Donde dije digo, digo Diego

Se echaba de menos al Eduardo de Castro cañero, tirando de argumentos irrefutables. Desde que asumió la Presidencia de la Ciudad Autónoma si por algo ha destacado es por su perfil bajo. Es como si no se creyera que él tiene capacidad de destituir a cualquiera de los consejeros que tiene el tripartito. Con consecuencias, obviamente. Pero es él el único que tiene esa posibilidad.

Da, a veces, la impresión de que hasta el propio De Castro ha comprado el relato de quienes, desde el despecho o desde la convicción, consideran ilegítima su posición al frente del Ejecutivo local. El poder exige, ante todo, creérselo.

Pues bien, esta semana ha salido del letargo y lo ha hecho para cuestionar la gestión del Partido Popular durante la anterior legislatura. De Castro les acusa de haber desaprovechado la oportunidad de invertir 6 millones de euros en la construcción de 80 viviendas de protección oficial. Según ha explicado en rueda de prensa, el dinero tuvo que ser devuelto al Estado porque a los populares se les venció el tiempo de ejecución y aunque reclamaron por vía judicial al Ministerio de Fomento, no consiguieron que les perdonaran la falta de eficiencia y de empatía con quienes tienen necesidades habitacionales urgentes.

Los tribunales quitaron la razón al Ejecutivo de Imbroda y la Ciudad tuvo que devolver 6 millones de euros a Madrid. Se dice rápido, pero es terrible.

Este incidente, en mi opinión grave, nos lleva a preguntarnos cuánto dinero hemos tenido que devolver al Estado por nuestra ineptitud a la hora de sacar adelante proyectos importantes. Eso pasa, sencillamente, porque las personas más competentes no son siempre las que están al frente de este tipo de actuaciones.

Los partidos, sean del signo que sean, convierten los gobiernos en agencias de colocación con puertas giratorias a la salida y pasa lo que pasa. Que una ciudad tan pobre y con tantas necesidades como la nuestra se dé el lujo de devolver 6 millones al Estado porque no los gastó a tiempo es vergonzoso.

¿Cuántos puestos de trabajo podían haberse creado con ese dinero? ¿Cuántas promotoras de esta ciudad habrían recibido el encargo como un balón de oxígeno? ¿Qué sanción se llevó la persona responsable de no haber movilizado ese dinero para construir ochenta viviendas de protección oficial en Melilla?

En mi opinión, cualquier cargo público responsable de tener que devolver a Madrid 6 millones de euros debe quedar incapacitado para ejercer otra función dentro de la Administración local, por pequeña e insignificante que sea.

Es cierto que todos cometemos errores todos los días en nuestros trabajos, pero hay meteduras de pata y meteduras de pata. Ésta, por ejemplo, es un fallo de dimensiones volcánicas.

Le veo menos enjundia a la crítica de Eduardo de Castro a los gastos del Gabinete de Presidencia, cuando dice que mientras él empleó 800 euros en desplazarse a Madrid en el Día de la Hispanidad, Imbroda gastó 3.000 y 3.500 euros en los dos años anteriores porque iba acompañado de su “séquito”.

Soy de las que opina que el protocolo es la liturgia del poder. Si un presidente de una autonomía pequeña y aislada llega solo a Madrid, sin prensa, sin fotógrafo y sin asesor o jefe de Gabinete, no está mal, pero nadie va a celebrarle lo austero que es. Sencillamente pasa desapercibido. Porque a Madrid hay que ir preparado para lanzar el anzuelo y aprovechar los encuentros informales tras los actos públicos para cerrar reuniones que nos ayuden a resolver los temas pendientes. Eso no tiene que hacerlo, necesariamente un presidente. Su equipo puede establecer alianzas y tejer redes de contacto. No es lo mismo que un jefe de Gabinete llame a otro sin conocerlo a que lo llame después de haber coincidido en escenarios más relajados. El problema no es cuánto dinero se gasta en viajes oficiales sino si se le saca rendimiento a lo invertido.

Hay determinados gastos en los que no merece la pena recortar porque los melillenses necesitan enterarse el mismo día de qué ha pasado allí, con quién ha hablado su presidente, junto a quién se ha sentado, qué le ha entusiasmado más del desfile y qué reuniones trae cerradas de Madrid… En fin, tampoco es plan de viajar en barco y llegar hechos polvo o de comer en McDonalds cada vez que se sale de la ciudad.

No lo veo como gastos que haya que recortar porque nos jugamos mucho en ello. Prefiero que se recorten los sueldos. Suponen un mayor ahorro para las arcas públicas.

En fin, la reacción de De Castro llega en un momento en el que crecen los rumores sobre la posibilidad de una alianza PP-PSOE en la que Gloria Rojas y Miguel Marín serían los primeros espadas. Si esta alianza es posible o no, lo dirá el tiempo. Lo único que viene a reforzar esta corriente de opinión es la idea de que el tripartito está reventado por dentro. En Melilla no hay un solo Gobierno sino tres facciones: una de ellas va por libre (De Castro) y las otras dos (CpM y PSOE) se están cosiendo a puñaladas. No hay nada como las luchas cainitas a la izquierda del tablero.

Que no hay unidad entre los socios de Gobierno es un secreto a voces y Eduardo de Castro ha querido sacarle los colores al PP para poner a Gloria Rojas en el aprieto de tener que explicar cuál es su postura ante una alianza impensable en Madrid y hasta hace un año impensable en Melilla. A ver cómo explica que devuelve el poder a quienes, según ella misma, eran tóxicos para el futuro de nuestra ciudad. Donde dije digo, digo Diego.

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