando cuenta de una intensidad distinta en cuanto a la hora de despotricar del contrario, no sea que lo que vendrá después, los más que presumibles pactos, vengan con heridas supurantes.
El arte de prometer, sobre todo en campaña electoral, se obstinará en intentar hacer olvidar el deterioro de lo esencial y lo que no se ha hecho ni se hizo en su reparo cuando se tuvo el cetro o ahora que se tiene. En esto, las opciones de nuevo molde o las que ni tuvieron oportunidad de gobernar u opositar, pueden salir con ventaja por eso que se desconoce su grado de cumplimiento y al que impulsa el beneficio de la duda.
Entre tanta promesa de hacer, balance de logros y denostación del contrincante, seguirán siendo más creíbles, quienes se limiten a decir que intentarán, simplemente, mejorar la vida de la gente frente a las aseveraciones rotundas, la virtualidad de los hechos futuribles adornados por todo un despliegue de luz, sonido, accesorios y artificio.
En el ámbito general, más que nunca la moderación debiera tener una oportunidad y que torna a improrrogable. Entre lo que la izquierda escorada proclama de la derecha “asalvajada” y ésta de la transmutación de la otra al maoísmo, leninismo, independentismo y todos los “ismos” malvados, seguro que hay una gran mayoría que espera de aguas quietas para que se atiendan problemas turbulentos. Pero las emociones, en más que probable, mandarán.
Ponderar sobre que los servicios básicos no sufren deterioro y generan desigualdad es, sin duda, engordar la incertidumbre. Tantas veces ha sido y será, la precampaña y la propia campaña (cuya línea de separación es difusa), ese espacio donde se acopian los materiales del tejado y se aplazan los de los cimientos. Es una opinión.
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