La hechura de guerra que se materializó en el Protectorado se rediseñó por el entorno en el que tuvo su desarrollo, contrastada por tintes políticos y los antagonismos existentes entre España y Francia, unido a los aspectos físicos que conjugaron la orografía, climatología, vegetación e hidrografía.
El contexto de estancamiento colonial de hispanos y galos en Marruecos, propició el incremento de contrabandistas y espías que a la par, negociaban armas e información a los enemigos de los estados colonizadores. Ni que decir tiene, que la porosidad de los límites fronterizos de ambos actores, enrareció, intrincó y obstaculizó las diversas operaciones militares.
Haciendo una breve radiografía de las condiciones adversas en las que hubo de desenvolverse las ‘Fuerzas Expedicionarias Españolas’, sus integrantes se toparon ante una divisoria permeable, con un relieve escabroso, ausencia de infraestructuras viales, una meteorología árida confluyente con el desierto y alta montaña en extensas franjas territoriales y cursos hidrográficos entrecortados.
Conjuntamente, no ha de soslayarse, la inexistencia de una autoridad estatal centralizadora, como del esparcimiento poblacional, la carencia de planos cartográficos y la maestría bélica de los rifeños sustentada en la ‘guerra de guerrillas’, que acrisoló las pugnas de las tribus y éstas contra el Sultán o las potencias coloniales. Las peculiaridades propias de la ‘Zona Española’ ayudaron a hacer más dificultoso el control de la soberanía y a un modus operandi asimétrico, irregular y atípico.
Luego, lo que aquí se vislumbra es una franja de terreno de unos 26.000 kilómetros cuadrados, prolongados por un cúmulo de escabrosos y quebrados sistemas accidentados que engloban a Yebala, Gomora y el Rif. De hecho, el enclave geomorfológico encaja con el litoral mediterráneo desde las Islas Chafarinas, en Oriente, hasta al Océano Atlántico, en Occidente.
Sin ir más lejos, este espacio de dominio español se circunscribe en el saliente Noroccidental del mismo por la ‘Zona Internacional’ de Tánger, que configura la llave meridional del Estrecho de Gibraltar, enajenada por la representación española debido a los intereses británicos.
“Españoles y rifeños recurrieron a todo tipo de artimañas para salir airosos de una conflagración crecientemente sangrienta: desde las incitaciones para los estragos de la guerra en el cariz discursivo, hasta las sutilezas bélicas en el panorama material”
En términos orográficos, la desigualdad y lo intricado de la superficie, mostraba una enorme complejidad para su posterior conquista y posesión efectiva, atenuado por una vigorosa tenacidad indígena en las cordilleras y atajos embrionarios a modo de escondites.
Sobraría mencionar, que la supuesta superioridad de los medios armamentísticos y logísticos, más la disciplina y la unidad de mando de las ‘Fuerzas Españolas’, quedaron reducidas por el hábitat ideal para el despliegue de la ‘guerra de guerrillas’.
Con lo cual, el teatro beligerante en el que se movieron las milicias eran el mejor aliado de los rebeldes rifeños, mientras que para el ‘Ejército Colonizador’ el peor adversario. Indudablemente, los nativos entorpecerían la práctica de la teoría militar, en lo que incumbe a la lucha violenta por la legitimidad y la influencia colonial.
Allende a las dificultades retratadas, estas iban mucho más allá del endurecimiento del paisaje marroquí: el oscurantismo territorial era otro de los obstáculos para unas ‘Fuerzas Metropolitanas’ que, ante la laguna de mapas, habitualmente avanzaban a ciegas. Así, numerosos de los reveses cosechados en el Protectorado, se debieron a la tesitura de estar obligados a maniobrar sin reseñas previas del lugar donde las unidades se adentraban.
Otro de los elementos aglutinadores que degeneró hasta adolecer el ambiente originado por el vacío de pesquisas topográficas, residió en la falta de una red de comunicaciones que se contemplasen como tal.
En otras palabras: nos atinamos ante caminos efímeros de tierra, por denominarlo de alguna manera, que ensamblados a las cabilas ralentizaban considerablemente los desplazamientos de las Tropas. Es más, cualquier indicativo de movilidad requería un esfuerzo adicional, sumado al abastecimiento de posiciones avanzadas y de grandes campamentos, cómo de convoyes, que conformaban un blanco asequible para los rifeños y la insurrección tribal.
Y, qué decir, de la contrariedad a la hora de surtir víveres en el campo de operaciones por la exigüidad de los recursos en la comarca, obligando a realizar los suministros en viandas desde Ceuta, Melilla, Larache o Tetuán.
Con estas connotaciones preliminares que ilustra la estampa del pasaje que antecede a este texto, un elemento determinante de la resistencia armada indígena, o séase, los rifeños, gravitó en su carácter rural y guerrillero. Por tanto, el espinoso dominio español de las principales urbes en áreas de montaña, constituyó la nota reinante.
El emporio urbano rondaría aproximadamente en torno al medio millón de personas en la ‘Zona Española’. Siendo la densidad alrededor de los 20 y 25 habitantes por kilómetro cuadrado. Teniendo en cuenta, que la repartición era variada entre las sesenta y seis cabilas que acomodaban el Protectorado.
En atención a la motivación e incitación en una acción militar definida, el aguante y la entereza nativa a la que se enfrentó la milicia hispana, propiamente puede desmenuzarse en tres categorías: los bandoleros, la religión y el nacionalismo rifeño. La primera de las muestras hace alusión a la ‘resistencia anticolonial’, estando precedida de una praxis tradicional y complementaria de la economía tribal del Norte de Marruecos.
Lógicamente, me refiero al bandolerismo como ocupación de desvalijamiento, captura y sustracción de bienes y efectos materializada por los rifeños.
Las salvedades geomorfológicas y climáticas de la demarcación, restringían la potencialidad para mantener medianamente a los pobladores. Por ello, el tránsito estacional era rotativo para ganarse el sustento en sectores contiguos con más perspectivas agrarias.
En este mismo sentido, se entremezclaron el abordaje y el saqueo.
Quienes acondicionaban la cuadrilla de las escaramuzas, incluía a los varones comprendidos en la etapa adolescente hasta la vejez que más adelante referiré, designada como las harkas. Su estabilidad quedaba condicionada y regularmente se establecían para una actuación concreta.
A pesar de todo, los españoles consideraban a los rifeños como infantes primorosos; si bien, no son valorados igualmente en relación a su destreza a caballo, refiriéndose a una tipología de Infantería montada. O lo que es semejante al manejo de la Caballería para el desplazamiento resuelto, pero con la tendencia del acometimiento a pie.
Por supuesto, a golpe de vista del salteador rifeño, tanto España como Francia, encarnaban una oportunidad extraordinaria de lucro. Las flamantes e innovadoras armas de fuego, correajes y municiones; e incluso, los animales de tiro y monta, totalizaban auténticas riquezas para los que se apoderaran de ellas.
En tanto, que la resistencia inicial localizada por los españoles en este departamento, se fraguó en emboscadas o encerronas en las líneas de incursión Occidental. Y aun siendo frecuente el asalto de tribus aliadas de las metrópolis colonizadoras, no alcanzó la envergadura estratégica deseada, pero sí que imprimió importantes coyunturas tácticas en las ‘Fuerzas Españolas’, con el botín cómo empeño indiscutible que su ambición les concitaba en el combate.
La segunda de las expresiones de resistencia se asentó en la religión, pronunciándose en la manifestación de la Yihad. Ocasionalmente, se encadenaron ambas variantes de la lucha en nombre de la religiosidad. Pero, sin duda, este paradigma de guerra se extendió instrumentalizando toda una alegoría popular del aborrecimiento cristiano. Porque, ante todo, el enemigo a destruir ha de ser el infiel.
Este matiz es significativo, al justificarse la resistencia armada contra todo lo que conlleva el universo cristiano: tanto español como francés.
Por ende, lo definitorio de la resistencia discursivamente argumentada, compiló la tarea protagonista de los santones, como instrumentos de realce capacitados de combinar la batalla frente a las hegemonías coloniales. Tómese por ejemplo, el encabezamiento de una subversión llevada a cabo por un dirigente religioso, dotándolo de un halo de justicia y aumentando su onda expansiva a cualesquiera de los clanes, donde esa familia morabítica poseyese reputación.
Los hechos de resistencia anticristianas adquirieron más fondo militar que el bandolerismo: el raigambre temporal de los guerrilleros de la fe, como la cuantía de individuos, superaba al resto de causas por las que competir.
Es necesario poner en claro en esta narración, que al compás de los seísmos que tanto han dilapidado la paz y el orden social en los estados musulmanes desde períodos retrospectivos, no pocos de ellos subyugados a nepotismos y atropellos de sus administraciones, la conceptuación de la ‘Yihad’ ha ido deformándose, al circunscribirse su raciocinio como enardecimiento sacrificial de una única causa: la Guerra Santa.
Y no es así, porque la ‘Yihad’ con su genuino como vigente concepto primitivo, revela el “Esfuerzo Supremo”. A su vez, reproduce la guía de conducta para todo buen musulmán, convencido a todas luces de su compromiso como creyente y practicante de su fe, determinando la responsabilidad explícita por dos directrices nítidamente separadas: la ‘Yihad akbar’ o ‘ascesis’ y la ‘Yihad asgar’ o ’martirio’.
La ‘Yihad akbar’ o ‘ascesis’, al igual que la cultura cristiana, es identificada con la constancia triunfal del sí implicado y ganador de sus desviaciones.
En cambio, la ‘Yihad asgar’ o’ martirio’, hace referencia al musulmán consagrado por su sacrificio, que no titubea en inmolarse si se halla ante la situación de enfrentarse a los rivales del Islam, en una intervención contemplada como un combate sagrado. Y, alcanzado ese momento, lo dará todo por su fe.
Y, por último, la tercera de las manifestaciones de resistencia de cara a las dominaciones europeas, reside en el nacionalismo rifeño, cuyo máximo exponente radica en Abd el Krim, sabedor e instruido inmejorablemente en la vertebración de la política colonial metropolitana. Análogamente, su padre dispuso de una pensión contribuida por el Gobierno de Madrid y su hermano cursó los estudios en España.
De manera, que quien más tarde habría de ser el caudillo de la República del Rif, se le distingue como componente de la élite nativa del Protectorado, asistiendo a los propósitos de la potencia colonizadora y por ello, disfrutó de sus ventajas. Sus amplios conocimientos del sistema colonial y las doctrinas del Viejo Continente, no tienen parangón.
Luego, la arenga independentista rifeña fue objetivamente compleja, porque conectaba una clave nacionalista-estatal partidaria de las reglas políticas occidentales. A Abd el Krim, no le tembló el pulso para mostrarse ante la Comunidad Internacional como la punta de lanza de un Estado encaminado aparentemente a la evolución.
Muy al contrario, se conjeturó un discurso insistentemente desgastado para acreditar las controversias civiles entre los postulantes al trono marroquí, cuando se trataba de comunicaciones interpretadas dentro del colectivo de creyentes; Abd del Krim, supo modular los referentes islámicos factibles, adjudicándose las facultades religiosas del Sultán de Marruecos, al que exhibió como un musulmán deficiente, al estar influenciado por los brazos de las potencias coloniales.
No obstante, este doble discurso ha suscitado en los analistas un serio inconveniente para precisar la proyección del movimiento rifeño. Así, reparando en su fisionomía luchadora, incuestionablemente, hay que enmarcarlo en la vertiente nacionalista-estatal. Abd del Krim, acomodó una milicia calcada a la articulación militar colonial de hispanos y franceses.
Las ‘Fuerzas Rifeñas’ previeron una Jefatura agrupada con un encaje de mandos estables y profesionalizados. Además, contó con una División por Armas como la Infantería, Artillería y Caballería, y grupos selectos de combatientes profesionales a modo de Tropas de choque con el acoplamiento adecuado de la Logística e Intendencia. Obviamente, se alcanzaron avances significativos en lo que atañe a la adaptación de las facciones resistentes a los poderes coloniales.
Evidentemente, al entramado militar se le engarzó la idiosincrasia de las harkas o Tropas en marcha, creadas para contrarrestar los embates de cualquier tribu cercana o contener una hipotética irrupción extranjera. Su núcleo lo integraban hombres con aptitudes y competencias en confrontaciones, por lo que en infinidad de ocasiones coincidían padres e hijos, o ancianos entre los sesenta y sesenta y cinco años y nietos de nueve a once años, respectivamente, estos últimos, eran ideales para el traslado de mensajería, racionamientos, municiones y remedios medicinales.
“La hechura de guerra que se materializó en el Protectorado se rediseñó por el entorno en el que tuvo su desarrollo, contrastada por tintes políticos y los antagonismos existentes entre España y Francia”
Tal era su reciedumbre, que al unificarse en grandes contingentes movilizables, pasaban a ser inexpugnables por su elevada severidad ante el fuego, e implacables en las colisiones cuerpo a cuerpo. Su firmeza y tenacidad al agotamiento, no tenía parecido y el acierto en la puntería resultaba letal.
Aun poniendo en una balanza las debilidades y fortalezas de la organización militar rifeña, su contrapeso cuantitativo quedaba visiblemente restringido. Los recursos materiales faltaban y la disposición nativa se nutrió de la tribu de los Beni Urriaguel, como una de las fundamentales en este escenario cambiante.
Asimismo, el armazón rifeño se robusteció de combatientes nativos venidos de la ‘Primera Guerra Mundial’ o ‘Gran Guerra’ (28-VII-1914/11-XI-1918), como de los prófugos o liberados de las ‘Tropas Coloniales Indígenas’ españolas o francesas, que acumulaban en sus vicisitudes adiestramiento e instrucción occidental.
La confirmación en el vaivén de la resistencia anticolonial, se observa en los métodos de implementar la guerra, tanto en el margen estratégico como en la coordinación de incursiones de numerosos flancos, o ejercicios de distracción, repliegues, etc., como en el perfil táctico, donde destaca en sintonía con la ‘Gran Guerra’, el uso del combate defensivo con el montaje de zanjas y fortificaciones.
La incautación de una parte sustancial de utillaje, enseres o armas como alambre de espino, fusiles de retrocarga, ametralladoras, cañones, granadas, dinamita, etc., extraídos a los españoles y franceses en la ‘Guerra del Rif’ (8-VI-1911/27-V-1927), también denominada ‘Segunda Guerra de Marruecos’, viabilizó el desenvolvimiento de otros patrones de concebir la guerra.
De forma, que el hostigamiento legendario de pequeñas partidas de combatientes rifeños separados y en persistente oscilación, se ajustaría a la defensa enconada de reductos calificados de indispensables y con asedios de baluartes o acantonamientos de origen hispano y francés.
Durante los trechos que perduraron las ‘Campañas de Marruecos’, no quedó otra que con celeridad y sigilo ir sustituyendo las tácticas y estrategias, para convenientemente amoldarlas al terreno y a las nuevas fórmulas de combate que explotaban los rifeños.
Recapitulando lo expuesto en esta exposición, inicialmente se consumó la traza de la guerrilla generando el protagonismo del Batallón, poco más o menos, con un empuje de unos 400 o 500 metros de frente y 300 o 600 metros de fondo, ataviado por una primera línea de tiradores y una o dos compañías de fusileros fraccionada en secciones, incluyendo a dos o tres hombres de profundidad.
Simultáneamente, valga la redundancia, cada sección era dispuesta por un Oficial Subalterno acompañado por un Cabo Jefe de Escuadra. En la retaguardia de las guerrillas se hallaban los sostenes de apoyo, cuyas secciones conciernen a las compañías que les anteceden.
Y más a la cola, se ubicaban las ‘Tropas de Refuerzo’ de Batallón, aderezadas por otras dos compañías. Escalonadamente y con el devenir de las circunstancias, se añadió la compañía de ametralladoras.
Y es que, la sutileza llevada a la acción, se cimentaba en instaurar un predominio de tiro sobre el contendiente y, consecutivamente, proceder con cargas para saldar el duelo con el físico directo. Toda vez, que esta práctica quedó anacrónica con un desarrollo acompasado y enrevesado sobre el terreno peñascoso e inexplorado, en el que se desentrañaron la totalidad de las batallas, ante un contrincante que prefería protegerse y hacer fuego a distancia.
Consecuentemente, antes de abordar la figura del Abd del Krim en el tercer y último apartado de esta disertación, el fiasco hispano ante el imperceptible y decadente espacio a colonizar, fusionado a las características de una guerra cuantitativa y cualitativamente abismal de requerimientos militares, políticos y mediáticos entre un poder militar Occidental y una resistencia armada tribal como los rifeños, arrastraría a una espiral de violencia descomedida.
Evidentemente, españoles y rifeños recurrieron a todo tipo de artimañas para salir airosos de una conflagración crecientemente sangrienta: desde las incitaciones para los estragos de la guerra en el cariz discursivo, hasta las sutilezas bélicas en el panorama material. Si el Rif es una región agreste, salvaje y empinada que abarca una especie de media luna en el Norte Mediterráneo de Marruecos, por entonces, era algo así como una maraña difícil de escapar, dando la sensación que nunca se había entrado en ella y con una alta probabilidad de no salir indemne.
‘Annual’, se desenmascaró como un entresijo en el que no se establecieron las líneas apropiadas de entrega de provisiones, cómo tampoco, se cristalizaron posiciones defensivas propicias para sostener las embestidas de las harkas rifeñas insurgentes. Únicamente, se construyeron pequeños fuertes denominados blocaos, a modo de fortalezas fabricadas a base de sacos terreros, a los que ciertamente en caso de ser hostigadas y acorraladas por las cabilas, era improbable que comparecieran refuerzos, y menos aún, quiénes transportasen agua o acopios.
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