España ha pasado en sólo cuatro años de ser una selección que no contaba en las grandes citas del fútbol europeo y mundial a ser el referente en este deporte. Anoche logró lo que nadie había conseguido hasta ahora. Su palmarés lo componen ahora dos Eurocopas y un Mundial conseguidos de manera consecutiva, una marca nunca alcanzada.
Las razones para explicar el tránsito de la eterna decepción al éxito obligado son muchas. Desde la calidad de los jugadores, hasta los planteamientos tácticos o los nuevos fundamentos de juego, hay una gran variedad de recipientes de donde extraer motivos sobre los que apoyar razonamientos para argumentar el cambio. Todas esas causas tienen su peso, pero quizás una esté por encima de las demás. Anoche los jugadores españoles volvieron a saltar al campo convencidos de que contaban con la suficiente calidad como para ganar el encuentro y hacerse con el campeonato. Bastaba con verlos actuar sobre el césped para comprobar que no había ni rastro del característico nerviosismo y de las dudas que hace años atenazaban a los jugadores que les precedieron en la defensa de los colores nacionales. No queda ninguna señal del derrotismo que acompañaba a la Selección Española hasta hace sólo cuatro años. Los jugadores de hoy no sólo ganan, sino que son capaces de contentar a una afición cada vez más exigente que no ha tardado en olvidar el sufrimiento y decepción que caracterizaba hasta entonces cada una de nuestras participaciones en las citas internacionales.
La Selección Española ofreció una magnífica clase de fútbol en el Estado Olímpico de Kiev. Y al mismo tiempo demostró al país que es posible dejar atrás el derrotismo si somos capaces de levantar la cabeza y tenemos valor para plantar cara a cualquier situación por complicada que parezca. Desde Ucrania llegó anoche toda una lección de superación para unos ciudadanos que vivimos subyugados por una crisis económica a la que no sabemos cómo plantar cara porque quizás no nos creamos capaces de afrontarla y superarla por nosotros mismos.
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