Opinión

El deshielo diplomático entre los dos gigantes mundiales

Con el desvanecimiento de la Unión Soviética en las postrimerías del siglo XX y el incuestionable ocaso de Rusia en nuestros días, dos superpotencias, cuales son, los Estados Unidos de América (EE.UU.) y la República Popular China, están sucediendo en la estrategia internacional bipolar a los dos protagonistas preliminares, estos son, EE.UU. y la URSS. Pero el escenario que subyace no es ni mucho menos que el de tiempos pasados.

Realmente, los minúsculos vínculos de la URSS con los EE.UU., prácticamente no preexistían, lo que sí militaba era algo así como una especie de careo estratégico ponderado y persistentemente sostenido con una cordura militar. Por entonces, la URSS se escudaba mediante un sector constituido por estados satélites y los países neutrales adyacentes, mientras los EE.UU. la mantenían vigilada en sus pretensiones expansionistas en Europa la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) y en Asia, mediante sus pactos con otros estados como Japón, Corea del Sur y Taiwán. En cierta manera, concurría entre ambos lo que no tardó en denominarse la ‘Guerra Fría’ (1947-1991) y la locución ‘Cortina de hierro’, que los aislaba.

Por el contrario, hoy en día, EE.UU. y China pugnan por el liderazgo global, pero no se constata el mismo prototipo de confrontación. La amplia mayoría de los investigadores refieren la relación y fricción chino-americana como algo embarazosa. Sin duda, la correlación bilateral cardinal del siglo XXI: EE.UU. y China, comúnmente, no son ni aliados, pero tampoco enemigos. Podría decirse que contendientes natos, porque son un adversario en algunas áreas y en otras, un socio más que evidente.

Desde el 1/I/1979, EE.UU. conserva nexos diplomáticos con la República Popular China “como el único gobierno legal de China”, atomizando los roces con el Gobierno de Taiwán, donde habían retrocedido en 1949 las tropas de la República de China, al que reconocían. No obstante, como expuso al pie de la letra el Departamento de Estado: “Los EE.UU. y Taiwán disfrutan de una sólida relación no oficial y no reconocen ni están de acuerdo con las afirmaciones de Pekín sobre la soberanía de Taiwán”.

En 1982, Ronald Wilson Reagan (1911-2004) propuso garantías a la capital de Taiwán, Taipéi, de que no admitía el señuelo de China de soberanía sobre la propia isla. Su relación con Taipéi se proyecta en la Ley de Relaciones con Taiwán.

Toda vez, que China ambiciona apartar la influencia geopolítica de EE.UU. y para ello pretende conseguir una demarcación marítima en los mares de la China Oriental y Meridional, donde esté en disposición, en caso obligatorio, de desplegar el rechazo de acceso, porque es consciente que cualquier intimidación se le puede presentar por vía marítima.

Igualmente, es sabedora de que sus principales itinerarios comerciales y de recalada de recursos son también marítimos. Fundamento por el que procura controlar las islas Spratly que reivindican Taiwán y Vietnam, e incluso está estableciendo en sus inmediaciones islotes artificiales. De ahí, que le inquieta la efectividad de Taiwán, aliada innegable de EE.UU., como república independiente y que junto con Japón, Corea del Sur y Australia tratan de inspeccionar y sortear que imposibilite la libertad de los mares, fundamental para EE.UU. como potencia naval.

Desde la aparición de Xi Jinping (1953-70 años) para reforzarlo al poder en 2012, la tendencia geopolítica del gigante asiático se ha visto notoriamente confirmada. Pero, salvo lo sugerido precedentemente, China por ahora no tiene apetencias expansionistas territoriales ni ideológicas comunistas. No trajina para aumentar su ideología o sistema político.

Podría decirse que sus aspiraciones son económicas y, por lo tanto, comerciales, por eso está obligada a nutrir relaciones comerciales indispensables, no ya sólo con EE.UU., sino con el resto del planeta.

En cierto modo, las conexiones comerciales con EE.UU. eran aceptables, pero inesperadamente se deterioraron bajo el mandato de Donald Trump (1946-77 años), cuya administración consideró a China de “competidor estratégico”.

Subsiguientemente, descargó una guerra comercial de aranceles en 2018, asentada en recriminaciones de prácticas intrigantes de comercio, como de robo de propiedad intelectual y traspaso apremiado de tecnología. El motivo previsiblemente residió en el exceso de la balanza comercial de China con respecto a EE.UU. Los asiáticos se revelaron poniendo igualmente aranceles a numerosos de los efectos estadounidenses, entre ellos, la soja.

Sobrepasado el primer trimestre de 2020 y a pesar de la negociación comercial de 2019, las relaciones habían decaído y, aunque en 2022 daba la sensación de que se originaba una relajación a pesar de la detonación de la guerra de Ucrania, por culpa de la crisis epidemiológica y finalmente tras el suceso en marzo de 2023 del derribo de un globo espía que atravesaba territorio americano, los exiguos avances han vuelto a desvanecerse.

Nadie duda que los Estados Unidos y China son las economías más poderosas del universo. Entre ambas totalizan nada más y nada menos, que el 40% del PIB mundial. EE.UU. posee el PIB nominal más elevado con 22 billones de dólares frente a los 15, y China ostenta el PIB más alto en términos de paridad de poder adquisitivo, 27 contra 21 billones de dólares. Conjuntamente, China es quien más exporta y la primera potencia industrial y, por antonomasia, EE.UU. el mayor importador, siendo el tercero en la balanza en exportaciones. Además, alcanza unas reservas financieras de más de 5 billones de dólares y es el principal acreedor de EE.UU.

“He aquí, el ser o no ser, del último de los cabos sueltos que quedan por atar entre ambas potencias, que a todas luces revelaría un verosímil acercamiento, pero que en realidad es un brusco distanciamiento difícil de sobrellevar y, a su vez, de obligado cumplimiento por las circunstancias excepcionales del momento”

En su semblante tecnológico, ya forma parte de ser un contendiente de EE.UU., porque en dos décadas ha logrado situarse en la misma cota, o incluso más que su contrincante. También es el más incipiente en inteligencia artificial y telecomunicaciones. Resalta en el mercado de tierras raras, no únicamente en extracción que corresponde al 97% mundial, sino sobre todo, en refino. Mismamente, importa de otras naciones con lo que elude que se lo comercien a EE.UU., forzándolo a explotar sus yacimientos de California que apenas son provechosos.

Por ende, como país que guarda su as bajo la manga en lo que atañe a armas nucleares, China es calificada una potencia militar regional y, a su vez, superpotencia militar emergente que sueña con ser potencia integral. Es perceptible que está haciendo un gran esfuerzo por incrementar y modernizar sus Fuerzas Armadas. Matiz que desentraña el hecho de que haya ampliado un 7% de su presupuesto, habiendo alcanzado los 225.000 millones de dólares. Obviamente, esta coyuntura compromete a otros actores de la región a agrandar su presupuesto como ha ocurrido con EE.UU. y Australia.

Con lo cual, el ápice de China es irrevocable, porque continuará ensanchándose como potencia económica, tecnológica y militar. Además, padece el síndrome de que EE.UU. retrocede y está en claro desnivel: ya no es el paradigma idealizado.

De manera, que Xi, hace frente a la Administración de Joe Biden (1942-80 años) con otro talante. El mensaje de China a EE.UU. es “(…) ahora estamos en igualdad de condiciones”. Y claro, como debe de exportar y EE.UU. es su principal consumidor, si supuestamente Biden determinara prolongar el alcance de los aranceles del 25% y cubrir el comercio bilateral, EE.UU. dilapidaría 190.000 millones de dólares de PIB anuales en 2025. Evidentemente, entre los sectores más dañados estarían los semiconductores, la aviación, etc. En cambio, China practica una postura parecida, remitiendo indicios de su deseo de contener una relación constructiva, cooperando para ello en ciberdefensa o en la lucha contra el terrorismo internacional.

En opinión de los expertos, no es predecible una confrontación directa: EE.UU. está fatigoso de tantos conflictos bélicos y a China tampoco le atrae este resquicio belicoso sin posibilidades reales de éxito. Más bien, presume de su neutralidad e incluso se ofrece como mediador en conflictos como el que actualmente sucede en Ucrania, aunque por otro lado exprese su afinidad con Vladímir Putin (1952-70 años) al que requiere en el Pacífico para contrarrestar el dominio de EE.UU.

China, no admite imposiciones de los estadounidenses y la OTAN para que no les venda armas y convenza a los rusos de que suscriban la paz, mientras aquellos se inclinan con el presidente ucraniano Volodímir Zelensky (1978-45 años).

Y todavía mucho menos es imaginable o lógico, que vaya a retornarse a la Guerra Fría, ya que durante ésta hay que recordar que la Unión Soviética y sus aliados estaban en su mayoría distantes de la economía mundial y sometidos a rigurosísimos controles de exportación. A diferencia de hoy, la China del momento se ha convertido en el eje de la economía global y su propia economía, valga la redundancia, está intensamente integrada a la de EE.UU.

Mientras que aquella Guerra Fría asumió un marco tecnológico característico, esencialmente, en armamento y el curso espacial, esta nueva pugna entre EE.UU. y China envuelve las tecnologías fundamentales que arrastran y acarrearán a nuestras futuras sociedades.

Dicho esto, todavía socios comerciales y económicos de primer orden y digamos de conveniencia, pero desde hace varios años las referencias que resultan sobre EE.UU. y China hablan de una rigidez geopolítica paulatina en medio de fuertes antagonismos, y el mundo se presta con inquietud al probable instante en que las dos principales potencias económicas entren en un laberinto sin salida. Pero, ¿cuál es verdaderamente el lazo de amistad, si es que lo hay, entre EE.UU. y China y por qué parecen haber entrado últimamente en una espiral de refriegas dialécticas?

Cuando en 1949 Mao Zedong (1893-1976) anunció la República Popular China, inmediatamente a que las fuerzas comunistas vencieran en la Guerra Civil (1927-1949), EE.UU. no contempló la legalidad de su Gobierno y sostuvo sus relaciones cuyos líderes e incondicionales se apartaron a Taiwán.

Ya, en el desarrollo de la Segunda Guerra Mundial (1939-1945), EE.UU. y China, que en ese entonces dominaba el territorio oriental, habían sido aliados contra el Imperio de Japón. De hecho, Taiwán, como se conoce a la República de China, usó uno de los cinco asientos permanentes en el Consejo de Seguridad de la Organización de Naciones Unidas (ONU) consignados a las naciones ganadoras de aquel conflicto, ultimándose aquel elenco con Reino Unido, EE.UU., Francia y la Unión Soviética.

El contexto comenzó a permutar en 1971, cuando el presidente estadounidense Richard Nixon (1913-1994) llevó a cabo una visita oficial a China estrechando la mano de Mao. ¿Qué había variado? A pesar de ser comunistas sustentados en el marxismo-leninismo y, en un principio, socios próximos, China y la Unión Soviética, principal parte contraria de EE.UU., entraron en disputa en la década de 1960 por sus visiones enfrentadas sobre el comunismo y una historia de inconvenientes fronterizos. Y en medio de ese encontronazo, China y EE.UU. comenzaron una pequeña aproximación.

En 1979 los países se esforzaron por mostrar vínculos diplomáticos formales y EE.UU. cambió su embajada de Taipéi a Beijing, consumando así el reconocimiento de la legitimidad de la República Popular.

Pero antes, en 1976, Mao falleció y su casual sucesor Deng Xiaoping (1904-1997) enfrentó en los años sucesivos un proceso de plena modernización, como de reformas de mercado y apertura comercial de cara al entramado internacional, el distinguido “socialismo con características chinas”. Y en esta metamorfosis, EE.UU. adquirió una tarea central para la economía asiática como principal destino de los géneros fabricados y principal origen de sus intercambios de tecnología.

Luego, de la mano del “socialismo con características chinas” que se precipitó en los períodos de 1980 y 1990, respectivamente, el país dio un vuelco imponente: la economía llegó en 2010 a ser la segunda del planeta, únicamente sobrepasada por EE.UU.; y en esa etapa, poco más o menos, 800 millones de sus lugareños abandonaron la pobreza, según recalca el Gobierno en base a los umbrales de pobreza señalados por el Banco Mundial.

Llegados a este punto de la disertación, ¿qué línea maestra de socios son actualmente EE.UU. y China? Según la Oficina del Censo y siendo preciso jugar con cifras numerales, en 2021, EE.UU. exportó bienes por US$ 151.442 millones a China, e importó por un valor de US$ 504.935 millones desde el mismo estado, proporcionando una liquidación negativa de su balanza comercial de US$ 353.493 millones.

Y por su volumen general de exportaciones e importaciones, EE.UU. es el principal socio comercial de China e igualmente a la inversa China lo es de EE.UU., aunque esta última alcanza el segundo puesto, si se contabiliza a los países miembros de la Unión Europea (UE), que en su conjunto son el principal socio de los americanos.

Por lo demás, según apuntes proporcionados por el Observatorio de Complejidad Económica (OEC) de 2020, China pasa a ser el tercer destino de las exportaciones de EE.UU. con el 9,1%, por detrás de Canadá (16,2%) y México (14,6%), mientras que el 19,5% de las importaciones de EE.UU. proceden de China, su principal surtidor.

En atención a la Oficina del Representante Comercial, los principales productos que EE.UU. ofrece a China son desde maquinaria eléctrica, a instrumentos de precisión, combustible, etc. De igual forma, EE.UU. es el principal destino de las exportaciones de China, con el 16,5% y el tercer mayor origen de sus importaciones con el 7,91%, detrás de Japón (8,57%) y Corea del Sur (8,5%). Los géneros principales que China comercia a EE.UU. son entre otros, maquinaria eléctrica, muebles y textiles y artículos de gama deportiva.

De lo sintetizado en esta exposición, no ha de obviarse que EE.UU. y China han tenido un extenso dietario de complejas tensiones comerciales, primordialmente, como derivación de la balanza comercial entre ambos estados. Desde 1985, cuando el intercambio era irrisorio y hasta nuestros días, donde los países son socios comerciales de primer orden, ésta fue en todo momento negativa para los estadounidenses.

Washington ha cargado en reiteradas veces a Beijing de manipulación de moneda. Es decir, conservar un modelo de cambio simuladamente bajo, al objeto de apoyar las exportaciones y consternar las importaciones. Durante la reunión del G20 en Corea del Sur (11-12/XI/2010), el entonces secretario del Tesoro, Timothy Geithner (1961-61 años), solicitó medidas energéticas para que los mercados emergentes, principalmente, China, consideraran su moneda. China replicó en 2012 inculpando a EE.UU. de conservar el dólar delicado mediante la política monetaria de la Reserva Federal.

Y entretanto, en 2019, el expresidente Trump volvió a culpar a China de manipulación de moneda, en el entorno de su política de “desacoplamiento” de las dos economías, la disminución creciente de la dependencia de EE.UU. de bienes, servicios y cadenas de suministro afines a China.

Indiscutiblemente, Trump, defendió una desenvoltura de confrontación directa con China durante su presidencia, que se agravó con la pandemia en 2020 que adjudicó por completo a Beijing. Este afán de ‘desacoplamiento’ llegó a ser considerado como una parte de la “guerra comercial” que han enfrentado a EE.UU. y China en los últimos tiempos y que reside en una batería de tarifas alternas a bienes explícitos entre ambos estados, que Biden parece estar prolongando.

Según antecedentes facilitados por la Oficina del Censo, poco o apenas nada, parece haber evolucionado este ‘desacoplamiento’: el intercambio comercial entre EE.UU. y China en 2016 correspondió a US$ 578.000 millones, en 2019 disminuyó a US$ 555.591 millones y en 2021 a US$ 656,377 millones.

Aunque existen variaciones en áreas definidas como telecomunicaciones con interrupciones y obstáculos de EE.UU. a empresas como ‘ZTE’, ‘Huawei’ y ‘China Telecom’, mayormente en las redes 5G.

En la trama de estas tiranteces comerciales, EE.UU., la primera potencia global tras el desplome de la URSS en 1991, y sus aliados en el Viejo Continente y el Sur del Pacífico han estado colisionando en los últimos años con una mayor asertividad de China en la región y en el resto del mundo.

En 2019, la UE de la que gran parte de cuyos miembros forman parte integrante junto a EE.UU. de la OTAN, comunicó en 2019 a China como su “rival sistémico” y competidor económico global. Para ser más preciso en lo fundamentado, EE.UU. no ha emanado al momento una notificación así, pero sus movimientos inminentes en la esfera comercial ha de añadírsele una lista inacabable de operaciones y ratificaciones en la zona del Pacífico: de la alianza estratégica militar ‘AUKUS’ con Australia y Reino Unido, al Diálogo de Seguridad Cuadrilateral, conocido como foro estratégico informal llamado ‘QUAD’ con India, Japón y Australia y la alianza de inteligencia ‘FIVE EYES’, con Canadá, Nueva Zelanda, Australia y Reino Unido.

De la misma manera, EE.UU. mantiene fuertes vínculos y alianzas militares con un importante número de estados que contornan a China en el Pacífico, tales como Corea del Sur, Filipinas, Japón y Vietnam, además de Taiwán, y rivaliza por mercados y posiciones económicas en otros departamentos donde China interviene con pujanza, llámese África y América Latina .

Esta táctica ha sido explicada y advertida por expertos norteamericanos y chinos como de “contención”, tomando servido el término concebido por el diplomático, politólogo e historiador George G. Kennan (1904-2005) durante la Guerra Fría para una política análoga a la de EE.UU. con la Unión Soviética, pero no está lo suficientemente claro que Washington haya acordado administrativamente esta estrategia.

“EE.UU. y China, no son ni aliados, pero tampoco enemigos. Podría decirse que contendientes natos, porque son un adversario en algunas áreas y en otras, un socio más que evidente”

La contención involucraba una contestación de EE.UU. a cada ejercicio expansivo de la Unión Soviética, e incluyó desde el Plan Marshall de asistencia económica a estados europeos, hasta la instauración de la OTAN y la práctica de embargos económicos. La relación de EE.UU. y China es totalmente distinta a la que asumieron los norteamericanos con los rusos, máximamente, por la interdependencia económica de los dos primeros y la supremacía militar y principalmente nuclear de EE.UU. sobre China.

Fijémonos en una declaración reciente del Ministerio de Exteriores de China que culpó a EE.UU. de suscitar un relato sobre la “amenaza de China”, en lo que considera “un intento de contención y supresión total de China”. Mientras que en un fragmento de opinión del rotativo estatal chino ‘Global Times’, se indica que el modus operandi de contención de China “hará más difícil solucionar los problemas domésticos de Estados Unidos”, como consecuencia de su impacto en el crecimiento e inflación.

Finalmente, en las dos caras de una moneda, el canciller chino, Qin Gang (1966-57 años), dijo literalmente durante una reunión celebrada en Beijing (18/VI/2023) con el Secretario de Estado, Antony Blilnken (1962-61 años), que las relaciones entre las dos potencias “se encuentran en su punto más bajo desde el establecimiento de relaciones diplomáticas”. Indicando que la situación de los nexos bilaterales “no responde a los intereses fundamentales de los dos pueblos ni a las expectativas comunes de la comunidad internacional”. Para ello concretó “claras exigencias sobre los intereses esenciales y las principales preocupaciones de China, incluida la cuestión de Taiwán”.

También afirmó que “la política de China hacia EE.UU ha mantenido la continuidad y la estabilidad, y se guía fundamentalmente por los principios de respeto mutuo, coexistencia pacífica y cooperación” y que tiene el compromiso de cimentar una relación “estable, predecible y constructiva”. Haciendo hincapié en que Washington “mantenga una percepción objetiva y racional de China, se mueva en la misma dirección y que maneje las eventualidades inesperadas con calma, profesionalidad y racionalidad”.

Y en la otra cara, Blilnken, hizo resaltar a su homólogo “la importancia de la diplomacia y de mantener canales de comunicación abiertos en todos los ámbitos para reducir el riesgo de errores de cálculo”.

He aquí, el ser o no ser, del último de los cabos sueltos que quedan por atar entre ambas potencias, que a todas luces revelaría un verosímil acercamiento, pero que en realidad es un brusco distanciamiento difícil de sobrellevar y, a su vez, de obligado cumplimiento por las circunstancias excepcionales del momento.

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