Opinión

El devenir de Turquía resulta paradigmático y de muy difícil encaje

Como la amplia mayoría de los líderes que han conseguido eternizarse en el poder durante larga data, el presidente turco Recep Tayyip Erdogan (1954-69 años), ostenta unos evidentes ingenios de resistencia. El Erdogan imperecedero y con una elocuencia antioccidental que barrió Turquía durante la campaña, nada tiene que ver con aquel primer ministro que en los inicios de siglo hacía alarde de la moderación y llamaba a las puertas de la Unión Europea (UE).

Con un encargo del poder cada vez más individualista, el gran cuestionamiento que se hacen dentro de Turquía como en las cancillerías de diversos continentes es: ¿cuál será la composición del Erdogan que contemplaremos los próximos años? En política exterior parece ser que existirá una línea continuista, ya que entenderá que las urnas han dictado sentencia a sus políticas. Y es que, Ankara proseguirá defendiendo su autonomía estratégica de cara a Occidente y la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN), los aliados de Turquía desde hace décadas.

Desde el estallido del conflicto bélico en Ucrania, esta indeterminación automatizada en sus vínculos con Washington y Moscú le ha causado a Turquía buenos réditos. A la vez que facilitaba y promocionaba sus drones a Ucrania, el Erdogan calculador eludió atribuir las sanciones occidentales a Rusia, instalando la economía turca en una atrayente posición de mediador. Por si ello no fuera suficiente, Ankara ha explotado su enfoque para guardarse un as bajo la manga en el acuerdo entre Kiev y Moscú favorecido por Naciones Unidas para permitir la exportación del grano ucraniano por medio del Mar Negro, lo que ha envalentonado su figura a nivel internacional.

Toda vez, que la capacidad del Gobierno de administrar dicha política independiente estribará del contexto económico del país. Momentos antes de las elecciones se tuvo conocimiento que el Banco Central se había quedado prácticamente sin reservas de divisas, originando el recelo a una súbita devaluación o al empleo de un corralito.

Es posible que tarde o temprano, Erdogan tenga que arribar en el Fondo Monetario Internacional (FMI), y esto le exigirá contener sus posiciones y aproximarse a Occidente. Como se ha dicho inicialmente, el principal socio comercial es la UE. Ni tan siquiera, China o Rusia lo sacarán del apuro. Un primer indicativo de los propósitos de Erdogan llegará de inmediato con su dictamen de levantar o no el veto al ingreso de Suecia a la OTAN.

En el entramado interno, Erdogan apenas posee pocos alicientes para retroceder en su deriva autoritaria, que ha englobado el seguimiento leal de disidentes y el haber colocado las instituciones públicas a disposición de sus intereses partidistas. Asimismo, el hecho de que el nuevo Parlamento sea el más conservador y nacionalista de la historia más reciente de Turquía, no vaticina nada bueno para las minorías, como la LGTBI o la Kurda, así como para los derechos de las mujeres. Incluso en su oratoria de victoria no titubeó a la hora de culpar a la oposición de intimidar los valores nacionales por su soporte a los derechos LGTBI.

En opinión de diversos analistas, las visiones para la democracia turca son tenebrosas e incluso se sospecha que las elecciones recién celebradas sean las últimas en las que la oposición tenga impresiones de arrebatar el puesto al partido gobernante. Prácticamente Turquía se transformará en una autocracia inigualable y el Estado de derecho se esfumará, como los últimos residuos de autonomía de las instituciones.

Hoy por hoy, una de las principales incertidumbres es si Erdogan se apartará de la política en 2027, pues por entonces, ya habrá completado el máximo de dos mandatos presidenciales que establece la Constitución, o bien optará por hacer algunos cambios que le permitan continuar.

"La punta de lanza autoritaria siempre está al acecho para caer como perros de presa y parece reprimir esa verdadera democracia que anhela la mayoría de los ciudadanos turcos"

Su fuerza política, de ‘la Justicia y el Desarrollo’, el AKP, y sus aliados gozan de la mayoría absoluta en el Parlamento, pero no de una totalidad que les habilite a modificar el Texto Legislativo para excluir el escollo de los dos mandatos y ampliarlo. No obstante, sus detractores dudan, de que de una u otra manera, logre hacerse con algún artificio para perpetuarse en el poder.

No más lejos de la Carta Magna, su otro punto distante podría ser biológico, como consecuencia de las habladurías sobre supuestos inconvenientes de salud. De hecho, hubo de interrumpir su campaña durante tres días por una extraña dolencia y su semblante suele ser fatigoso y pálido.

De cualquier modo, el punto cardinal que abrirá tanto Erdogan como la afligida oposición, son las municipales que se convocarán de aquí a unos meses, estando en juego las alcaldías de las dos grandes ciudades más importantes, estas son Estambul y Ankara, actualmente a merced de la oposición.

Con estos mimbres, se han llevado a término los comicios electorales más significativos de la historia contemporánea de Turquía. El ambiente de convulsión política de los últimos meses, las aparatosas algarabías de corrupción de una cantidad manifiesta de integrantes del Gobierno, incluyendo al mismo primer ministro divulgados a los cuatro vientos por medio de las redes sociales o el despunte autoritario de libertades, no han hecho sino que ofuscar las miradas hacia Turquía. Fundamentalmente, el Viejo Continente como uno de sus principales socios inversores.

Si bien, los resultados electorales parece no haber variado en exceso, el pueblo llano ha otorgado el triunfo a la fuerza que lleva una década en el Gobierno, el AKP, indicando que aunque su popularidad estaba bajo los mínimos, ha tenido más peso para la estabilidad. Pese a ello, no hay que llevarse a una farsa, puede que Erdogan se haya sentido escudado en las urnas, pero las protestas y las críticas no han cesado y no quedan al margen de la realidad.

El continente europeo no puede encubrir su desconfianza ante este ascenso de autoritarismo que se viene ocasionando y que se inició con el desahucio impetuoso de grupos ecologistas que tomaron el parque Taksim Gezi de Estambul, en un pulso al Gobierno para impedir su destrucción y convertirse en un centro comercial.

Estos reproches populares y la feroz gestión de las mismas materializadas por las Fuerzas de Seguridad, fueron el detonante y la apertura de un deterioro y una deriva opresora que ha ido en aumento. En los meses subsiguientes se originará la expulsión de la mitad de los miembros del Gobierno por imputaciones de corrupción, la reforma unilateral del sistema de elección de los componentes del órgano de dirección del Poder Judicial o las restricciones a la libertad de expresión, cuando la dirección optó por limitar nuevamente el acceso a Twitter y YouTube sin la conveniente aprobación judicial en una tentativa por controlar la producción extendida de información comprometida de los interesados.

Pero, cabría preguntarse, ¿qué hay detrás del partido mayoritario PKP que lleva más de una década aupado en lo más alto? ¿Y por qué en este momento podría ser ciertamente una amenaza? El partido se constituyó en 2001 por Erdogan junto con el presidente Abdullah Gül (1950-72 años) y otras fuerzas políticas islamistas moderadas, congregando en él a diversos sectores conservadores y nacionalistas que no entreveían una posibilidad consistente de poder. Por aquel entonces, las ofertas reformadoras del AKP atrajeron a votantes laicos y pro-occidentales que no compartían su ideología, pero que advertían en Erdogan a quien estaba capacitado para llevar a Turquía por el progreso y favorecer la aproximación a Europa.

A decir verdad, estos compromisos han sido holgadamente solícitos y Turquía ha revivido como potencia regional, pero la amputación de las libertades y los múltiples episodios de corrupción que cercan al Gobierno, han ido decepcionando a los sectores que no son sus votantes acérrimos y que ya no confían en él.

El AKP, sabedor de este escenario se ha centrado en sus electores más incondicionales, o séase, aquellas facciones más religiosas y tradicionales, así como los residentes de las superpobladas jurisdicciones de las grandes ciudades, donde los aspavientos populistas obtienen los votos de las clases más dependientes que penden en gran medida de la asistencia social.

La persistencia del AKP en el Gobierno pasa por ayudar a aquellos que le asegurarán en las urnas, incluso si eso igualmente involucra hacer algún tipo de concesiones en la esfera religiosa en un país como Turquía que se muestra como estado laico. Y esto es una cuestión que inquieta: arrinconar las peticiones de las clases medias y altas está absorbiendo a la sociedad hasta extremos que atemorizan con la ruptura.

Recuérdese al respecto, que el AKP consiguió el 50% de los votos en las últimas legislaturas de 2011. Más tres mayorías absolutas y una década de intensificación económica hubieran endosado una supremacía que antes de estas pasadas elecciones locales no estaba tan clara, equivaliendo estos comicios como una proposición de confianza al mandato de su partido y convirtiendo estas elecciones locales, poco más o menos, en un referéndum para el primer ministro. Aunque Erdogan no era aspirante en estos comicios, los resultados han acrecentado las probabilidades de continuar en la presidencia tras las elecciones de agosto.

Como es consabido, más de 52 millones de votantes estaban citados a las urnas para alentar a sus ejecutivos municipales, base de toda la acción política en una Turquía donde son los ayuntamientos los que asignan y tramitan directamente los servicios y ayudas sociales. El entresijo electoral islamista se encargó de refrescar a los ciudadanos más desfavorecidos de dónde proviene la ayuda que reciben y quien las hace viables, reviviendo sus logros en los espacios metropolitanos de Estambul y Ankara y de las localidades del interior de Anatolia. Así, las principales ciudades eran una celebración que hacía recordar a los albores de la democracia.

Ahora, cada distrito o barrio estaba engalanado con millares de banderas representando cada una de las fuerzas políticas y los anuncios de los aspirantes encabezando sus propuestas. Automóviles dotados con altavoces transitaban las vías con ensordecedoras composiciones electorales y en los puntos principales numerosos voluntarios entregaban regalos y ofrecimientos electivos. Además, grupos de personas participaban con frenesí en el espectáculo, bailoteando y entonando cánticos en un entorno que era enteramente festivo y donde la bandera turca flameaba por dondequiera.

Erdogan podría pensar, al menos por ahora, que ha superado uno de los mayores retos de sus doce años de mandato, aunque para ello se haya valido de desenvolverse dictatorialmente, pero la imprecisión en cuanto al vuelco que puede adquirir su política ya está haciéndose advertir en su economía, echando por tierra la credibilidad irreprochable en la última década y oscureciendo su gestión.

Y en el horizonte se cierne un nuevo peligro como derivación de la victoria del AKP en las elecciones locales: Erdogan podría erigirse en presidente de la república, un cargo más bien honorífico y con apenas insignificante peso político, pero sólo hay que girar la cabeza hacia su vecino ruso para saber que podría seguir siendo el primer ministro en el anonimato, o incluso modificar la Constitución para duplicar los poderes del cargo, como en su día hizo su colega Vladímir Putin (1952-70 años) y así continuar explícitamente en el gobierno. Habrá que aguardar los hechos para conocer el curso del país.

Por otro lado, la causa de adhesión de Turquía a la Unión que siempre ha sido un engranaje para la democratización, en este momento se halla en punto muerto. El desgaste permanente de la democracia y de las libertades esenciales, unido a las tiranteces con los estados de la UE, primordialmente, después de 2016, han llevado las negociaciones a una situación de total enfriamiento. Para ser más preciso en lo fundamentado, la rehabilitación de la democracia y las libertades fundamentales es para la oposición la prioridad que no puede quedar en el olvidado.

"Con esta nueva victoria, Erdogan vigoriza la tesis de su imbatibilidad en las urnas. Ni tan siquiera la economía hecha añicos y una inflación fulminante, han deteriorado de modo sustancial su apoyo entre el conjunto poblacional turco"

Otra de las muestras es optimizar progresivamente el Estado de derecho e incluirlo más estrechamente con los criterios occidentales. Esto entrañaría la puesta en libertad de los presos políticos, la aplicación de reformas para perfeccionar la marcha del Poder Judicial y de los medios de comunicación, así como el acogimiento del diálogo de la sociedad civil para estimular la transición democrática.

Indiscutiblemente, este escenario daría paso a un espacio para el diálogo que ha estado aislado. Aunque es previsible que la nueva administración impida operaciones impulsivas que enardezcan altercados con los Estados miembros de la UE, algunas materias continúan siendo controvertibles: entre ellas, el acuerdo migratorio UE-Turquía, mediándose por el regreso voluntario de los refugiados a Siria.

En contraste con Erdogan, el líder de la oposición no se complace con el apoyo de Bruselas sustentado exclusivamente en la ayuda financiera, sino que reivindica un repartimiento justo. Luego, si la oposición tiene éxito, estaría sobre la mesa una renegociación del acuerdo migratorio, aunque los requerimientos exactos del Gobierno a Bruselas sólo quedarían despejados tras las elecciones.

En el marco contrario, el proceder autoritario se apuntalará, obstaculizando todavía más la libertad de prensa, los derechos humanos, la separación de poderes y la salud de la democracia. Puede que esta realidad no sea una distinción, sino la regla común. La disconformidad con la UE y el discurso antioccidental seguirán supeditando la política exterior de Turquía. Aunque la Unión se ejercitó con Erdogan a lo largo de sus veinte años, puede que éste ya no sea en el futuro un camino sostenible. Tras su reelección, los nexos seguirán caracterizándose por las agitaciones como hasta ahora y ambas partes no admitirán otros acuerdos, a menos que sean rigurosamente ineludibles. En un largo plazo de tiempo, mantenerse en una cooperación limitada y transaccional en los asuntos más complicados, llámense la seguridad fronteriza y la migración, según y cómo, dañarían aún más las relaciones UE-Turquía.

La quimera de Erdogan de quedarse en el poder como líder populista-islamista en el centenario del establecimiento de la Turquía laica moderna, todavía podría ser real. Tal vez, aflorarían colisiones institucionales entre la presidencia y el Parlamento, lo que originaría un entumecimiento político y acaso algunos tumultos.

En la cara de la política exterior, a pesar de las variaciones en el Parlamento, las clarividencias negativas seguramente subsistirían intactas. Incluso si el Parlamento estuviese por la labor de apear los poderes de Erdogan y encuadrar reformas democráticas, sería embarazoso que la UE desplegara un rumbo más positivo hacia Turquía. Amén, que la Unión debería estar dispuesta para dar el parabién a cualquier esfuerzo de democratización, desempaquetando al menos uno de los apartados adormecidos en la negociación de acceso o modernizando la unión aduanera, ya que de no hacerlo se observaría como una reprensión injusta contra los ciudadanos que en su día eligieron los valores democráticos.

Por último, es incontrastable que el presidente seguiría precisando de una mayoría en el Parlamento para dar una vuelta de tuerca al sistema presidencial. No obstante, la fuerza política de Erdogan podría favorecer la reinstauración del sistema parlamentario. En términos genéricos, todo cabe, surtiría un conflicto persistente entre ambos poderes del Estado.

En cada uno de estos círculos en los que la oposición obtenga algún tipo de triunfo, ya sea en el Parlamento o en la Presidencia, Bruselas debería apostar por un porte más práctico hacia Turquía.

Hasta estos momentos, las políticas antieuropeas de Erdogan y su argumentación islamista y conservador-nacionalista han fortalecido a los opositores a la adhesión de Turquía a la Unión. Un cambio en el paisaje político pondría a prueba a los europeos. Fijémonos en la liberalización de los visados que ha sido más una tema de identidad que técnica.

Debido al progresivo populismo de derechas habido en el continente, puede resultar complejo para Bruselas defender sus promesas y dar salidas fructuosas en esta orientación, incluso si Turquía verifica las demandas previas de la UE. Al mismo tiempo, es presumible que otros puntos sigan siendo problemáticos independientemente del resultado electoral, como la reunificación de las comunidades grecochipriota y turcochipriota, así como las disyuntivas por las aguas territoriales con Grecia.

En consecuencia, Erdogan estará durante cinco años más aferrado en el poder dando continuación a una propuesta nacionalista y conservadora que ya perdura dos décadas, enmarcándose como figura inmanente política del siglo XXI y buena parte de la historia de Turquía.

La culminación de un persuasivo discurso nacionalista que busca un puesto destacado en el equilibrio geopolítico de la región, era predecible tras el frente que ya ganó en la primera vuelta. Aquella jornada electoral terminó con cualesquiera de las posibilidades de cambio de una buena parte de la sociedad turca que se había posicionado tras el líder socialdemócrata.

La cabeza visible del AKP repetirá estando en la delantera del país, pero el reparto de votos recalca en toda regla una fisura entre Turquía con aspiraciones y miradas fogosamente diferentes. No puede desdeñarse que en los inicios de su gestión, indujo a una serie de reformas en varios ámbitos enfocadas hacia el establecimiento de la democracia y con el punto de mira puesto en optar a formar parte de la UE. Con todo, esa postura iría variando de modo escalonado como perturbador en una línea dura que no se corresponde necesariamente con el temperamento democrático que declara ostentar.

Desde entonces, no han sido irrisorios los intervalos en los que los turcos han realizado multitudinarias manifestaciones y pruebas de protesta frente a evidentísimas reseñas de una deriva autoritaria del Gobierno islamista.

Y como en otras tantas ocasiones, dichas disputas destaparon el corcho que Erdogan y su Ejecutivo respondieron de manera violenta, lanzándose cada vez más patentemente a apartarse del comedimiento y el gobernar para todos, y se volcasen en brazos sin vacilaciones de una posición que no puede denominarse en firmeza ‘democrática’ en todo su contenido.

Entre tanto, han vuelto a saltar los temores y la oposición turca ha avisado que el Gobierno está exhibiendo indicios de radicalización y un modus operandi antidemocrático. Da la impresión como si se intentase mediante leyes y resoluciones muy cuestionables, catapultar la separación de poderes y cercenar la libertad de prensa y de expresión, cimientos inexcusables de todo régimen democrático.

Así se aprobaría una ley que facilita gran control y margen de maniobra al Gobierno en la designación de jueces y fiscales, y otra que concede al Ejecutivo obstruir páginas web sin la exigencia de autorización judicial previa, que a juicio de Erdogan provocan literalmente “la inmoralidad y el espionaje”, al igual que supone que es “una de las peores amenazas para la sociedad”. Pero, más allá de esta corrupción sospechosa, el acontecer de Turquía resulta sombrío y de difícil incrustación entre el islamismo, por muy moderado que se muestre y unos principios legítimamente democráticos. La punta de lanza autoritaria siempre está al acecho para caer como perros de presa y parece reprimir esa verdadera democracia que anhela la mayoría de sus ciudadanos.

Con esta nueva victoria, Erdogan vigoriza la tesis de su imbatibilidad en las urnas. Ni tan siquiera la economía hecha añicos y una inflación fulminante, han deteriorado de modo sustancial su apoyo entre el conjunto poblacional turco. Y es que, por encima de programas y promesas fantasiosas, estas elecciones se transformaron nuevamente en un referéndum sobre su imagen, venerada y reprobada casi a partes iguales en un estado severamente fragmentado.

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