A día de hoy, el posicionamiento de los miembros del G20 sobre la guerra de Ucrania difiere notablemente. Estados Unidos y casi todos los aliados en el Grupo han impuesto sanciones a Moscú y condenado enérgicamente la invasión en la Asamblea General de la ONU.
Y es que, la amplia mayoría de los miembros han reprobado al menos en la ONU, la agresión y los esfuerzos indebidos de Rusia por anexionarse ilegalmente territorio ucraniano, pero no han recurrido a las sanciones. No obstante, tres miembros no occidentales de entidad del G20, cuales son China, India y Sudáfrica, no sólo han rechazado imponer sanciones a Rusia, sino que se han abstenido en las votaciones de la ONU sobre la guerra.
Además, numerosos miembros no occidentales del G20 en ocasiones han pretendido disponer una actuación diplomática en la guerra, aunque los resultados han sido en general intrascendentes.
Recuérdese que Sudáfrica pretendió tomar la delantera en la ONU, destapando el tarro de las esencias con una resolución a la Asamblea General sobre la ayuda humanitaria a Ucrania. Los diplomáticos occidentales y ucranianos contradijeron el proyecto porque no hacía alusión a la responsabilidad de Moscú en el conflicto, en contraste con un texto superpuesto de la ONU hecho por Francia y México, aunque los funcionarios sudafricanos instaron a Crisis Group en que la suya era una iniciativa considerada positiva para robustecer la cooperación multilateral.
El Presidente indonesio, Joko Widodo (1961-62 años), visitó tanto Kiev como Moscú, dando su palabra de proporcionar la comunicación entre las capitales contrapuestas. Muchos observadores presumen que su principal inquietud era garantizar que la conflagración no imposibilitara la celebración de la Cumbre del G20. Indonesia, expuso en su día la probabilidad de que el Presidente ucraniano, Volodímir Zelenski (1978-45 años), concurriera de manera presencial, aunque Kiev finalmente participa por videoconferencia.
Otros miembros del G20 han tratado de poner su granito de arena en la diplomacia con relación a Ucrania. El caso de México que asombró y confundió a los comisionados de la ONU, al presentar una proposición para que S.S. el Papa, el Secretario General de la ONU y el Primer Ministro indio Narendra Modi (1950-72 años) capitanearan un esfuerzo de alto el fuego. Hasta la fecha, este pensamiento no se ha cristalizado.
Conjuntamente ha existido una marea ocasional de especulaciones entre los críticos occidentales de que la India, que últimamente ha acrecentado el comercio con Rusia, podría llegar a convertirse en un facilitador valioso de la diplomacia ruso-ucraniana y Modi pidió a Vladímir Putin (1952-70 años) a coger un “camino hacia la paz” en la Cumbre de la Organización de Cooperación de Shanghái.
Al contrario con estos someros y tímidos esfuerzos de paz, el Presidente de Turquía, Recep Tayyip Erdogan (1954-69 años), ha aparecido como uno de los actores diplomáticos principales en la crisis. Inicialmente, Turquía fue quién rompió el hielo de las primeras e inoperantes conversaciones de paz entre Rusia y Ucrania, pero tuvo su valor cuando contribuyó con la ONU para convenir el Acuerdo sobre los cereales del Mar Negro.
Dicho pacto dio luz verde para que Ucrania exportarse su cosecha por mar sin la interferencia deplorable militar rusa. Al igual que Turquía y otro miembro del G20, Arabia Saudí, también abrieron la puerta a un importante intercambio de prisioneros.
Pero por encima de todo, los participantes en el G20 midieron a Erdogan para saber de buena tinta si su interlocutor Putin, estaba por la labor de implicarse. Si bien, por mucha atención que Erdogan recoja, es viable que los líderes se atinen todavía más en lo que tenga que señalar el Presidente de China, Xi Jinping (1953-70 años). Para Estados Unidos y demás aliados de Ucrania, el dictamen de Pekín sobre el conflicto desencadenado ha sido un constante dolor de cabeza.
En los últimos meses los observadores occidentales parecen haber contemplado crecientes indicios de fracaso en China con el trazado de los acontecimientos. Pekín ha mostrado su desasosiego por el hecho de que las intimidaciones nucleares de Moscú, bastante extremistas en sí mismas, puedan ser algo más que una argumentación peliaguda. Esta turbación se ha visto intensificada por las vagas y erradas sugerencias del Kremlin de que es Ucrania y no Rusia, la que quiere escalar el envite nuclear. Xi, moduló estos temas con mayor claridad en un comunicado conjunto con el canciller Olaf Scholz (1958-65 años), en la que rechaza la amenaza o el empleo de armas nucleares en Ucrania.
Aunque a los miembros del G20 no les faltan apreciaciones sobre la guerra de Rusia, es dificultoso ver cómo podrían dirimir sus puntos de vista discordantes. Es complejo tomando como ejemplo, el convenir la defensa de México de un inminente alto el fuego, que por otro lado Argentina y Brasil respaldaron en la ONU, con los desvelos de las potencias occidentales de que Moscú pueda hacer valer una pausa en los antagonismos para apuntalar el control sobre partes de Ucrania, incluso mientras se refuerza y reposiciona para la siguiente fase del combate.
En lugar de centrarse en los rasgos de cómo finiquitar la guerra, los líderes del G20 podrían estar mejor posicionados para determinar espacios sobre cómo reducir la guerra y sus secuelas. Lo más incuestionable sería que alentaran la condena a las amenazas nucleares y al manejo de armas nucleares.
Como opción podrían insistir en el principio básico de que “no se puede ganar una guerra nuclear y nunca se debe librar”, que en su día los cinco estados con armas nucleares como Francia, Reino Unido, China, Rusia y Estados Unidos, ratificaron en una declaración ante la ONU.
Un reconocimiento de este tipo podría enredarse por las visiones disconformes del G20 en asuntos de no proliferación. Brasil ha apretado a favor del Tratado de Prohibición de las Armas Nucleares, mientras que India ni siquiera es miembro del Tratado de No Proliferación. Pese a todo, dadas las repetidas indirectas de Rusia al automatismo de armas nucleares en Ucrania, los líderes deberían al menos estar de acuerdo en que objetan las amenazas nucleares y la guerra nuclear.
El propósito de una declaración de estas características, por mínima o vaga que parezca, sería puntear a Moscú que deberá afrontar sanciones diplomáticas y de otro tipo a nivel internacional, más que a las derivaciones de Occidente, si de algún modo su elocuencia nuclear se transforma en acción.
Rusia ha exhibido cierto interés en cómo se distinguen en el universo no occidental sus movimientos en Ucrania, como el acuerdo sobre el grano en el Mar Negro. No es previsible que los líderes del G20 expongan qué medidas tomarían si Rusia atraviesa la línea nuclear. En verdad, sería mejor que no fueran demasiado claros, ya que hacerlo podría poner de manifiesto sus contradicciones. Pero algún tipo de señal conjunta, fundamentalmente una que disponga la participación de China y Estados Unidos, podría ayudar a tonificar el tabú nuclear.
“El G20 está llamado a dirigir un conjunto de indicaciones comunes sobre la guerra de Rusia en Ucrania, sabiendo de antemano que las posiciones distan una de otras”
En cuanto a la conmoción de la guerra, podría plantearse un apoyo común a los esfuerzos por simplificar la pérdida económica que está produciendo el conflicto. Al igual que una declaración de apoyo al acuerdo sobre los cereales del Mar Negro y pedir que esta alianza que actualmente debe reafirmarse cada 120 días, prosiga continuamente hasta que acaben las hostilidades.
Esta declaración sería un estímulo no ya sólo para Erdogan, sino también para los agentes de la ONU que trabajan afanosamente en la aplicación del acuerdo y que Rusia advirtió con renunciar tras una agresión ucraniana a su armada.
En términos más generales, los líderes del G20 pueden ayudar a afianzar la inestable economía mundial, como hicieron sus antecesores. Entre las operables preferencias se halla el impulso a los bancos multilaterales de desarrollo para que incrementen los préstamos a estados pobres con la finalidad de encarar los desafíos económicos que podrían avivar el desequilibrio político.
En el año 2021, los integrantes del G20 se comprometieron a alentar la liquidez de la economía, asentando a disposición de las naciones más pobres 100.000 millones de dólares en derechos especiales de giro del Fondo Monetario Internacional. Ciertamente, esta promesa se ha postergado en materializarse y deben activar el compás a medida que el panorama económico internacional se vuelve más oscuro.
Dados sus principios y composición, el G20 asume más credibilidad como herramienta de gestión de crisis económica, que como foro de seguridad. Sus gestiones sobre la economía mundial tienen más empaque que las declaraciones políticas de sus componentes sobre Ucrania. Amén, que este último año ha dejado patente que los ejes económicos no pueden apartarse de la crisis de seguridad y que las potencias circundantes deben velar por ambas.
Simultáneamente, el chantaje nuclear de Rusia en medio del conflicto que dirime en Ucrania, es una cuestión demasiado importante como para ignorarla. De ahí, la ocasión para que las potencias occidentales y no occidentales modulen al menos su interés compartido en no permitir que la guerra se acreciente, adoptando para ello posiciones comunes sobre la guerra. Su principal objetivo debería ser que los estados del Grupo se comprometan de manera específica a ayudar a los más necesitados a esquivar las turbulencias económicas.
Pero los actores concurrentes también podrían aprovechar el momento para insistir que todos aguardan que Rusia deseche de echar mano de la energía nuclear, tanto de palabra como de obra. Lo ideal sería que dejaran caer sobre la mesa que si Moscú traspasa el portal nuclear, habrá de enfrentarse a las repercusiones no sólo de Occidente, sino del resto del mundo.
Una declaración conjunta que desapruebe la guerra por parte de Rusia o que fije posibles posturas de paz, será posiblemente inalcanzable, dados los enfoques desiguales de los miembros del G20. Quizás, encontrando un común denominador en asuntos económicos y, como no, el entresijo nuclear, esta ocasión será un esfuerzo diplomático que merecerá la pena.
No hay que olvidar de este escenario, que el G20 es un foro a nivel global que ante todo busca afianzar la estabilidad y continuidad de las economías mediante la colaboración recíproca. Se compone de 19 países representantes, entre los que destacan Estados Unidos, Argentina, India, Rusia, China y la Unión Europea que ya posee tres Estados miembros, Francia, Italia y Alemania y España como invitado permanente.
Ni que decir tiene, que este grupo reúne las mayores economías del planeta, representando el 90% del PIB mundial. O séase, el 80% del comercio internacional y dos tercios de la población. De la misma forma, posee un enfoque significativo en agricultura, por lo que supone el 60% de las tierras agrícolas y el 80% del comercio global del área. Y por si fuera poco, cuenta con 14 organizaciones socias que son parte integrante del foro y parte de ellas están vinculadas a un país miembro.
A decir verdad, en ocasiones anteriores la diplomacia se ha visto malograda en las diversas reuniones del G20 y no ha conseguido atenuar la sacudida geopolítica que está produciendo la guerra de Ucrania. Los resquicios abiertos por el conflicto están al orden del día y no parece que el diálogo internacional vaya a reemplazar el estruendo de los cañones.
Sin duda, los estragos de la guerra rotula las dicotomías habidas entre Occidente y Oriente, entre el Norte y el Sur, entre las naciones más ricas y las emergentes, con Estados Unidos encabezando el envite bélico occidental frente al llamamiento a la paz de muchos de los estados menos favorecidos.
En su primer cara a cara desde que se iniciase la invasión, los máximos representantes diplomáticos ruso y estadounidense, Seguéi Lavrov (1950-73 años) y Antony Blinken (1962-61 años), no han concedido un ápice en la pugna que sus respectivos países conservan en torno a la guerra. Ambos se han mirado con el desaire y la antipatía de los ministros de exteriores de sendos países en total desacuerdo.
En un inesperado cruce de palabras de escasamente diez minutos, el secretario de Estado estadounidense solicitó a Lavrov el regreso de Moscú al Nuevo Tratado de Control de Armas Estratégicas.
Con ocasión de los meses transcurridos desde la detonación del conflicto bélico, Putin había comunicado la suspensión temporal de la aportación rusa en ese tratado que regulariza las pruebas nucleares y la elaboración y despliegue de armas atómicas, quedando el terreno despejado a la viabilidad de un posible rearme nuclear.
El viceministro ruso de exteriores, Serguéi Riabkov (1960-63 años), quiso dejar lo suficientemente claro que Rusia no llevará a cabo pruebas nucleares si Estados Unidos no hace antes lo propio, pero declaró que Moscú no titubearía en dar el paso en caso de que Washington tome ese derrotero.
En cambio, Blinken insistió en su apoyo sin fisuras a Ucrania, evaluando hasta el momento los millones de dólares contribuidos en armamento y asistencia militar. Obviamente, no pasaron de largo las palabras del régimen chino en boca de su ministro de exteriores, Qin Gang (1966-57 años), quien defendió la paz y sacó a la palestra el plan de doce puntos diseñados por Pekín para prosperar hacia el armisticio.
Pekín sigue proporcionando una hoja de ruta mediadora, al tiempo que hace todo lo posible por no dejar excluido a Moscú, a quien contempla un socio privilegiado en la vorágine internacional. Aunque respalda la soberanía e integridad territorial de los estados, China no ha condenado la actuación rusa y en uno de los puntos de su oferta de paz, solicita la retirada de las sanciones sobre el régimen ruso.
Tampoco ha tenido reparos para aproximarse al principal aliado de Rusia en Europa, el presidente de Bielorrusia, Alexander Lukashenko (1954-68 años), quien en su día se reunió con Xi. Lukashenko, quien ha repetido en diversas ocasiones su apoyo a Putin, deja la marcha de unidades militares rusas por su territorio en dirección a Ucrania y, a su vez, permite la ubicación de unidades rusas en Bielorrusia. Igualmente, dio el visto bueno a la invitación de paz china a la que consideró literalmente como “un paso nuevo y original que puede tener un impacto de gran alcance” hacia un alto el fuego. “Ni un sólo problema en el mundo se puede resolver sin China”, dijo Lukashenko.
En la misma línea, China ha desacreditado las sanciones occidentales, principalmente de Estados Unidos, asignadas sobre Bielorrusia, estado que Pekín distingue como otra potencial punta de lanza económica en el espacio ex soviético y un reto a Washington. Por eso, la visita de Lukashenko a Pekín ha sido entendida como una declaración de intenciones a la gira que llevó a cabo el secretario de Estado Blinken por dos de esas antiguas repúblicas en Asia Central. Me refiero a Kazajistán y Uzbekistán.
La invasión de Ucrania golpeó con contundencia el retrato de Rusia en Asia Central, donde Moscú conserva intensos nexos. La guerra ha traído graves resultados para las economías centroasiáticas, muy dañadas por las subidas de los hidrocarburos y alimentos. Y si de cara a la galería los líderes centroasiáticos han amparado la protección de los límites fronterizos, todavía permanecen profundos lazos con Moscú en el recinto de la seguridad, siendo indiscutible su cooperación para transportar el petróleo del Caspio ruso hacia Oriente.
Por eso, la visita de Blinken a Asia Central quedó colmada de buenas frases y ofrecimientos de inversiones estadounidenses consignados a competir con el también protagonismo chino en la región. Si bien, no hizo alusión al plan de paz chino, pero sí insinuó las diez peticiones que Zelenski hace para sentarse a la mesa de las negociaciones y que exigen que Rusia se declare vencida y abandone los territorios ocupados, incluida Crimea, algo que el Kremlin no tiene la más mínima intención de poner en práctica.
Del mismo modo, sacó a la palestra los recelos sobre una hipotética intención de Pekín de proveer armas letales a Moscú. En concreto, drones kamikaze, uno de los armamentos que redundan por su eficacia en la guerra de Ucrania. “Esta es una preocupación compartida por muchos otros socios de Estados Unidos”, expuso Blinken. Si tales indagaciones cuyo origen no ha detallado la Casa Blanca, son ciertas, “esto sería un problema grave para nosotros en nuestra relación con China” que demandaría “sanciones y otras consecuencias”.
“La última palabra de esta disertación la tiene Zelenski, que ha hecho un serio reclamo para que los países arrimen el hombro en la restauración de la paz y pongan fin a una guerra incesante”
Tales acusaciones sobre la presumible remesa de armas a Rusia establecidas en infundados informes de inteligencia americanos, curiosamente eluden las decenas de miles de millones de euros que Occidente está sirviendo a Ucrania en asistencia militar y armas.
Y en este horizonte irresoluto, India surge como un ejecutante de extraordinario calado mediador en la crisis de Ucrania. Aunque los representantes indios no han conseguido limar las asperezas en torno a la guerra, sus apelaciones a la serenidad y sus múltiples intereses con Rusia y Europa, sitúan a India como posible mediador en un proceso de paz. Mientras los estados occidentales culpan a diestro y siniestro a Moscú de desestabilizar el sentido común y solicitan la retirada inmediata de Ucrania, Rusia valora de drama el comportamiento occidental y desairaba las principales sanciones aplicadas, llamadas a derribar la economía rusa.
Finalmente, la última palabra de esta disertación la tiene Zelenski, que ha hecho un serio reclamo para que los países arrimen el hombro en la restauración de la paz y pongan fin a una guerra incesante. “Estoy convencido de que ahora mismo es necesario y posible detener la destructiva guerra de Rusia. No permitiremos al ejército ruso que descanse, reconstruya sus fuerzas y que luego comience una nueva serie de terror y desestabilización global”, ha testificado el mandatario ucraniano en un comunicado de prensa.
Por ello, ha recapitulado que cada jornada de demora encarnan “nuevas muertes de ucranianos, como nuevas amenazas para el mundo y un aumento demencial de las pérdidas”, debido a la persistencia de “la agresión rusa”. En este aspecto, ha desafiado a Rusia a probar que verdaderamente está dispuesta a terminar con la guerra, algo que según el jefe del Estado ucraniano debe confirmar con hechos constatados para que lo reconozca la Comunidad Internacional.
Asimismo, Zelenski, ha referido una serie de “acciones concretas” que podrían efectuarse para auxiliar a Ucrania y otras naciones ante permisibles conflictos. Entre las medidas se hallan un pacto para garantizar la seguridad nuclear y contra la radiación, todo ello, según ha sostenido Zelenski, después del “chantaje al mundo con un desastre nuclear” llevado a cabo por Rusia.
La segunda proposición abarca la capacidad de los países a asegurar un buen contexto alimenticio, mientras que la tercera hace referencia a la seguridad energética, debilitada tras el año y cinco meses de conflagración. La cuarta, es la puesta en libertad de los prisioneros y deportados (…); la quinta, la culminación de la Carta de la ONU y el restablecimiento de la integridad del territorio de Ucrania y el orden mundial.
Para alcanzar la paz, Zelenski ha dirigido el punto de mira a la retirada de las tropas rusas del territorio ucraniano y la conclusión de las hostilidades, así como un proceso de justicia por el que se enjuicien a los criminales de guerra.
Entre otras medidas, el presidente de Ucrania ha mencionado la protección del medio ambiente, la prevención en la escalada del conflicto así como una ratificación rubricada del fin de la guerra. Zelenski concretó al pie de la letra: “La paz es un valor global. Lo que es importante para cada persona en la tierra (…). Y si Rusia se opone a nuestra fórmula de paz, veréis que solamente quiere la guerra”.
En consecuencia, el G20 está llamado a dirigir un conjunto de indicaciones comunes sobre la guerra de Rusia en Ucrania, sabiendo de antemano que las posiciones distan una de otras, pero el conflicto sugiere demandas de interés general, como la amenaza nuclear, en la que debería articularse el interés compartido en no dejar que la guerra se dilate en el tiempo.
Evidentemente, algunos estados han elevado el tono porque el multilateralismo esté bajo amenaza y cada vez significa una apuesta mayor, replicar de modo efectivo a los innumerables desafíos globales.
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