A lo largo de la noche del sábado al domingo, los cristianos hemos vivido (revivido) la resurrección del Señor. Nuestra alegría desborda. Nadie antes ha resucitado como lo ha hecho el Señor. Nuestra alegría debe ser contagiada a todos los que nos rodean.
Pero, ¿dónde encontramos muestras de que este Jesús, el que enterrábamos el viernes, es el que ha resucitado?
En primer lugar, debemos recordar que, ante el sepulcro del Señor, los fariseos y sacerdotes han pedido dejar una guardia romana. ¿Qué ha pasado con ellos? Según san Mateo Mt 28, 11), nos señala que los soldados que estaban de guardia salieron corriendo en dirección a la ciudad y allí dieron aviso a los sacerdotes de lo que había sucedido. Ellos explicaron lo sucedido y los sacerdotes, para callarlos, les dieron dinero y les dijeron que lo que tenían que decir: por la noche vinieron los discípulos y se llevaron el cuerpo de Jesús, mientras nosotros dormíamos. (Mt 27, 13). Esta fue la versión que dieron y hasta nuestros días ha llegado (Mt 27, 14).
En segundo lugar, nos encontramos con la versión de las mujeres. Estas fueron por la mañana, muy temprano, a realizar el lavado del cuerpo de Jesús y a echarle los ungüentos que no habían podido echar el día antes, porque ya era el tiempo de reposo. Por el camino van discutiendo que no se han dado cuenta de cómo mover la piedra que cierra el sepulcro (Mc 16, 3). Así que tendrán que pedir ayuda para rodar la piedra. Pero cuando llegan, descubren la piedra removida (Lc 24, 2). Entraron y no encontraron el cuerpo de Jesús. Allí estaban las ropas dobladas y bien colocadas. De repente se presentaron dos hombres resplandecientes que les señalaron que no tuvieran miedo, porque Jesús estaba vivo, tal y como había dicho y por lo tanto tendrían que ir a buscarlo a Galilea (Lc 24, 4-6). Así que volvieron donde estaba el resto de discípulos y les anunciaron los que había sucedido.
Lo que sí coinciden todos los evangelistas es que, a las primeras que se aparece Jesús resucitado es a las mujeres. Juan nos relata cómo se aparece a María Magdalena y esta no lo reconoce. Incluso lo confunde con el jardinero del cementerio, a quien le pide que, si lo ha sacado del sepulcro, lo devuelva a para que ella pueda darle una digna sepultura, es decir, para que pueda limpiarlo y aplicarle los ungüentos y bálsamos debidos para el difunto (Jn 20, 15).
Y todas ellas, una vez descubierto el sepulcro vacío van en busca de los discípulos para contarles la noticia. Juan y Pedro van a ser los primeros en descubrir y en ver el sepulcro vacío (Jn 20, 2; Lc 24, 20).
A pesar de todas las explicaciones que tenemos, los evangelios son bastante sobrios. El misterio es superior a las palabras que pueda contar lo sucedido. De hecho, el momento y la manera concreta de la cómo fue la resurrección, no aparece en ningún de ello. Nadie lo vio, Nadie fue testigo de ese instante. Jesús resucita y se va manifestando, poco a poco, con distintos signos, a los discípulos.
Lo importante es que la muerte no ha sido la última palabra y que su triunfo sobre ella da sentido a la vida del cristiano y por supuesto a su esperanza. “Si Cristo no resucitó, vana es nuestra fe”, va a decir san Pablo a los Corintios (1Cor 15, 17). Porque la fe del cristiano no depende tanto de una doctrina o de un código moral o de unas costumbres, sino de una Persona que comunica vida.
Por eso hoy, Domingo de Resurrección, Pascua, nos atrevemos a gritar a los cuatro vientos: ¡Cristo está vivo, Cristo ha resucitado! Y con él, un día, todos resucitaremos. ¡FELIZ PASCUA DE RESURRECCIÓN!
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