LA Policía Local ha detenido a un melillense de 19 años conduciendo a gran velocidad, incluso derrapando, por una zona escolar, en horario de recreo y sin carné. No porque el permiso de conducir se le hubiera quedado en casa, sino porque nunca lo ha tenido.
No le bastó al joven temerario con poner en peligro la vida de los niños que se hallaban por las inmediaciones del colegio sino que, además, al percatarse de la presencia de los agentes se dio a la fuga, iniciando éstos una persecución de película por la carretera de Alfonso XIII y vías aledañas.
En la huida, el ‘fitipaldi’ invadió el carril contrario, se saltó las señalizaciones y estuvo a punto de atropellar a un trabajador que pintaba la calzada.
Mientras él vivía la aventura de su vida, el resto de conductores que se cruzaban a su paso tuvieron que echarse a un lado para dejarle pasar. Así, hasta que se estampó contra una furgoneta, que no pudo esquivarlo y contra un turismo que se encontraba estacionado.
Y aquí no termina la historia de este ‘fitipaldi’. Al verse atrapado en un callejón sin salida, abandonó el coche y siguió huyendo a pie: trepó por el muro de una finca privada, atravesó varias casas y cuando ya creía que había burlado a la Policía Local, allí le esperaban los agentes para llevarle a la Jefatura.
Pero su detención no fue coser y cantar. El joven se resistió a los policías y lesionó a uno de ellos antes de ser reducido.
En quince minutos le cambió la vida. Está acusado de dos delitos contra la seguridad vial y de atentado a un agente de la autoridad. Así es la vida: unos minutos que te cambian el resto.
Pero valdría la pena reflexionar por qué alguien se arriesga a pisar el acelerador en una ciudad tan pequeña como Melilla, donde todos nos conocemos y en cuestión de minutos todo el mundo sabe qué pasó, dónde y quién lo hizo.
La respuesta es sencilla: por la impunidad. Si tuviéramos cámaras en los semáforos, más de uno se dejaba el coche en casa. Pero no los tenemos y cruzar la calle, incluso por un paso de peatones, sigue siendo arriesgado en la ciudad.
No podemos conseguir, sólo con desearlo, que la gente respete las normas al volante. Es difícil, pero hay que ser más exigentes con los conductores de Melilla y en eso, Tráfico tiene buena parte de responsabilidad.
No podemos seguir mirando para otro lado mientras el ‘rule’ se convierte en un ‘rally’. El que quiera correr, que corra, pero si corre en la ciudad, tiene que pagar por ello. Y hacerlo de la forma que más duele: con multas.
No se trata de perseguir a los conductores, se trata de que la gente respete las normas. El incivismo al volante en Melilla es de juzgado de guardia. Ya el año pasado tuvimos una persona fallecida en un accidente de tráfico. ¿Cuántos muertos más hacen falta para que los corredores compulsivos echen el freno? No podemos limitarnos a formar alumnos en educación vial. Aquí, los que peor conducen ya no van al colegio.
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