Opinión

"El dinamismo fronterizo que desenmascara un limbo político"

Vista la enorme disparidad de sentimientos que los límites fronterizos a modo de fronteras terrestres ocasionan y, valga la redundancia, las crisis fronteriza que, poco más o menos a diario se retraen en Europa, se impone una breve reflexión, aportando sobre todo la pionera y fundamentalmente experiencia de la Unión Europea, UE, en el contorno de la apertura de fronteras y la cooperación transfronteriza.

Indudablemente, la tendencia presente hacia lo que se entiende como un repliegue en sí mismo de los Estados que conforman la UE, posee múltiples lecturas, ya sea en el formato político, social o histórico como el que aquí se pretende fundamentar.

Inicialmente, la conceptuación de frontera es dinámica y ha evolucionado con el acontecer de los tiempos. Toda vez, que la frontera siempre ha existido desde la antigüedad, sus acomodos han ido retocándose, así como la manera de catalogarla y considerarla. Con lo cual, la frontera es una terminología polisémica, porque se puede implementar en un sentido epistemológico, ético, psicológico, ontológico y geopolítico, y es precisamente en este último matiz, el que me lleva a dedicar estas líneas, al estar supeditado al poder, la soberanía, el orden, la identidad, o tal vez, la estabilidad.

La concepción rigurosa de frontera como límite geográfico y estático, está enteramente superado en nuestros días, puesto que ésta es la consecución de una causa activa, como realidad dispuesta política y socialmente y en constante cambio, en relación a su procedimiento de movilidad humana como lo definen algunos autores de inestable, móvil y penetrable que colinda con dos o más sociedades.

Obviamente, el proceso globalizador descompuso los contrafuertes del Estado-Nación con las consecuencias que arrastra, como son la hechura de redes transnacionales de migrantes, los estadios comerciales de bienes, mercancías, información y todo tipo de movimientos ilícitos como el contrabando o el tráfico de drogas. Lo que ha generado que se cuestione el protagonismo del Estado-Nación en la aldea global, porque de cara a la soberanía hace que las naciones aspiren a entrever sus límites, blindándose, más como una teatralización del poder soberano, que como un suceso en sí efectivo de salvaguardar a un interior de un exterior cada vez más penetrable y deshecho.

De esta manera tan perspicaz, la globalización y la economía hacen caer la balanza en la idea de la frontera como un medio solícito y, a su vez, contribuye a una disposición de la frontera cada vez más independiente del Estado-Nación. Siendo nuevamente la globalización económica quien más contrapeso apareja en la noción de la frontera del siglo XXI.

Esta definición pone en entredicho la dimensión de inclusión/exclusión y cómo el mismo progreso de fronterización, distingue el acoplamiento de la diferencia entre el nosotros y el otro. Es decir, el ciudadano y el no ciudadano que se valora como doble régimen de circulación de las personas, o la discriminación entre los individuos que disfrutan de más oportunidades de desplazamiento y aquellos a los que se les condiciona la libertad de movimiento.

Miremos detenidamente al Viejo Continente, que se prolonga desde el Ártico en el Norte, al Mar Mediterráneo en el Sur, y desde el Océano Atlántico al Oeste, hasta las cordilleras de los Urales en Rusia al Este. La inmensa totalidad de los territorios europeos comparten sus concernientes fronteras con al menos un estado. Sin embargo, la Federación de Rusia aglutina la mayor cantidad de naciones contiguas. Por otra parte, tres países no disponen de fronteras terrestres, y, por lo tanto, no delimitan con nadie. Y, por último, dos países están circunscritos por una única tierra.

A resultas de todo ello, el dinamismo fronterizo en las sociedades globales se centraliza en las normas de admisión y selección de migrantes en las fronteras. Amén, que la humanidad sin fronteras se ha hecho manifiesto en las aspiraciones del pensamiento romántico europeo, y estos ideales decimonónicos han discurrido hacia la fronterización de la UE.

Ante esto, el nuevo paradigma en el que se halla el Estado-Nación tras la globalización, proyecta el gobierno multiescalar en la comprensión del desarrollo territorial que personifica la búsqueda de una visión más extensa.

"La conceptuación de frontera es dinámica y ha evolucionado con el acontecer de los tiempos. Toda vez, que la frontera siempre ha existido desde la antigüedad, sus acomodos han ido retocándose, así como la manera de catalogarla y considerarla"

En los casos del gobierno multiescalar y del regionalismo se diferencian por ser evidencias preferentemente europeas. Con respecto al primero, un claro ejemplo de la UE y cómo en contraste con el Tratado de Libre Comercio y el Mercado Común del Sur, la Unión no simplemente ha logrado la integración a nivel económico, sino que ha suscitado políticas regionales y sociales de desarrollo y cooperación entre los estados miembros.

En cuanto al regionalismo, esta perspectiva surge por la desterritorialización del Estado-Nación que ha traído consigo la aparición de otras corrientes y movimientos políticos con derivación en la etnicidad, idioma o lugar de pertenencia.

En esta visual, las fronteras territoriales no son un requerimiento exclusivo para el alzamiento de la identidad, como acaparan los sumarios de los movimientos nacionalistas en Irlanda del Norte, o las minorías étnicas como los gitanos en la Europa del Este. Sin ir más lejos, en la década de los ochenta se emprendió una fase de eliminación de las fronteras entre las demarcaciones del continente. Este advenimiento fue inducido por la Comunidad Económica Europea. En un primer momento, esta raíz se descifró con certidumbre, puesto que encarnaba la aproximación entre las Europas del Oeste y Este y el enfoque liberal presumía un empujón hacia el imaginario de un mundo sin fronteras.

Más adelante, el Acuerdo Schengen se convirtió en la génesis del cambio de tesis en el mandato de las fronteras en la UE. Este primer convenio se rubricó en 1985 entre los territorios de Francia, Alemania, Luxemburgo, Países Bajos y Bélgica. Además, en la negociación tan solo se disponía de una cooperación transfronteriza entre las naciones signatarias, y sería en la segunda firma de 1989 cuando se evolucionó hacia el modelo de establecer una zona libre y desmantelar los controles fronterizos internos.

Aunque el pacto se legalizó en 1990, la entrada en vigor se demoró hasta el Convenio de Aplicación de 1994. Los antecedentes se midieron en el uso de la libertad de circulación entre los países firmantes, a lo que hubo de ensamblarse que la UE no disponía de competencias suficientes para tender procedimientos referentes al terrorismo, la nacionalidad o la migración, dejando su ejecución a merced de los países firmantes.

En concreto, Reino Unido fue detractor con la recomendación de la movilidad de personas que mostraba Schengen y optó por no adherirse al acuerdo. Y en contraposición, algunos como España, Portugal, Italia y Grecia acabaron adhiriéndose. Posteriormente, se procedió al Acuerdo Schengen al circunscribirse controles fronterizos minuciosos para la población no-Schengen y se plasmó un Sistema de Información para vigorizar la contribución entre los países de este espacio. Claro, que la exclusión de fronteras internas que se desenvolvió desde del Acuerdo Schengen, tuvo su repercusión en el manejo de las fronteras externas.

En 1992 el Tratado de Maastricht desplegó la primera estructura formal sobre los requerimientos reglamentarios para las migraciones internacionales con encargo en los estados de la UE. Esta sería la semilla para abordar los posibles alineamientos de una política común de visados. Al mismo tiempo, en Maastricht se introdujeron los tres puntales de la UE, cuales son el comunitario, la política exterior y de seguridad común y la cooperación en justicia y asuntos de interior.

Es en este último de los anteriormente aludidos, en el que se incluyeron las materias conexas a la migración y el asilo. Cinco años más tarde, el Tratado de Ámsterdam implantó el ‘Espacio de Libertad, Seguridad y Justicia’, que encaja políticas de control y cooperación con terceras naciones en ejes de migración de fronteras.

Asimismo, este Tratado transita por las competencias de control de fronteras exteriores, de migración y asilo del tercer pilar de la UE al primero, con el propósito que las determinaciones de la Unión en estas parcelas fueran vinculantes para los Estados miembros.

Luego, este acercamiento preliminar nos lleva a precisar las fronteras como parte del entramado territorial y político de los pueblos. No obstante, en su representación actual, son el producto de cómo las concibió el Estado-Nación desde el origen de este. Su conveniencia ha sido esencialmente maniobrar como línea de demarcación de la soberanía de un país, o de defensa y separación mirando el exterior. De ahí, que siempre ha sido objeto de observación más o menos escrupulosa.

Estas tareas han demandado de la frontera una herramienta para la construcción de la identidad nacional. Y en la vertiente económica, hay que extraer del baúl de los recuerdos la disyuntiva histórica entre proteccionismo y librecambismo, un argumento atenuado sobre el terreno por el contrabando. Hoy en día, las fronteras son objeto del derecho internacional o la geografía política, y como tales, se examinan ampliamente para un tratado de principios del siglo XX, continuando la cercanía geopolítica para el dibujo histórico-evolutivo de las fronteras francesas o una posición de la frontera como punto dificultoso.

Es cierto que a lo largo de los trechos, los espacios de frontera han sido superficies de tránsito, o de varias identidades y procesos socioeconómicos que no obligatoriamente han encajado con los del resto del país, porque en no pocas ocasiones estos territorios han tenido notables disparidades sociales.

Esto es irreprochablemente probado como en España o Francia, con sus alrededores lingüísticamente diversificados, llámense el catalán, gallego y euskera en España; o el alemán, occitano o bretón en Francia. En atención a algunos analistas, los territorios de frontera suelen reunir paralelismos específicos más o menos fuertes, como se confirma en la frontera entre Estados Unidos y los Estados Unidos Mexicanos. Incluso con un contacto cultural y lingüístico surten identidades transfronterizas.

Otro de los visos destacados de regiones de frontera es el que corresponde a la seguridad como su condición militar-estratégico y sus complicidades económicas. Porque con la opinión de frontera estratégica interpretada por numerosos autores, los territorios de frontera obtienen más preeminencia militar que otras franjas. Por eso, durante largos períodos estos dominios con una musculosa estampa militar han sido calificados como zonas menos seguras.

Persistiendo en este raciocinio, los territorios de frontera se han visto no pocas veces en detrimento económico, porque en un simple vistazo de confrontación ningún estado pretendería situar cerca de la frontera fábricas o industrias, como tampoco se fraguarían importantes metrópolis en sus inmediaciones y las inversiones e infraestructuras serían en menores proporciones.

Los polos centro-periferia en su triple casuística cultural, económica y militar, han acentuado los territorios transfronterizos, poniéndolos en clara inferioridad mirando a otras regiones. Dicho efecto, junto con otros que intervienen en los círculos fronterizos, se han concentrado en lo que en el lenguaje administrativo de la UE se baraja de manera algo vaga, como el alcance frontera y que extracta la desventaja de estos términos con el resto de cualquier país.

No cabe duda, que a lo largo y ancho de la historia las fronteras han evolucionado, pero no es hasta la recalada de la globalización, cuando se advierte que el cuadro fronterizo escala peldaños en similitud a la frontera.

"Actualmente, la frontera es una terminología polisémica, porque se puede implementar en un sentido epistemológico, ético, psicológico, ontológico y geopolítico, y es precisamente en este último matiz, el que me lleva a dedicar estas líneas, al estar supeditado al poder, la soberanía, el orden, la identidad, o tal vez, la estabilidad"

Y éstas por tanto, pasan a erigirse en dinámicas y no estáticas, porque atañen más a los intercambios humanos junto a los flujos que se provocan. Para algunos autores, las fronteras se convierten en suaves o porosas y se tornan en nexos de unión y no de separación. El debate fronterizo es actualmente, por lo menos en Europa, no un conflicto de divergencias territoriales, sino una tormenta de ideas de cómo se planifica y regulariza el espacio fronterizo de manera congruente, no más lejos de las limitaciones entre estados.

En esta situación de apertura europea de fronteras y de prevalencia de márgenes transfronterizos, las compensaciones económicas se ensanchan, seguidas de los cambios sociales componiendo otras centralidades económicas y corredores de flujo de individuos y productos. Estas zonas se terminan alineando como nuevas regiones que se establecen no por el gobierno, sino por la misma economía y son auténticas regiones funcionales en el sentido tradicional de esta expresión territorial.

Ello crea inconvenientes no ya solo en el momento de puntualizar existencias con base exclusivamente en lo económico, sino de legalizar estas divisorias de las dicotomías territoriales de la administración pública.

La gobernanza que por antonomasia es el modus operandi para conducir estas regiones, aflora no sin más como una praxis de acción pública o de concertación de actores, sino como un acceso para habilitar estilos de territorialización que evitan a los modos conservadores de autentificación política. Y en la medida en que no dispone de composiciones de representación democrática para justificarse una euroregión, requiere extremar componentes funcionales semejantes a los que infunden la gobernanza multinivel de la UE.

En este momento, la bifurcación entre una frontera cerrada y otra más abierta prosigue implícita en distintas formas. Y es que, la incógnita fronteriza puede contemplarse desde la seguridad o la integración económica.

O lo que es lo mismo, en una misma frontera pueden desatarse ambas visuales.

Varios autores interpretan la frontera norteamericana bajo estas facetas y dedican un balance entre ambas predisposiciones, en donde prevalece la intuición de la seguridad, mientras que en Europa y en sus límites fronterizos interiores, predomina el fondo de la unificación económica.

La polémica de la mirada sobre la frontera y el significado que de esta tiene la sociedad que convive próxima a ella no es un tema baladí. De hecho, se recalca el papel de incrustación social y nacional que encierra una frontera, y por lo tanto, ve difícil el espejismo europeo de una simple revocación de fronteras.

En una atmósfera de fronteras cerradas o franjas dificultosas, se resaltan las contrariedades socioeconómicas, las polémicas de la presión migratoria y su consiguiente encargo o la delincuencia.

En definitiva, la UE se percata que la libre circulación de personas, bienes, servicios y capitales implantada en el denominado espacio Schengen, únicamente puede materializarse en paralelo a la iniciativa del espacio europeo de libertad, seguridad y justicia, indicando que la rigidez entre libertad y seguridad está inconclusa.

A decir verdad, una mejora atrayente que tiene su comienzo en la Europa de los años sesenta es la cooperación transfronteriza. Esta contribución guarda su propia historia en algunas regiones.

Por otro lado, la efímera semblanza de la apertura de fronteras ocurrida a principios de los años noventa tras el desmoronamiento del comunismo en la Europa del Este, ha padecido sus altibajos en el escaso tiempo de existencia. Lo que revela la continuidad de la referida incertidumbre de unos primeros años de frenesí, se pasaría a una incuestionable frialdad y a restringir gradualmente aspectos de la libre circulación de personas.

En las fronteras europeas puede advertirse la colisión de dos lógicas de violencia institucionalizada, pues en ellas se prolonga al exterior la violencia imperialista, con el resultado de consignarse al interior el acaparamiento de la violencia legítima. Esta imagen se altera en la enunciación que las fronteras no son puramente la línea divisoria entre dos Estados, sino que habitualmente es relativizada por otros encasillados geopolíticos, remitiendo a un orden global anterior a su diseño y que lleva a cabo un ejercicio de configuración, sin la cual no existirían fronteras o fronteras permanentes.

Las fronteras son construidas institucionalmente como una extensión, por lo que sospecha la violencia implantada a nivel global, pero a su vez, al ser un área de transición que tantea a los estados garantes de derechos, fundamentalmente, de los Derechos Humanos, las naciones europeas han de encubrir y normalizar a través de habilidades discursivas, la violencia en ellas practicada.

Irónicamente, mediante todo tipo de elocuencias sobre una ética de los Derechos Humanos, a la par que la criminalización de los migrantes, es como se modera la violencia de los Estados en los sectores fronterizos. Si bien, las operaciones económicas y sociopolíticas están satisfechas según redes transnacionales, haciendo de la globalización un equivalente a un mundo sin fronteras, la convulsión humana se totaliza como barrera fronteriza, haciendo que las migraciones sean una cuestión extraordinaria para diferenciar las incompatibilidades que los propios Estados o comunidades transnacionales exponen.

Es con el Acuerdo o Tratado de Schengen cuando se emprende una carrera de exclusión de las fronteras interiores de Europa, mientras que las fronteras externas se reforman hasta el punto de que se reconstruye lo que se ha señalado como una ‘Europa Fortaleza’. Las fronteras marchan en una cota representacional que paulatinamente se van articulando a la impresión de defensa, percibiendo la migración hacia Europa y dentro de ésta como una intimidación a la seguridad.

Las migraciones han punteado el alegato político en Europa, pero esto no ha de sondearse sólo por el ascenso de las fuerzas concéntricas ultraderechistas, sino a través del desenvolvimiento de la fortificación europea.

Además del discurso asentado en la reseña de los migrantes como una amenaza prominente para la seguridad nacional, el humanitarismo es imprescindible para conservar una adaptación discursiva conforme con los valores democráticos. Control y representación han sido reconocidos como los dos módulos de frontera adoptados para codificar la movilidad en las migraciones.

En consecuencia, en tan solo una década se pasa de una panorámica plenamente optimista con un universo sin fronteras en el que no constan controles fronterizos internos, a una ‘Europa Fortaleza’ en la que el inmigrante se criminaliza por el hecho de desplazarse, y que ante todo es un derecho reunido en la Declaración Universal de los Derechos Humanos, DUDH, que en su Artículo 13 establece que “toda persona tiene derecho a circular libremente y a elegir su residencia en el territorio de un Estado. Toda persona tiene derecho a salir de cualquier país, incluso del propio y a regresar a su país”.

Lo cual, no deja de ser una incongruencia a todos los efectos, ya que el verbo ‘emigrar’ es un derecho humano según lo constata la DUDH, mientras que ‘inmigrar’ no lo es y está penalizado, acosado y criminalizado en la Europa del siglo XXI.

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