Opinión

El día de la ira

Estamos y sentimos la Navidad universal, un tiempo de esperanza que viene acompañado de la Januká judía, la celebración de las Luminarias, y en el que ambas son una expresión de la luz. La luz tiende a oscurecerse por la ira, ésta la apaga y la aboca a malas decisiones. Decisiones que, cuando atañen al conjunto de la inmensa mayoría social, tornan en fracaso e inquietud.

El pasado jueves, el día de la ira, quedará como el recuerdo que la cámara principal de decisiones tuvo mejores días, pero pocos peores. El Congreso de los Diputados, también llamada Cámara Baja, bajó al lodo, ocasionando un choque institucional entre los poderes del Estado de complicado parangón. Cada cual con sus razones y todos desde la casi, prácticamente, sinrazón, escenificaron la expresión de un bipartidismo que no supo estar a la altura en su mantenimiento y fue presa de sus propios errores y desatinos.

Desde el egoísmo y la falta de visión, los dos grandes partidos de España, se dieron de bruces con aquello que por manido, no es menos cierto: la corrupción cuesta votos. En su ahínco de aniquilación del contrario y en no pocas ‘guerras’ intestinas, dieron paso y excesivo pábulo a formaciones políticas de escaso apego por la nación y de rápido aprendizaje a la hora de sacar réditos que su implantación y representación no merecen, incluso con episodios frecuentes de chantaje.

Y esto se trasladó, ese, entre otras cosas, egoísmo y bizquera, a las demarcaciones territoriales dando a luz, tal como en el ámbito nacional, a cambalaches de difícil entendimiento y fácil dislocación. Desde el respeto a cualquier partido que entre en competición, formaciones con poco o nulo sentido institucional y ralas aptitudes de gobierno adquirieron un poder de dudosa catalogación por mor de un bipartidismo que no supo estar a la altura de los acontecimientos.

De todo el bronco ruido y con tan pocas nueces que en estos días se viven y que alumbran un complejo galimatías, poco o nada sacará el PSOE ni el PP, si acaso una progresiva confusión de sus respectivas militancias y que seguirá siendo aprovechada y rentabilizada por partidos que continuarán sin ver al conjunto y si a sí mismos.

Y así, caminando hacia el año electoral y una vez continuado el sendero de la normalidad, tras lo peor de la pandemia, al quedar la mascarilla sin obligatoriedad, se aliviaron los epítetos y, como si hubiesen invernado, se desperezaron los insultos dando calle ancha a la palabra gruesa y la acusación rancia. Algunos y algunas que se acusaron de ‘golpismo’ el jueves 15 vivían por entonces, hace 40 años, en la inocencia de la infancia. Y sea por ignorancia o sea por sectarismo, no es más que una cuestión de egoísmo y electoralismo. El día de la ira, que ya venía precalentado, y sus consecuencias que progresan. Pero en todo caso, Feliz Navidad Y Feliz Januká.

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