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Dos ‘enemigos’ llamados a entenderse

Decía ayer el portavoz del Gobierno local y consejero de Economía, Daniel Conesa, que “toda ciudad que se precie tiene hoy en día una gran superficie comercial”.

Melilla espera contar con una dentro de unos meses, pero no será suficiente para ese “marchamo de modernidad” al que se refería Conesa. Toda ciudad que se precie también tiene hoy en día un centro comercial abierto. En realidad, este último suele ser consecuencia de la primera. Los comercios tradicionales no suelen reaccionar hasta que no ven la que se les viene encima. En este caso, si se cumple lo anunciado por el consejero de Fomento, el ‘problema’ será una infraestructura comercial que nace con la intención de polarizar la mayor parte del consumo de la ciudad y del que pueda venir del otro lado de la frontera.
Ante este hecho, el comercio tradicional tiene muy difícil luchar en solitario. Competir con mejores precios no siempre es suficiente. A veces no basta con un trato cercano con los consumidores. Muchas veces no es suficiente con intentar conservar a los clientes de toda la vida. Generalmente es necesario conseguir todo eso al mismo tiempo y además cooperar con los establecimientos comerciales próximos para reforzar la imagen del conjunto ofreciendo un plus de calidad y confianza a los consumidores. En definitiva, se trata generar sinergias y colaborar en lo que beneficia al conjunto sin olvidar que nos movemos en un sistema de libre mercado en el que ley máxima es la competencia. Ése es el concepto de un centro comercial abierto.
A corto plazo, el reto para los pequeños comerciantes es muy importante porque la gran superficie que se va empezar a construir les va a obligar a hacer una rápida puesta a punto que, no obstante, a medio plazo sólo traerá beneficios para el conjunto del sector. Será así porque, en primer lugar, es previsible que el gran centro comercial se convierta en un importante punto de atracción para los ciudadanos con más recursos económicos del otro lado de la frontera. Y además, aunque arrastre a parte de la clientela local, es posible que también provoque que crezca el consumo, retraído en los últimos años a causa de la crisis. De ambas circunstancias se puede aprovechar el perqueño comercio.
En consecuencia, el centro comercial abierto y la gran superficie comercial no tienen por qué ser dos ‘enemigos’ condenados a enfrentarse hasta que haya un vencedor. En realidad sus respectivos éxitos dependerán en gran medida de que ambos sean capaces de adaptarse a las nuevas circunstancias. No es imaginable una Melilla sin sus tiendas, bares y restaurantes. Cualquier ciudad con una gran superficie comercial sería inviable sin el complemento de los comercios tradicionales.

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