NOS encontramos en el pórtico de la Semana Santa. Y cruzamos esta puerta entre cánticos y alabanzas: ¡Hosanna al Hijo de David! ¡Bendito el que viene en nombre del Señor! Así fue recibido Jesús cuando entró en la ciudad de Jerusalén montado en un borrico y rodeado por sus discípulos. La gente lo aclamaba, lo festejaba y con sus mantos extendidos en el suelo, simulaban hacerle una alfombra. Ramos de olivo al aire, palmas y alegría. Llegaba el Mesías a Jerusalén y por fin se iba a cumplir el plan salvador de Dios. Pero toda esta alegría, se vería truncada a lo largo de la semana que iba a comenzar. Toda aquella fiesta terminaría en lloros y gritos, pero de dolor.
El Domingo de Ramos está lleno de símbolos, que van a predecir lo que terminará sucediendo el Viernes Santo. Pero también es verdad que este final ya estaba marcado mucho antes del Domingo de Ramos. Jesús se había enfrentado a todos los poderes: políticos y religiosos y, como era de suponer, aquello no le llevaría a un final dulce y agradable.
El símbolo del pollino
El mismo hecho de subir desde la fuente Guijón hacia las puertas de Jerusalén era un rito que se usaba en tiempos del rey Salomón y que sus sucesores continuaron al inicio de su reinado (1Re 1, 32-35), indica que Jesús no lo estaba haciendo al azar, sino que tenía muy bien pensado lo que iba a hacer y por lo tanto lo que iba a pasar.
Creo que nadie se puede imaginar a un rey montando en borriquillo o pollino. Más bien, un buen rey que se precie montaría en un caballo, de raza, con un porte elegante y fino. Sin embargo, en el texto del evangelio de Lucas (Lc 19, 28-40) se nos habla de que Jesús entra en Jerusalén a lomos de un burro. Los burros eran animales destinados a los trabajos en el campo.
Pero esta entrada de Jesús montado en un burro estaba ya descrita en el profeta Zacarías, quien había dicho: “Alégrate mucho, hija de Sión; da voces de júbilo, hija de Jerusalén; he aquí tu rey vendrá a ti, justo y salvador, humilde, y cabalgando sobre un asno, sobre un pollino hijo de asna (Zac 9, 9). Así se trataría de un rey pacífico y universal.
Los vítores de la gente que lo recibe, prácticamente lo están proclamando rey del pueblo de Israel como lo fue en sus tiempos David.
Así que, esta entrada triunfal de Jesús en Jerusalén, les muestra a todos que él es el Cristo, el Hijo de Dios, tanto que, ya en el siglo II, este episodio se considera la afirmación principal del “mesianismo” de Jesús. El burro también puede representar el elemento instintivo y terrenal del hombre, que Jesús va a conducir hacia la salvación.
Los ramos de olivo (palmas)
El evangelio de Lucas no menciona para nada los ramos de olivo ni las palmas. Sí lo hacen Marcos y Mateo, diciendo que la gente agitaba ramas de olivo al paso del Señor. Juan por su parte, nos dirá que lo que agitaban eran palmas. Tanto las ramas de olivo como las palmas, tienen también su significado.
La palmera es una planta que se renueva cada año con una hoja, lo que nos aporta una imagen mesiánica de la creación, un puente entre Dios y el hombre, la montaña y la ciudad. Hasta el siglo IV, una tradición existente en Jerusalén señalaba físicamente la palmera de la que habían obtenido las ramas aquellos que habían alabado la entrada de Jesús.
En Occidente, las palmeras no crecen o no son tan frecuentes, con lo que fueron reemplazadas por las ramas de olivo, donde sí se podían encontrar. El olivo simbolizaba la paz desde los tiempos de Noé, cuando, después del diluvio, la paloma volvió a él a la hora de la tarde; y he aquí que traía una hoja de olivo en el pico; y entendió Noé que las aguas se habían retirado de sobre la tierra (Gén 8, 11), indicando así que todo había acabado y volvía la normalidad (la paz). Incluso en los países del norte de Europa, donde encontrar olivos es difícil, utilizaban ramos de flores entrelazadas para la procesión del Domingo de Ramos.
Comienza la última semana
Y termina el evangelio de Lucas (Lc 19, 39-40), señalando que algunos de los fariseos que allí estaban, le pedían a Jesús que mandase callar a sus discípulos, porque lo que estaban haciendo no estaba bien. Pero Jesús no los manda callar, ni les recrimina lo que están haciendo, y eso que siempre les había insistido en que no dieran a conocer su condición. Y es que los gritos de la multitud aclamaban y reclamaban la autoridad especial que tenía Jesús, como la había tenido el rey David en su época. Pero Jesús había subido a Jerusalén consciente de que sería su última Pascua y que allí iba a terminar todo (o mejor dicho, comenzar algo nuevo). Jesús eligió un burro, símbolo de mansedumbre y así les daba una lección acerca de la autoridad. Entraba en Jerusalén, no como un conquistador y rey poderoso, sino como un siervo humilde y paciente.
Consciente de que había llegado su hora. Con el Domingo de Ramos iniciamos la Semana Santa, y con ella reconocemos a Jesús como el rey salvador que necesitamos, reconocemos que es él quien debe tener dominio sobre nuestras vidas para que podamos sentirnos seguros, firmes, felices, serenos… Para que no nos domine el odio, el miedo, la injusticia, la tristeza. Hoy recordamos que Jesús es el rey de nuestras vidas, de nuestro hogar y de todo lo que somos y tenemos.
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