En más de una ocasión, a lo largo de décadas, los medios de comunicación hemos debatido en torno a la posibilidad de que Marruecos entre en la Unión Europea, de la misma manera que se ha planteado la entrada de Turquía. La crisis del coronavirus nos ha demostrado que Rabat está a años luz de ser una democracia transparente. Una cosa es que los ‘mejanis’ apaleen a los migrantes subsaharianos en las inmediaciones de la valla; que sea un secreto a voces, pero que no haya pruebas de ello y otra cosa es que el país haya cerrado sus fronteras a cal y canto en cuanto se declaró la pandemia de la Covid 19 y haya dejado atrapados al menos en España a 22.000 marroquíes, medio millar de ellos, en Melilla.
Una de los puntos comunes que tienen todas las dictaduras es la violación del derecho al retorno. El año pasado, Cuba aprobó una nueva Constitución que sigue violando ese derecho. Es la carta que los dictadores se guardan en la manga: o haces lo que yo digo o no te dejo volver a ver a tu familia. Yo, como dictadura, decido sobre tus actos porque tengo algo que tú quieres: a los tuyos.
Marruecos ha hecho exactamente lo mismo durante la crisis del coronavirus. El 13 de marzo cerró sus fronteras y se pasó por el arco del triunfo el derecho de 22.000 marroquíes a regresar a sus casas. España, en cambio, ha repatriado durante este tiempo a todos los españoles a los que la pandemia ha pillado en la otra esquina del mundo. Eso es lo que tiene de bueno la democracia: manda la mayoría, pero se respeta el derecho del individuo a vivir una vida digna.
Yo, que soy madre, no quiero ni imaginar cómo se sienten las personas que han quedado atrapadas en nuestra ciudad y han dejado a los suyos desamparados en Marruecos. Las fronteras están cerradas y ya tenemos noticia de la intención de Rabat de mantenerlas así hasta, al menos, el próximo otoño.
Desde la Delegación del Gobierno han negado tener información oficial del país vecino sobre sus planes de desescalada. Los tiempos en que las autoridades de Melilla hablaban con las de Nador son agua pasada. Ahora no sólo no hablan, sino que, además, nos defendemos poniendo como argumento que no nos han informado. La pregunta es de cajón: ¿hemos preguntado a las autoridades de Nador, desde la Delegación del Gobierno cuándo tienen previsto abrir la frontera? Pongo la mano en el fuego a que no lo hemos hecho. Nos hemos creído la tesis de que Marruecos tiene todo el derecho del mundo a tomar unilateralmente, como país independiente que es, las decisiones que estime conveniente. Y así es, pero para nadie es un secreto que los ciudadanos pedimos a los políticos que hagan política. Si Marruecos no lo anuncia de forma oficial ni lo dice ante la prensa, lo normal es que desde la Delegación del Gobierno intentemos algún tipo de acercamiento ‘off de record’ para saber a qué tendremos que atenernos. Doy por descontado que nuestros servicios secretos trabajan ya en eso, porque de lo contrario estamos perdiendo el tiempo. Vamos mal y tarde.
A mí, que amo la democracia con sus defectos y sus virtudes, no me parece descabellado que desde Melilla nos interesemos por los planes futuros que tiene Marruecos con la frontera, teniendo en cuenta que estamos manteniendo a medio millar de marroquíes que se quedaron atrapados en nuestra ciudad. Les tenemos que dar comida, alojamiento y atención sanitaria. Sólo por eso nos merecemos una explicación del país vecino, más que nada para hacernos una idea de cuánto dinero más tendremos que destinar a estas personas a las que Marruecos no quiere reconocerles su legítimo derecho al retorno a su país.
Que Marruecos no es de fiar, eso ya lo sabemos en España. Rabat no oculta sus intenciones de asfixiar a Melilla, ningunear a nuestras autoridades y amagar con devastar nuestra economía hasta el punto de que para los melillenses sea literalmente inviable vivir aquí por lo que esta ciudad se quedaría como la Isla Perejil: española, sí, pero deshabitada.
Hace poco escuchaba a un agente de las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado plantearse una salida a nuestra crisis. Él hablaba de convertir nuestra ciudad en un enclave universitario que forme médicos y enfermeros para toda África. La idea no es ni mucho menos descabellada. Le hemos escuchado esa propuesta a varios partidos políticos de Melilla, pero no se materializa porque ni siquiera hemos podido ampliar el campus de la UGR, que se ha quedado pequeño desde hace años como para plantearnos, además, acoger a miles de estudiantes que finalmente desistirán de venir a nuestra ciudad en cuanto vean lo que se paga aquí por los alquileres. Lamentablemente es insostenible. Los padres pueden hacer un esfuerzo para que sus hijos estudien en las mejores universidades del mundo, pero no se van a permitir pagar por un habitáculo sin luz y húmedo en Melilla lo mismo que se paga por un piso en París o en Madrid o incluso el doble o el triple de lo que cuesta en Berlín. Estamos locos.
En fin, habrá que buscar alternativas para abrirnos a la posibilidad de construir hacia arriba para aumentar nuestro parque de viviendas y bajar el precio de los pisos, de lo contrario seguirá costando un ojo de la cara alquilar una casa en una ciudad que no sabe cómo escapar a su suerte. Marruecos, está claro, no nos lo pone nada fácil.
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