Hoy también quiero hacer otro interludio, antes de retomar los tomos del diccionario.
Hoy es Domingo de Resurrección y tampoco quiero que empercochen, como decimos por mi salado rincón gaditano, la luminosa mañana de la verdad con mayúsculas, los nuevos enredadores de la vida cotidiana, me refugio en las enseñanzas que aprendí en las claridades abiertas de las Casa Hermandad.
Cristo ha vencido a la muerte y por eso tenemos la esperanza, más aún, en estos tiempos aciagos en que se nos obliga a estar alegres porque estamos recluidos.
Eso al menos dicen los que quieren recluir a las hermandades para siempre y los que lampan por una mayor subvención del Ayuntamiento, todo es fugacidad, incertidumbre y tibieza, a mí no me van a encontrar nunca en esos juegos florales. Lo digo para general conocimiento y efectos.
Pero voy a lo que voy, aunque sea todo virtual y todos debamos estar contentos.
Toda la fugacidad de las cosas tiene su ejemplo en este domingo glorioso, en el que Cristo vencedor de la muerte, se nos muestra en un entorno amarillo y blanco, celeste al fondo, con la alegría que demuestra nuestra alma en el instante deseado del "Encuentro".
Entonces, al volver al aperitivo antes de ir a casa, nos damos cuenta de que el gozo, que ha dado paso al gozo, se nos ha ido.
El alma no padece el "horror vacui", porque sabemos los creyentes que, por encima de todas las formas de adversidades y preocupaciones, por encima de todas las persecuciones y tragedias que padezcamos, Cristo ha resucitado.
Empero, tenemos que reconocer que hay un pellizco que nos pinza el corazón y retuerce el alma, la certeza de que cada vez que vemos amanecer este domingo celeste y alado, diga lo que digan los mapas del tiempo, algo se nos va para siempre disfrazado de gozo interminable.
Se nos va, como los cantos rodados arrastrados por la corriente de los ríos, las horas precipitadas de la Semana que hoy acaba, más que en ninguna otra ocasión.
Esto es difícil de comprender para los que no tienen el privilegio de ser tentados para la vocación de ser cofrade, la manera por la que yo me acerco a Dios, y no cabría imaginarme ninguna otra.
Esas horas pasadas y que ya no vuelven son las que se van y se van, queda ese pellizco que decía antes del tiempo vivido y que sabemos que no va a volver. Pero no es un pellizco amargo, como el que sufren los que, con escasa perspectiva del tiempo, fían sus esperanzas en las ilusiones de corto plazo.
En este domingo se encuentra uno con la esperanza de la resurrección final y doy gracias a Dios (que como todo el mundo sabe es el Gran Poder), por no tropezar en los agujeros de las esperanzas desvanecidas y las ilusiones tronchadas.
Lo que se va, se va, con la misma certeza que aquella sentencia de hace más de dos mil años, "lo que está escrito, escrito esta", con la que Pilatos zanjó la chinchorrería de la cohorte escribana y leguleya, nada ha cambiado más de dos mil años después y otra vez todo es lo mismo.
En él, mientras tanto el fuego destruye una de las señas de la identidad cristiana de la vieja y decrépita Europa.
Todo lo que se va, aunque no nos demos cuenta, se nos está escapando de las manos, se nos va algo mucho más importante que el gozo pasado, que la alegría de las horas de este domingo de Resurrección y también de vísperas.
No nos damos cuenta de que hemos empezado el cabo abrileño, y que ya, cabalgando a la grupa del tiempo veloz, casi nada será mañana lo que es hoy.
Lo que hemos vivido, vivido será, aunque como dije más arriba, nada será lo mismo en el futuro que ya alborea.
Hoy, a pesar de todo, es Domingo de Resurrección
Por lo demás, lo que siempre digo. Que no le falte agua al elefante.
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