En el año 2011, en medio de la terrible crisis económica que azotaba España, el Gobierno de José Luis Rodríguez Zapatero se enfrentó al órdago de las comunidades gobernadas por el PP, que amenazaron con devolver al Estado competencias como Educación, Sanidad y Justicia debido a la falta de acuerdo en la financiación autonómica.
Aquello quedó en lo que fue, un órdago, pero el debate dejó claro que sí se pueden devolver competencias transferidas. Negaba la mayor Manuel Chaves, entonces ministro de Política Territorial y hoy ex ministro socialista inhabilitado durante 9 años para ejercer cargo público tras ser condenado por malversación en el caso de los ERE de Andalucía.
Sin embargo, varios catedráticos en Derecho Procesal y Constitucional rebatieron la postura estalinista de Chaves y le aclararon públicamente que no sólo es factible sino que, además, es constitucional. Eso sí, es una operación que exige consenso.
Estos días, Mustafa Aberchán insistía en su intención de devolver al Estado las competencias de Menores Extranjeros no Acompañados y yo creo que, por el bien de los niños, debemos hacerlo no sólo ya, sino, además, rapidito.
Para nadie es un secreto que la Ciudad Autónoma, gobierne quien gobierne, es incapaz de tutelar como es debido a los menores extranjeros que llegan por cientos cada año a Melilla. No se trata de falta de voluntad política, sino de falta de dinero. Los fondos siempre son insuficientes y una ciudad como la nuestra, que está en primera línea de inmigración debería disponer de casas de acogida como las que he visto en la Región de Murcia, que han dejado con la boca abierta incluso a representantes europeos.
De esos centros de la Región de Murcia no se escapa nadie por una razón muy sencilla: los niños están a gusto y tienen la sensación de haber cumplido su sueño. Por una parte están en la península, estudiando y al cuidado de una Administración que se deja mucho dinero en ellos y en su bienestar físico y psicológico. Por otra, mantienen contacto habitual con sus familias. Muy pocos son huérfanos. Vienen de familias disfuncionales, pobres y mayoritariamente son hijos de madres solteras. Pero tienen a alguien a quien llamar del otro lado del mar.
Cuando esos niños alcanzan la mayoría de edad en Murcia, tienen la sensación de pertenecer a una familia, y esa familia que no es otra que una fundación subcontratada por la Administración, se asegura de que, a través de sus contactos, los menores no queden desamparados. Conozco incluso el caso de un tutor que ‘adoptó’ a uno de los niños, que hoy es monitor y atiende casos de menores víctimas de abusos sexuales en la calle.
¿Hay más voluntad en Murcia que en Melilla? No. Hay menos niños y el dinero rinde más. Los caprichos que un padre mileurista le puede permitir a su único hijo no se los puede dar el mismo padre mileurista a cinco hijos de una familia numerosa, por muchas ayudas y rebajas fiscales que reciba.
En Melilla nos pasa lo mismo con los menores extranjeros no acompañados. Es doloroso verlos en la calle. Yo recuerdo que, de pequeña en Cuba, nos asustaban diciéndonos que en el capitalismo salvaje los niños duermen en la calle, se prostituyen y no van a la escuela. Con el miedo en el cuerpo y desde los cinco años todos los niños cubanos gritan una consigna antes de entrar a clase: Pioneros por el Comunismo, ¡Seremos como el Che!
Pues bien, al llegar a España, los emigrantes no encontramos ese capitalismo salvaje… hasta que llegamos a Melilla. Aquí funciona la economía liberal, el estado de bienestar cancanea, pero ahí está. Sin embargo, no conseguimos solucionar el problema de los niños esnifando pegamento; pidiendo limosnas junto a los supermercados o durmiendo en las escolleras del puerto.
Pero si estábamos mal, la llegada de la pandemia nos dejó en peor situación. Fue entonces cuando se produjo el choque entre Ciudad y Estado, cuando ambas rechazaron pagar el alojamiento de los menores extranjeros que cumplen la mayoría de edad y siguen atrapados en Melilla sin poder regresar a Marruecos ni escapar a la península.
La Ciudad hizo un esfuerzo, pero nuestros recursos son pocos y finitos. La situación es insostenible. No hemos conseguido ni con Imbroda ni con el tripartito la impermeabilidad de la frontera y el reparto justo de menores entre todas las comunidades. Al final, Melilla, Ceuta, Cataluña, Andalucía, País Vasco y Madrid se comen el grueso de la inmigración menor de edad sin que el Estado haga un reparto justo de fondos. Es hora de que nos pongamos de acuerdo y devolvamos lo que no podemos pagar. No nos podemos permitir correr con los gastos de la tutela de niños que llegan a Melilla sin sus padres. Es así de sencillo.
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