Frente un verdadero torbellino de acusaciones, invectivas y, cuando no insultos, en una actualidad veloz y condimentada con tensión continua, lo que menos se espera son las salidas de tono, las aseveraciones derrapadas, provenientes de ese ámbito celestial en el que se les suele enmarcar a los poderes divinos. Y eso, máxime, cuando los asuntos a tratar no carezcan de una sensibilidad manifiesta y una prudencia inherente.
En tan solo un estrecho margen de tiempo, el Papa Francisco, discípulo de San Pedro y guardián de la fe y la Iglesia católicas; de gran capacidad de influencia por su expresión y actuación desde ese noble compaginar humanidad con santidad, ha brindado a la opinión pública dos deslices, no se sabe aún bien si en el marco de esa concertación.
Y se produce tropezando de plano en ese necesario e ineludible debate y combate contra la homofobia y la desigualdad entre hombres y mujeres y que tiene como esperanza para su progreso a las instituciones que encabezan la sociedad, con un grado más añadido en la condición de líderes confesionales si cabe. Más allá del discurso oficial, ha dicho posiblemente lo que piensa ante obispos y nuevo sacerdocio.
Las formas, aunque conlleven una presumible sinceridad, son fundamentales. De su ejemplo cunden parte de los avances o los retrocesos. A él y en el buen sentido, se le tiene, considera y respeta como pastor en la guía del espíritu y también del pensamiento, moldes para la actitud y ejercicio.
A la Iglesia, como a tantas instituciones, no les sobra “mariconeo” (término empleado por el Pontífice) sino quizás algo de perversidad, falta de control, opacidad o corrupción, eso, como a tantas instituciones. Etiquetar al maricón o a cualquier otra tendencia sexual al abuso, además de falso, es injusto. Como lo es el perjuicio y debilidad (referido al chismorreo y al cotilleo citado papalmente) en la búsqueda y el ejercicio de la verdad relacionado con la falda o el pantalón. Curioso, porque ambas prendas dejaron hace tiempo de ser uso exclusivo de género. Se refería, claro está, el Sumo Pontífice, a la condición de mujer u hombre.
La Iglesia Católica viene haciendo desde tiempos inmemoriales, pese a sus lugares de oscuridad en la Historia, una labor esencial en beneficio de los desfavorecidos, en pro a la equidad de las personas, de su dignidad, del perdón o la compasión y la llegada de este respetado purpurado pibe al papado significó, y se espera siga significando, un soplo de aire fresco destinado a romper en parte la rigidez de la Iglesia y en su lucha contra los abusos en su seno.
Puede, sea pensamiento suyo o no lo expresado en ambos deslices en santidad, que la prudencia argentina no pase por uno de sus mejores momentos. Todo lo que, como en este caso, abunde en abrir esa brecha compleja de estrechar como es la homofobia o el machismo y viniendo desde un púlpito cuya voz es de tan amplio eco, puede suponer un paso atrás.