Hay formas de entender la vida. Se puede vivir de maravilla –sólo pueden hacerlo los millonetis–, se puede vivir mal (Dios no lo quiera para nadie) y se puede vivir la vida sin muchas complicaciones y mucha comodidad, viendo cómo pasan las horas mientras uno o una contempla la vida cerca de un ‘martini’ o un vaso de Ribera del Duero con un pitufito de tortilla de papas. En esta cuestión es fundamental saber elegir los espacios. Hay de todo, como en la viña del Señor. Igual te metes en un local de ‘pijas’ y te estrellas porque hay mucha bulla y poco servicio. Igual optas por un tascorro que tiene más mierda que la bombilla de una cuadra.
Venimos a decir que lo aconsejable es comparecer en los sitios de garantía. Ejemplo: El Parnaso, avenida de la Duquesa de la Victoria, antes del general ‘Mula’, lo siento, me ha salido del alma.
Bueno, el local de Jaime es un remanso de paz, armonía y buena y variada oferta gastronómica. La relación de la famosa ratio calidad/precio es aceptable. Podría mejorar pero, ya se sabe, en tiempos de crisis hay que hacer caja si no ¿de qué leches vamos a vivir? Lo fundamental: se puede desayunar, se puede almorzar, se puede merendar y se puede cenar. Hasta se puede pegar uno un par de buenos cubatas procedentes del Caribe más salvaje.
Y el factor humano. Eso sí que es importante. El equipo que ha sido capaz de integrar Jaime cuenta con una calidad humana incuestionable. Te miran y ya saben qué quieres. Y, si no lo saben, te asesoran y acabas haciendo lo que ellos quieren, comiendo lo que ellos recomiendan, o sea, encomendándote a sus profesionales designios.
El Parnaso, sea o no de los dioses, es remanso de paz y de amabilidad, es como mirar cómo pasa la vida sin mayor complicación, que el tránsito normal, biológico, escrito de antemano; ocurre a diario pero de forma apacible, sensata y estable. Suelo engullir un ‘Barbadillo’ a diario con picoteo de tortilla o ensaladilla rusa. Lo de menos es lo que accede a mis higadillas, lo fundamental son esos minutos de placer sereno.
Bueno, no todo es sereno. Ocurre a veces que elementos incontrolables como José Jiménez y su hijo Óscar irrumpen en el local y no se sabe quién es más peligroso, el padre o el hijo. Hoy viene vestido de judoka o karateka –yo qué sé–, tiene cara de pocos amigos y su mirada destila furia y agresividad. Me atrevo a retarle y me llevo un pescozón de primera división.
Está no muy lejos Curra Coll con su pandilla. Acaban de irse Mané Campaña y Ramón Puertas, incondicionales de El Parnaso y se espera la inminente aparición de Emilio Guerra (UPyD) y su amigo Mohamed Ouariachi, panadero de mucho valor y político de idéntico valor pero por descubrir. Él sabrá cuándo.
O sea, que si se quiere vivir en condiciones, si se quiere invertir en el mejor ocio, aprovechando el poco tiempo que, en la actualidad, tenemos los seres humanos, más vale poner rumbo a la Duquesa de la Victoria y pedirle a Yamal o a Rachid un buen cafetito con un pedazo de pan bien tostado.
Sean felices, por el amor de Dios, que es muy fácil.
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