Cuando se menciona un delito de lesiones en el ámbito familiar, lo habitual es pensar en una agresión de un hombre a su esposa o pareja de hecho. Sin embargo, esta conducta delictiva también incluye la violencia entre otros miembros de la familia.
Ayer, El Faro asistió a un juicio en el que el acusado era un padre al que se le imputaba haber abofeteado varias veces a su hija cuando se la encontró por la calle luciendo una indumentaria que él no aprobaba. En concreto, según el escrito de acusación, la joven vestía “una camiseta de tirantes”.
La vista oral fue rápida gracias a que el propio inculpado reconoció el delito que se le imputaba y no fue necesario que respondiera las preguntas que el Ministerio Fiscal le iba a formular. De esta forma, aceptó la pena que la acusación pública solicitaba, seis meses de prisión, que no llegará a cumplir porque carece de antecedentes penales. La legislación vigente así lo permite siempre y cuando la pena impuesta sea inferior a los dos años de cárcel.
No vamos a reproducir en este editorial los insultos que el inculpado profirió contra su hija, pero sí mostramos nuestro rechazo a que intentara imponerle mediante la violencia las convenciones morales o de vestimenta que él considere oportunas. Y más aún cuando él mismo compareció en la sala del juzgado ataviado a la occidental y de forma elegante. ¿Qué ocurre? ¿Lo que vale para él no sirve para su hija? ¿Por qué esa doble moral?
Sentencias como la dictada ayer son ejemplarizantes aunque el condenado se vaya a librar de ingresar en prisión por las razones que ya se han descrito. La violencia nunca es la solución para nada. Quien la cometa, debe tener presente que el peso de la Justicia le caerá encima. Pero, para eso, es fundamental que quienes sufren esa violencia denuncien lo ocurrido. Si no, no habrá nada que hacer.
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